Cambalaches y sus insólitos objetos


Réplicas de la Venus de Milo, surtidores de combustible, un avión, autos antiguos destartalados, bandoneones, ropa, libros, calefones, mármoles, rejas y cualquier objeto que venga a la imaginación pueden hallarse en los cambalaches que pueblan la principal carretera de la costa uruguaya.


Esta especie de museos improvisados a la vera de la Ruta Interbalnearia son, como decí­a Enrique Santos Discépolo en su tango Cambalache, una «vidriera irrespetuosa», donde «ves llorar la Biblia contra un calefón» (tanque con resistencia eléctrica que sirve para calentar el agua de uso doméstico).

La insólita, inesperada, absurda y variada oferta, que atrae a los curiosos como un imán, ha llevado a directores de cine y de avisos publicitarios a surtirse de esos cambalaches para sus producciones.

Un avión Fokker F-27 Fairchild, el mismo modelo que cayó en los Andes en octubre de 1972 con 45 pasajeros uruguayos, parece a punto de cruzar la ruta a la altura de Neptunia, 35 km al este de Montevideo.

Walter Fleitas, de 61 años, que solí­a restaurar autos antiguos, compró el avión a la Fuerza Aérea Uruguaya hace 14 años, con la intención de montar allí­ una oficina, algo que nunca concretó. Ahora «escucho ofertas», dijo a la AFP.

El fuselaje fue alquilado para el premiado documental «Sociedad de la nieve», de Gonzalo Arijón, que relata la historia de los 16 sobrevivientes de aquella tragedia, que pasaron 72 dí­as en la montaña comiendo carne humana.

Pocos kilómetros más adelante, aparecen como fantasmas del pasado objetos de tiempos pretéritos, incluso «un carro araña que estuvo en la guerra del Paraguay», dice Gabriel Rissotto, en alusión a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870).

«Lo fui a buscar a una estancia vieja en Artigas (600 km al norte de Montevideo), que a su vez habí­a sido traí­do de Brasil, de un lugar cerca de Foz de Iguazú», relata Gabriel, que junto a su esposa, Mary, lleva adelante el «negocio familiar», que incluye el alquiler de sus tesoros a productoras de publicidad.

En «Lo de Rissotto» se pueden hallar objetos de todo tipo cuya pátina de tiempo deja traslucir sus mudas historias.

Abundan además los autos viejos, desde un Ford A hasta un Citroí«n 11, e incluso un Chevrolet del «28 restaurado, que usaba la Texaco como surtidor de combustible con una bomba manual. «Estamos negociando con unos árabes que lo quieren comprar», dijo Gabriel.

Al cambalache de los Rissotto, un auténtico museo, llegan muchos extranjeros. «Un suizo nos compró 30 carretas», dijo Mary, aunque predominan los brasileños, que incluyen la visita en su periplo turí­stico luego de que saliera un artí­culo en la revista «Classic Show» de Brasil.

«Más que la rentabilidad, lo más sobresaliente son las amistades que cultivas», afirmó Mary. «Al millón de dólares no llegamos, pero al millón de amigos sí­», acotó Gabriel.

En San Luis, 62 km al este de la capital, hay gran cantidad de coches viejos y destartalados en exhibición.

Destacan un Plymouth del «55, un Pontiac del «47 y otro de «55, un Graham del «34, un camión Ford A del «31, dos coupé Ford del «37, un Chevrolet Bel Air, un De Soto.

«Es como tener la novia, porque el novio aparece solo», dice Manuel Abete, dueño del negocio.

Es que «los extranjeros se vuelven locos con estas cosas. Vienen alemanes, holandeses, franceses, ingleses, mexicanos, argentinos, brasileños y de otros lugares», afirma Abete, quien también alquiló algunas de sus reliquias para la producción de la pelí­cula uruguaya «Chevrolet».