Campesinos mejorar próspero negocio turí­stico


Campesinos, pescadores y artesanos de aldeas de Costa Rica están desarrollando una creciente oferta de servicios para atraer a visitantes extranjeros. ARCHIVO

Campesinos, pescadores y artesanos de aldeas de Costa Rica están desarrollando una creciente oferta de servicios para atraer a visitantes extranjeros y llevarse una tajada cada vez mayor del suculento negocio turí­stico, que aporta una quinta parte de las divisas al paí­s.


Una posada rústica en una aldea indí­gena a la que se llega en canoa, un restaurante de mariscos en una isla con manglares, una granja con producción orgánica de cacao son algunos emprendimientos de familias humildes que ven en el turismo un modo de ganarse la vida y preservar estilos ancestrales de vida.

En 2009, el «turismo rural comunitario» atendió a unos 73.000 visitantes en el paí­s, 5,5% del total de turistas extranjeros, pero a diferencia del turismo tradicional, el negocio no decayó por la crisis económica. En 2008 habí­a atendido al 3,5%.

«Claro que afectó la crisis, lo que pasa es que éste es un nicho nuevo que solamente puede crecer; el año pasado creció menos, pero no bajó», explicó a la AFP la presidenta de la Cámara Nacional de Turismo Rural, Kyra Cruz Meyer.

Unas 3.000 familias viven de esta actividad en un paí­s que percibe al año unos 2.000 millones dólares, una quinta parte de su comercio exterior, de unos dos millones de visitantes extranjeros, la mitad de ellos estadounidenses.

No es un negocio opuesto al turismo tradicional, sino que para prosperar, debe «encadenarse» a él, aclaró Cruz.

Con financiamiento del Instituto (ministerio) de Turismo, medio centenar de pequeños empresarios de turismo rural presentaron su oferta en la Expotour 2010, que culminó este fin de semana en San José, y que congregó a grandes operadores que buscaban contratar servicios.

«El turismo rural comunitario tení­a muy pocas posibilidades de encadenarse con la industria turí­stica, pero ahora empieza a dar a conocerse, a negociar de tú a tú con «turoperadores», con mayoristas», dijo Cruz.

Uno de los expositores era Alexander Retana, un técnico en ganaderí­a que ofrece visitas a su granja en la provincia de Osa, en el Pací­fico sur, para conocer el proceso de producción orgánica de cacao y otras frutas tropicales.

«Es un recorrido por las plantaciones, conociendo cultura, historia y sobre todo el proceso del cacao», explicó Retana a la AFP.

Retana, de 30 años, trabaja con su esposa y su hermana atendiendo a unos 300 turistas que, cada mes, son enviados por hoteles cercanos a su granja «Kí¶bí¶ (sueño en lengua guaymi).

Al otro lado del istmo, cerca de la costa Caribe, mujeres indí­genas bribri de la zona de Talamanca, en la frontera con Panamá, atienden una posada rústica a la que se llega navegando en canoa por rí­os durante una hora y media.

«La gente se hospeda, tiene cabañas con baños privados, pero son baños al estilo bribri, como en un jardí­n. Es una comunidad que vive en completa comunión con el bosque», dijo Cruz.

En el Pací­fico norte, en Chira, la isla oceánica más grande de Centroamérica, mujeres pescadoras abrieron un restaurante que ofrece un variado menú de pescados y mariscos, en medio de manglares.

En varias de estas iniciativas, las mujeres tienen un papel protagónico.

«Ellas participan con mucho entusiasmo y el turismo rural comunitario es un espacio muy importante para revalorizar el papel de la mujer dentro de la economí­a familiar; son ellas ahora las que están firmando los cheques», dijo Cruz.