La poetisa Carolina Escobar Sarti vistió ropas de ángel marfil para recibir su última producción literaria, editada por la prestigiada casa editorial F
iento diario de la vida. Pero aún con su aire de negación de hija de Eros, el decir sabio del pueblo contradice y le repite que: «de poetas y locos todos tenemos un poco». Sin embargo ella tiene más de la medida delirante del poeta; y creo que el calificativo a su propio numen de «no somos poetas», ese: «no», está de más porque niega una verdad que a simple vista lo comprueban los cuarenta poemas que conforman este hervoroso volcán hablante que hila, desde las cosas más simples hasta las más intensas para construir la belleza y descubrir los sueños y los secretos desconocidos, refundidos en lo más recóndito del alma. Carolina Escobar Sarti en el estallido de su enjambre de estrellas, busca sumergida y liberada de los siete mares los enigmas del espíritu: «El caos antecedió al cosmos/ luego fue el misterio./ Los amantes sabemos/ que sólo lo nuestro/ se levanta/ contra la persistencia/ memoria de la muerte». íšltima estrofa del poema: El caos, el misterio. No somos poetas, nos va llevando, nos va internando en un girar de diferentes tonalidades sugestivas asombrosas, a veces fundadas en la luz, en signos y símbolos que lo convierten en talladora de nubes, en grabadora de imágenes y a veces azulocéandose en tálamo marino: «Los amantes escriben poemas/ en el agua/ para que nadie/ nunca los lea./ Le cuentan/ al horizonte/ cómo se enredan/ sus cuerpos/ salados/ ligeros/ mansos/ calientes./ Cuenta que el azul profundo/ ablanda la corteza de sus cuerpos iluminados/ que el agua con olor a mar hincha sus narices/ que las olas empujan en la espalda y el vientre su placer/ que el océano invade/ que el viento penetra/ que hay gaviotas volando sobre sus cabezas/ y sexos desnudos escondidos bajo la espuma/ atlántica/ pacífica/ boreal/ índica/ austral/ mediterránea/ báltica…» Fragmento del poema «Hicimos el amor en los siete mares». Miles de ojos irán tras estas lámparas de nuevos y sonoros matices, fecundados por luces finísimas que nos descubren frescos sembradíos de enigmas, que se escapan luminosos del viento de los pinos o el rumor de hojas muertas en el veranillo de los sueños, de las cosas que nos abruman, nos cercan, nos derriban, pero sobreviene una fuerza, una corriente máxima que sube del pensamiento y nos sacude y dispone armarlo todo, la desazón, la soledad o como la autora con su numen nos martilla, «somos una arruga en el mediterránea./ Y esto no es un poema/ sino credo levantado,/ el caos, el misterio/ el asombro y el verbo./ La santísima palabra/ el universo/ de la salamandra./ El fuego robado./ Tercera estrofa del poema «No somos poetas». ¿Cómo poder definir ese calificativo fuera de la pureza del concepto, fuera de toda divina gracia de los pintores de la poética? Con los borradores del canto sublime de todos los tiempos, me atrevo a desterrar ese NO con que la poetisa inicia el título de su última publicación. ¿Envanecimiento o humildad?