La Capilla Sixtina es uno de los sitios más famosos en donde se conjuga el arte. La imagen de Adán a punto de tocar el dedo de Dios, la cual ha trascendido la capilla y habitualmente se representa por separado.
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Hoy se celebran los 500 años de que Miguel íngel Bounarotti iniciara a pintar los frescos de la bóveda. Años después iniciaría con El Juicio Universal, el fresco en una de las paredes.
Es decir, dentro de la Capilla Sixtina se encuentran dos majestuosas obras de arte que han conmovido al mundo.
Pero no sólo es eso; la Capilla Sixtina y el propio Miguel íngel son símbolos de dos tipos de arte, una transición personificada sólo por él mismo.
Miguel íngel, al pintar los frescos de la bóveda, se ubicaba dentro de la estética del Renacimiento, la cual buscaba los valores clásicos del arte antiguo de Grecia. Es decir, la búsqueda de la belleza, la verdad y la justicia a través del arte, y, sobre todo, la serenidad ante el destino.
Por eso, en el Renacimiento se regían por la simetría de las formas, por la calma en sus rostros y por exaltar altos sentimientos. Si se observan los frescos de la bóveda de la Capilla, la estética se puede explicar bajo estos criterios. De la misma forma, otras obras de arte de Miguel íngel, como el David, u obras de otros contemporáneos, como Leonardo da Vinci, el rival artístico de aquél.
A pesar de que no pasaron tres décadas, Miguel íngel inicia en 1535 la pintura de los frescos de El Juicio Final, cuya estética es diferente. Tiempo después, a esta nueva estética le llamarían Manierismo, que significaba, en florentino, «a la manera de…», en este caso a la manera de Miguel íngel.
Pero más que buscar imitadores, lo que creó Miguel íngel es una tendencia de alejarse de los valores clásicos; es decir, olvidarse de esa falsa serenidad de los seres humanos ante las tragedias, y pensar que lo más bello de la vida usualmente no tiene simetría.
Este Manierismo llegaría a convertirse, a la larga, en el Barroco, que impactó sobre todo en España y en sus colonias.
Bóveda de la Capilla Sixtina
La bóveda de la Capilla Sixtina estuvo decorada con un cielo raso de estrellas doradas sobre un fondo azul (simbología que se aplicaba al manto de la Virgen y que ya se encuentra en las decoraciones de cielorrasos precristianos egipcios), obra de Pier Matteo d´Amelia, desde su construcción en 1484 hasta la intervención de Miguel íngel entre 1508 y 1512.
El techo de la Capilla Sixtina se divide en varias secciones: La bóveda que es donde están pintadas las escenas del Génesis, los lunetos y las enjutas laterales que es donde están los antepasados de Cristo, los triángulos donde se encuentran los profetas y las enjutas de las esquinas o pechinas donde están las cuatro historias clave de la Salvación del pueblo de Dios.
Ahí se encuentra La creación de Adán, probablemente la escena más bella o en todo caso la más conocida.
El Juicio Universal
El Juicio Universal, también conocido como Juicio Final, es tal vez una de las obras más perfectas de la larga y activa carrera de Miguel íngel. Llena del espíritu de Dios que crea y destruye, una obra única que domina con la espléndida audacia de su creador.
Arriba, mirando hacia la izquierda está Cristo, juez implacable, con la mano derecha alzada, en actitud de condenar. La Virgen, que está a su lado, aparece resignada a la hora de la justicia. Los demás personajes de la corte son los profetas, los apóstoles, los mártires. A la derecha del Mesías están los elegidos, a la izquierda los réprobos. En el cielo, entre los lunetos, están alineados los ángeles con los instrumentos de la Pasión.
Abajo, a la izquierda, la escena de la resurrección de los muertos: un grupo de íngeles, en el centro, que llevan el libro del juicio, tocan las trompetas, mientras de los sepulcros destapados salen los muertos para volver a encontrarse en el valle de Josafat. Y mientras los buenos suben al cielo en medio de la rabia de los demonios, los malos son arrojados a los abismos, donde los esperan Caronte con la barca y Minos, el juez infernal.
El Juicio Universal fue comenzado en el año 1535 y finalizado en 1541.
A pesar de la belleza de la composición, el hecho de que las figuras apareciesen desnudas según el gusto del artista escandalizó a la iglesia que mandó una década después a un pintor conocido popularmente como «Il Braghettone (Daniele da Volterra) que añadiese unos taparrabos a todos los participantes.
La Capilla Sixtina fue restaurada entre los años 1980 y 1994 con la ayuda de Japón, que sufragó los gastos de la obra, valorados en 50 millones de dólares. Algunos repintes de Volterra fueron eliminados, pero otros se dejaron, tanto por dejar testimonio de dicha alteración como porque partes originales de Miguel íngel se habían raspado y no era posible recuperarlas.
La restauración con muy sensible instrumental moderno quitó la pátina de grasa, humedad y humo que opacaba al conjunto pictórico quedando entonces – para sorpresa de los espectadores? a la vista la paleta original de Miguel íngel: de intensos colores, contrastados claroscuros, así como meditadas tensiones dramáticas (casi teatrales en la mejor acepción del término teatral) que resultan ser un antecedente del más excelente manierismo y por esto ya una ruptura con la pintura típicamente renacentista.
Cabe añadir que, contraviniendo las opiniones de el Bramante, arquitecto ingeniero oficial que entonces poseía el Vaticano, Miguel íngel Buonarroti se negó a pintar los frescos sostenido por un andamiaje que debía colgar de clavijas empotradas en el techo (este sistema dañaría la composición pictórica), para solucionar un problema que parecía insoluble Miguel íngel efectuó un prodigiosos e innovador sistema de andamios prácticamente autoportantes que se soportaban mediante ajustes laterales en las paredes.
Cambios artísticos
Tal vez, de los más visibles, sólo Miguel íngel y Beethoven serían representantes de dos estéticas diferentes. Usualmente, un artista se amarra en un criterio y le es difícil adaptarse a los nuevos cánones.
En el caso de Beethoven, el logró acompañar el cambio musical entre el Clasicismo y el Romanticismo. Miguel íngel, del Renacimiento al Barroco.
A lo largo de la historia del arte, existen cambios que, habitualmente, se contradicen, fenómeno explicado porque los artistas, cansados de los excesos de una estética anterior, buscan crear lo contrario.
La serenidad clásica del Renacimiento fue rechazada por lo tormentoso del Barroco. A su vez, el Neoclásico rechazó la superretórica del Barroco, por lo que prefirió la sencillez. Sin embargo, los Románticos consideraron que los neoclásicos exponían una visión falsa de la sociedad, por lo que prefirieron evadir el mundo y refugiarse en el pasado y la oscuridad.
Por su parte, los realistas criticaban de los románticos esta evasión, y propusieron que el arte debería representar fielmente lo que es la sociedad, con una descripción casi sociológica.
Entre estos cambios, se ha desarrollado la historia del arte, en una perenne dialéctica, como lo explicaba Hegel.
Sin embargo, hay cambios que son constantes, como la lucha entre la evasión y el presente; entre el preciosismo y la vitalidad; entre el arte por el arte y el arte comprometido… en fin, son criterios que vienen y van según los cambios.
Hay un criterio más persistente, sobre todo en la plástica, y es la captura del momento. Por ejemplo, para el clasicismo de Miguel íngel, como la estatua de David y la Creación del hombre, el momento en que capturó esas escenas fue ANTES de que ocurrieran. Es decir, antes de que David lance la piedra a Goliat, o antes de que Dios toque el dedo a Adán.
El momento previo a la acción refiere serenidad, reflexión, admiración incluso por lo que sucede.
En cambio, la otra estética refiere capturar el MOMENTO en que se realiza la acción; incluso puede ser después de que ocurra. En El Juicio Final, Jesús, al centro de la pintura, está juzgando y algunos se lamentan porque ya se les condenó. La expresión de desconsuelo de algunos es evidente. Aquí no hay reflexión, porque no hay tiempo de detenerse a pensar.
Existen otras esculturas de David en que capturan el momento en que está lanzando la piedra. Esto da más movimiento y más patetismo a la obra, efecto creado por las estéticas como el barroco, el romanticismo, el art decó o la postmodernidad actual.
Miguel íngel esculpió también obras en esta estética, al estilo barroco, en donde la Virgen María sostiene a su hijo muerto, dándole un gran sentimiento a la obra.
Pocas figuras son tan importantes para la historia del arte como Miguel íngel, no solamente por su obra, sino porque representan cambios artísticos e, incluso, propuestas, lo cual celebramos hoy a 500 años de que iniciara una de las obras más representativas de la humanidad.