Camus vive aún: A 50 años de su muerte


Mario Cordero ívila

Los aportes de Albert Camus ya han quedado lejos. Cincuenta años para ser exactos. En este mes, se celebró medio siglo de su muerte, ocurrida el 4 de enero de 1960. Pese a la lejaní­a, su obra aún sigue teniendo mucha vigencia, sobre todo porque intenta explicar la circunstancia del ser humano tras la experiencia de las Guerras Mundiales.


Hay quienes les gusta saberlo. Camus nació en Argelia, cuando era considerado territorio a francés, el 7 de noviembre de 1913, y murió en Francia. Su obra fluctúa entre la literatura y la filosofí­a, más ésta que la primera. Pese a ello, su máximo reconocimiento, Premio Nobel de Literatura de 1957, lo consagra como escritor, especialmente novelista.

Aunque hay quienes refutan que su literatura no es más que un vehí­culo para expresar sus postulados filosóficos. De hecho, en cuanto a la forma de sus escritos, por ejemplo sus novelas, se caracterizan por el paso lento de la narración (lo cual puede desesperar a un lector poco acostumbrado) y por la linealidad de la temporalidad, pese a haber pertenecido al siglo de la gran revolución literaria.

Pero ello, en realidad, no le quita mérito. Además de novelista, también fue dramaturgo y ensayista, y, a grandes rasgos, se le ha vinculado con la corriente absurdista, aunque él rechazó en vida encasillarse.

Lo extraordinario de Camus, de quien se conocen pocas obras, pero muy bien logradas, es que sus metáforas aún tienen mucha vigencia, además de que la humanidad que intenta explicar aún es la misma humanidad, que, a pesar de todo, aún no termina de explicarse o de autodefinirse.

Como no me gusta repetir lo que se ha escrito en otros lados (o al menos aparentar que no pretendo hacerlo), quisiera tomar sólo algunos ejemplos extraí­dos de la literatura de Camus y explicar desde ese punto de vista a nuestra sociedad actual, especialmente la guatemalteca.

Empiezo por «La peste» (1947), libro cuya metáfora es más identificable. El argumento es sencillí­simo. Cae la peste en la ciudad argelina de Orán y, sin más explicaciones, cierran las fronteras: nadie sale y nadie entra, sin importar que alguien tuviera que ir a cerrar un negoción, o que alguien estuviera aterrorizado por la epidemia y no querí­a contagiarse.

Este argumento, de que los personajes de repente se hayan atrapados, y tienen la obligación o necesidad de relacionarse, sí­ o sí­. Es reiterativo este argumento, no sólo en Camus, sino también en su contemporáneo Jean Paul Sartre (Francia, 1905-1980), en obras como «A puerta cerrada» (1944), donde tres personajes se hayan en una especie de vida después de la muerte, sin poder escapar, y tener la necesidad de hablarse, y de donde surge la frase: «El infierno son los demás».

O bien, la novela «12 hombres en pugna» de Reginald Rose, que fue llevada al cine en Estados Unidos en 1957 y 1997, en la cual doce hombres forman parte de un jurado y deben decidir sobre la culpabilidad o inocencia de un sindicado de asesino; al principio el veredicto parecí­a sencillo: CULPABLE, pero tras deliberar un poco, se fue alargando, hasta que, al fin, afloraron los conflictos personales y terminaron por decidir: NO CULPABLE.

O como la pelí­cula «El show de Truman» (1998), dirigida por Peter Weir y estelarizada por Jim Carrey, en donde el personaje principal es obligado a vivir en un mundo irreal, porque a un director se le ocurrió realizar un «reality show», 24 horas, de su vida, la cual era manipulada dramáticamente para mantener las altas audiencias, hasta que el protagonista lo descubre e intenta huir.

Lamento haberme extendido en esto. Me pareció interesante, sino es que necesario, hacer ver que el argumento del encierro sea más o menos recurrente, sobre todo en obras de corte filosófico. Como análisis de este significado, se podrí­a inferir que un espacio cerrado representa el sentimiento de no escape y que, a pesar de querer irse, estamos obligados a permanecer y a resolver nuestros conflictos personales en ese encierro y con quien estemos, sin opción de pedir preferencias.

Existen varias circunstancias en que a la misma humanidad le ocurre lo mismo que a la ciudad de «La peste». Sin ir tan lejos, habrá que recordar que apenas el año pasado, una supuesta pandemia intentó evitar la movilidad humana, por temor a una enfermedad mortal, que terminó matando (en nuestro paí­s) a menos personas que lo que hacen las balas, la gripe común o la desnutrición. Pero ése es otro tema.

Si bien, esta analogí­a es muy simple de observar, debido a que el encierro -tanto la epidemia de la novela como la pandemia del siglo XXI- se debe al temor a un virus desconocido, también existen otras circunstancias en que nos vemos obligados a estar encerrados, como los personajes de aquella pelí­cula de Luis Buñuel (1900-1983) «El ángel exterminador» (1962), otro ejemplo de personajes que deben soportarse en el encierro.

Por ejemplo, ¿recuerda usted el «Corralito» argentino? Miles de personas se vieron imposibilitados de sacar sus ahorros en dólares, ya que el Gobierno argentino decidió poner candados a las cuentas, a fin de que no hubiera fuga de liquidez. ¿No pasó lo mismo en Guatemala cuando cerró Bancafé y el Banco de Comercio? El encierrro y la impotencia de los cuentahabientes era tan parecida a la angustia existencial del ser humano durante su vida. Darse cuenta que los ahorros de siempre, simplemente estaban lejanos a su alcance.

Pero aún más; las condiciones de un paí­s como Guatemala se parecen más a ese tipo de encierros en que no se sabe cómo se llegó a ello, ni por qué, ni cómo salir. Actualmente, los lugares de habitación, las viviendas o, en un plano un poco más amplio, las colonias o conjuntos de casas, se encuentran en una fase de aislamiento por el mismo temor a la inseguridad.

Garitas de seguridad con ociosos agentes, que reciben el dinero que no queremos que nos sea robado por un extraño, nos aí­slan del mundo exterior. Nuestra casa, que en términos simbólicos-psicológico deberí­a equipararse con nuestro Yo Interior, son más bien cárceles que nos impiden la relación con los demás. Y, a pesar de todo, en este encierro, nos obligan a lidiar con los que estemos, no con los que queremos.

La inseguridad, el tráfico, las catástrofes, la falta de autobuses, la caí­da de un puente, un asesinato que bloqueó la ruta principal por donde pasamos, son motivos cotidianos para vivir y sufrir esta encerrona como la que Camus y otros absurdistas/existencialistas proponí­an.

A Camus también se le acredita el haber encontrado la imagen más adecuada para describir nuestra condición existencial de posguerra: el mito de Sí­sifo.

Sí­sifo es un personaje de la mitologí­a griega que por sus delitos y sus astucias ilí­citas, fue obligado a empujar una piedra sobre una ladera empinada. Justo cuando estaba por alcanzar la cima, la piedra retrocedí­a cuesta abajo, para obligar a Sí­sifo a iniciar de nuevo.

La condición humana se parece a ese castigo infernal que le fuera impuesto a Sí­sifo. Todos los dí­as lo mismo, esforzarse para alcanzar eso tan anhelado (¿recompensa monetaria, fama, salud, reconocimiento, justicia?), pero nunca alcanzarlo y estar obligado a intentarlo nuevamente.

Quizá, como escribe Mario Vargas Llosa (Perú) en su artí­culo «Entre Sartre y Camus» (recogido en «Contra viento y marea», 1962), Camus ha sido poco leí­do porque se le considera más bien un filósofo tedioso que utiliza la literatura para expresar sus ideas, y no como un simple literato genial con ideas valiosas. Y es que, en la segunda mitad del siglo XX, la mayor parte de filósofos encontró en la literatura el mejor medio para hacerse comprensibles, mientras que los literatos prefirieron emigrar a otros campos, como la redacción de guiones para televisión, con series como «La isla de Gilligan» o «Lost», en las cuales ¡oh sorpresa! los personajes se encuentran encerrados y obligados a sufrir sus meditaciones existenciales a pesar de los demás. Camus vive aún.

ALBERT CAMUS, SU VIDA


Nació en una familia de colonos franceses (pieds-noirs) dedicados al cultivo del anacardo en el departamento de Constantina. Su madre, Catalina Elena Sintes, nacida en Birkadem (Argelia), y de familia originaria de Menorca, era analfabeta y casi totalmente sorda. Su padre, Lucien Camus trabajaba en una finca vitiviní­cola, cerca de Mondovi, para un comerciante de vinos de Argel, y era de origen alsaciano como otros muchos pieds-noirs que habí­a huido tras la anexión de Alsacia por Alemania tras la Guerra Franco-Prusiana. Movilizado durante la Primera Guerra Mundial, es herido en combate durante la Batalla del Marne y fallece en el hospital de Saint-Brieuc el 17 de octubre de 1914, hecho que propicia el traslado de la familia a Argel a casa de su abuela materna. De su progenitor, Albert, sólo una fotografí­a y una significativa anécdota: su señalada repugnancia ante el espectáculo de una ejecución capital. Ubicados en Argel, Camus realiza allí­ sus estudios, alentado por sus profesores, especialmente Louis Germain en la escuela primaria, a quien guardará total gratitud, hasta el punto de dedicarle su discurso del Premio Nobel; y también Jean Grenier, en el instituto, quien lo inició en la lectura de los filósofos, y especialmente le dio a conocer a Nietzsche.

Comenzó a escribir a muy temprana edad: sus primeros textos fueron publicados en la revista Sud en 1932. Tras la obtención del bachillerato, obtiene un diploma de estudios superiores en letras, en la rama de filosofí­a. La tuberculosis le impide participar en el examen de licenciatura.

En 1935 comenzó a escribir «El revés y el derecho» que fue publicado dos años más tarde. En Argel funda el Teatro del Trabajo que en 1937 reemplaza por El Teatro del Equipo. En esos años Albert Camus abandona el Partido Comunista por serias discrepancias, como el Pacto germano-soviético y su apoyo a la autonomí­a del PC de Argelia respecto al Partido Comunista Francés.

Entra a trabajar en el Diario del Frente Popular, creado por Pascal Pia: su investigación «La miseria de la Kabylia» tiene un resonante impacto. En 1940 el Gobierno General de Argelia prohí­be la publicación del diario y maniobra para que Camus no pueda encontrar trabajo. Camus emigra entonces a Parí­s y trabaja como secretario de redacción en el diario Paris-Soir. En 1943 trabaja como lector de textos para Gallimard, importante casa editorial parisina, y toma la dirección de Combat cuando Pascal Pia es llamado a ocupar otras funciones en la Resistencia contra los alemanes.

El anarquista Andre Prudhommeaux lo presentó, en 1948, por primera vez, en el movimiento libertario, en una reunión del Cí­rculo de Estudiantes Anarquistas, como simpatizante que ya estaba familiarizado con el pensamiento anarquista. Camus escribió a partir de entonces para publicaciones anarquistas, siendo articulista de Le Libertaire (precursor inmediato de Le Monde libertaire), Le révolution proletarienne y Solidaridad Obrera (de la CNT). Camus, junto a los anarquistas, expresó su apoyo a la revuelta de 1953 en Alemania Oriental. Estuvo apoyando a los anarquistas en 1956, primero a favor del levantamiento de los trabajadores en Poznan, Polonia, y luego, en la Revolución húngara. Fue miembro de la Fédération Anarchiste.

Su ruptura con Jean-Paul Sartre tiene lugar en 1952 tras la publicación en Les Temps Modernes del artí­culo que éste encargó a Francis Jeanson, donde reprochaba a Camus que su rebeldí­a era «deliberadamente estética». En 1956, en Argel, Camus lanza su «Llamada a la tregua civil», pidiendo a los combatientes del movimiento independentista argelino y al ejército francés, enfrentados en una crudelí­sima guerra sin cuartel, el respeto y la protección sin condiciones para la población civil. Mientras leí­a su texto, afuera, una turba heterogénea lo injuriaba, y pedí­a su muerte a gritos. Para él, en aquella guerra, su lealtad y su amor por Francia, no impedí­a el cabal conocimiento de la injusticia que viví­a el pueblo argelino, depauperado y humillado, como tampoco podí­a impedir su amor por Argelia que se reconociera deudor de una lengua, una cultura y una sensibilidad polí­tica y social indisolublemente unidas a Francia.

Existen corrientes de opinión que afirman que esta ruptura nunca tuvo lugar realmente. La confusión entre las cartas a Sartre enviadas en la década del 1932 al 1954 fue el indicador de que Camus negaba su influencia, achacándola a «malentendidos intencionados». Futuras indagaciones siembran dudas sobre la autorí­a real de esas cartas.

Al margen de las corrientes filosóficas, Camus elaboró una reflexión sobre la condición humana. Rechazando la fórmula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón, se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. No dejó de luchar contra todas las ideologí­as y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano. Lo definió como la Filosofí­a del absurdo, además de haber sido un convencido anarquista, dedicando parte importante de su libro «El hombre rebelde» a exponer, cuestionar y filosofar sobre sus convicciones, y demostrar lo destructivo de toda ideologí­a que proponga una finalidad en la historia.

Camus murió el 4 de enero de 1960, en un accidente de coche cerca de Le Petit-Villeblevin. Entre los papeles que se le encontraron habí­a un manuscrito inconcluso, El primer hombre, de fuerte contenido autobiográfico y gran belleza. Camus fue enterrado en Lourmarin, pueblo del sur de Francia donde habí­a comprado una casa.

«Inocente es quien no necesita explicarse.»
«No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio.»
«Me rebelo, luego somos.»
«El deber es lo que esperas de los demás.»
«El éxito es fácil de obtener. Lo difí­cil es merecerlo.»
«En las profundidades del invierno finalmente aprendí­ que en mi interior habitaba un verano invencible.»
«La libertad no es nada más que una oportunidad para ser mejor.»
«Amo demasiado a mi paí­s para ser nacionalista.»