Está en Guatemala otro de los presidentes latinoamericanos que mediante reformas constitucionales para facilitar su propia reelección, prostituyen la democracia bajo el signo mesiánico de que únicamente ellos pueden dirigir los destinos de su Patria. Por supuesto que la valoración de estos dictadores se hace, como siempre, con base en criterios ideológicos y así hay quienes aplauden al señor ílvaro Uribe por sus maniobras para manosear la Constitución, mientras otros lo hacen con personajes del corte de Hugo Chávez.
La verdad sencilla y simple es que son dos políticos idénticos en cuanto a utilizar el poder para eternizarse y mangonear a sus pueblos. No hay, en el fondo, diferencia alguna en cuanto a la calidad ética y política de Uribe respecto a Chávez, puesto que los dos insisten ante sus electores que la Patria los necesita para enfrentar sus más agudos problemas y que no hay, en todo el horizonte de la Nación, otro dirigente con la capacidad, la entrega, el talento, la honradez y la determinación de ejercer el poder absoluto sobre vidas y haciendas, como lo hacen todos los dictadores en el mundo.
Uribe es aplaudido por la derecha, por las fuerzas conservadoras que lo ven como modelo de la forma en que se tiene que enfrentar la problemática social con base en la represión. No olvidemos que durante los debates en campaña, el mismo presidente Obama condenó los excesos cometidos por el gobierno de Colombia contra sindicalistas y activistas de derechos humanos. Goza, eso sí, del apoyo de las grandes empresas periodísticas y por ello su imagen no es la misma que tiene Chávez, quien enfrentado a la prensa, también comete abusos y excesos contra quienes pregonan la democracia y la libertad en su país.
Hemos dicho muchas veces que cambian los raseros, pero que los hechos en el fondo no se distinguen porque aherrojan libertades y, sobre todo, se corrompen absolutamente en el ejercicio de un poder que se vuelve absoluto a fuerza de sobornar y amenazar a la población. Dirán los simpatizantes de Uribe que es el pueblo el que lo apoya, pero lo mismo puede decirse entonces de Chávez. No es realmente un apoyo de la población sino que es la manipulación burda de los instrumentos del poder para eternizarse en el mando de una nación. Y decimos mando porque no se ejerce mandato, sino que se manda, literalmente, con el criterio tiránico de quienes no soportan disidencia ni están dispuestos a enfrentar reales oposiciones. Mucho menos la peregrina idea de que la Patria pueda subsistir sin ellos.