Cambiar el mundo


Hay mucho de lo que existe en el mundo que no funciona porque obedece a un discurso opresor. Nos hemos equivocado, hemos construido una cultura deshumanizante y aniquiladora. Vamos, sin duda, rumbo a la muerte. De hecho, ya vivimos bajo el signo de la muerte, la desesperanza y la miseria. Por eso, se hace urgente cambiar de rumbo y fundar una realidad distinta.

Eduardo Blandón

No se necesita ser perspicaz para enterarnos que estamos mal. Los jóvenes no encuentran empleo, viven sin esperanzas, hay hambre, guerras y drogas, mucho dinero insano producto de negocios ilí­citos. Ante esto, la vida resulta penosa y el suicidio una solución eficaz. No se mira nada bueno en el horizonte. Estamos acabando con los recursos y vivimos de manera irresponsable satisfaciendo los deseos inmediatos olvidándonos de las generaciones futuras.

Un discurso distinto, el contrario al opresor, deberí­a ir en la ví­a de fundar sociedades en las que prive el amor. Hay que poner de moda la caridad, el afecto, la ternura y la compasión. El sentimiento nos permitirá ver la vida con otros ojos y nos ayudará a hacer habitable este planeta que es nuestro hogar. La pedagogí­a del amor nos enseñará muchas cosas. Veamos alguna de ellas.

La caridad fraterna nos ayudará a estar más felices con nosotros mismos. Nos dará un sentimiento de satisfacción pocas veces experimentada y una paz nunca antes vivida. El amar producirá que se nos ame y esto incidirá en una vida en la que el único escrúpulo será no amar suficientemente al prójimo. La benevolencia nuestra hacia los otros hará que se nos ame sin ningún interés y sólo buscando nuestra ventaja propia. El amor nos volverá adicto al amor.

La pedagogí­a del amor nos enseñará a celebrar el éxito de los demás. Lejos quedarán los dí­as de las envidias y el malestar por el bienestar del prójimo. Nuestra vida será una perenne celebración, una fiesta constante por las metas alcanzadas de ese que un dí­a imaginé como adversario. Es más, el afecto me impulsará a contribuir con la felicidad del otro y sentiré pena por su desgracia. Sin duda me convertiré en un puente para que los otros pasen y consigan sus propios objetivos.

En un mundo en el que priva el amor, las apariencias pasarán a la historia. Ya no necesitaré comprar para buscar estatus: un carro nuevo, la camisa de etiqueta, un nuevo tí­tulo académico. Lo que ahora importa es la sinceridad, la transparencia y la genuinidad. El imperativo es la fidelidad a mí­ mismo, la autenticidad. Nunca más ser para que otros me vean, sino ser para servir mejor. Los deseos acabarán porque sólo existirá una necesidad: ser yo mismo.

En un mundo donde todos nos amemos no habrá hambre, guerra o tráfico de drogas. Ni trata de blanca, ni esclavitud, ni salario justo. Los jueces tendrán vacaciones y las cárceles estarán semivací­as. Privará el enseñarnos unos a otros y la competencia será sólo para ver quién sirve más y mejor (al menor costo), y los niños de la calle será sólo un recuerdo desagradable de esos tiempos de perversidad ideológica y mental. Miraremos al pasado sólo para aprender de los errores.

Un mundo así­ es posible. Sólo es necesario imaginarlo, creerlo y ponerse manos a la obra. Debemos comenzar hoy mismo.