Recordar a Carlos Monsivais -el escritor y crítico mordaz que falleció en México el l9 de junio-, significa referirse a un intelectual solidario con Guatemala, desde que en 1954 participó -junto a Frida Kahlo y Diego Rivera- en una manifestación contra la intervención estadounidense. Amigo de guatemaltecos, entre otros de Carlos Illescas y Tito Monterroso. Este hecho ubica a Monsivais como un hombre democrático y vinculado a las expresiones políticas populares y de izquierda. Fue un pensamiento crítico, moral -empezando por su persona- de hombres y mujeres dentro de una de las poblaciones más grandes del mundo, con una dinámica que la hace cambiar todos los días: la ciudad de México. Ahí donde la lucha libre aún es el enfrentamiento de buenos y malos. Su lenguaje no es para vanidades ni expresiones fatuas para congraciarse con nadie. Fue un rostro visible luchando contra las desigualdades.
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Su aporte cultural dentro de la literatura de su país es extenso. Incluye humor -no se puede calificar de negro-, pero sí se vincula a una ironía muy especial -las perlas de quienes opinan -sin conocimiento-, de cualquier evento, la cual reflejó en su sección Por mi madre, bohemios, publicada durante años en la revista Proceso.
Su última expresión literaria fue el texto Apocalipstick que se refiere a su ciudad y sus problemas. Es un último aliento donde describe al Distrito Federal con sus problemas y virtudes. Es una cosmovisión urbana donde queda plasmada la cultura de barrios, calles, colonias pero, en la fundamental, la gente que vive en ella.
En México y diversos países de la comunidad internacional, cuando las expresiones de protesta adquirieron fisonomía estudiantil, Monsivais estuvo presente recogiendo la memoria histórica de los acontecimientos político-sociales de 1968 y que dio a conocer en su libro Días de guardar, publicado en 1970. Fue parte de una generación que se expresó con La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowsska, y Los días y los años, de Luis González de Alba, para citar con brevedad.
Una época de recuerdo doloroso para México, pero Monsivais logra informar, describir, y aclarar, con su peculiar estilo para describir un hecho trágico aún presente en la memoria de mexicanos y mexicanas.
En el museo El Estanquillo, en el centro histórico de la ciudad de México, existe un acervo cultural referente a la cultura de Monsivais. Posiblemente sea el lugar donde sus aportes quedaron para muchas generaciones. Y no se trata sólo de la trivialidad de sus variadas colecciones, por el contrario, se encuentran en ese lugar objetos de su identidad, de sus análisis relativos al México de la década de los treinta o cuarenta. Es por esta razón que adquiere relevancia su libro Amor perdido (¿existen amores perdidos?). Es el México donde actuaron Agustín Lara (con él muchos reivindicamos nuestro derecho a la cursilería), José Alfredo Jiménez, Irma Serrano o Salvador Novo; es el México de Tina Modotti y su amorío con José Antonio Mella y, desde luego, de Diego Rivera y su Frida cuando vivió Trotsky en este país. El de las acciones de El Coronelazo (Siqueiros). Una época que nunca se ha perdido y se aprehende con los escritos de Monsivais.
Un impacto muy afortunado en la sociedad mexicana fue el texto Nuevo catecismo para indios remisos. Es la ironía que se expone a través de una gramática elaborada con cuidado. Ficción -para el que así lo vea- o palabras de predicadores que ya no existen porque este personaje lleva el humor al estilo de Tito Monterroso. Ahí en sus páginas hay sacerdotes -no pederastas-, así como aquellos sectores de la población mexicana -los indígenas- viviendo en la pobreza, pero con su dignidad en la espalda. Talvez Atenco sea un ejemplo (indígenas injustamente acusados y liberados después de años de estar detenidos).
Puede señalarse que Monsivais tuvo el afecto de las masas que leen o ven la tele. Este hecho explica que su entierro haya sido de tumultuoso afecto. Con la presencia estatal y de hombres y mujeres que vieron en él a un intelectual que representaba la respetabilidad, que también significa pluralidad y tolerancia. Este es un legado de Monsivais para la izquierda no sólo de su país (hoy pelean su vinculación organizada o no a células del Partido Comunista Mexicano), sino de América Latina. Aquellos que se complacen con una izquierda retobona, pero sin racionalidad. Monsivais superó este criterio y se integró a una posición política de solidaridad y crítica, pero sin ataduras dogmáticas.