Marwan al-Jabur, un palestino de 30 años, relató a la organización Human Rights Watch (HRW) sus dos años de detención en una prisión secreta de la CIA, que incluyó varios meses de aislamiento en una celda minúscula, donde permaneció desnudo y esposado sin saber dónde estaba.
Nacido en Jordania y criado en Arabia Saudita, Marwan al-Jabur se instaló en 1994 en Pakistán. Según su testimonio, recabado en diciembre y difundido ayer por HRW, se entrenó en un campo en Afganistán en 1998 y en 2003 colaboró con militantes árabes refugiados en Pakistán.
El 9 de mayo de 2004 fue detenido en Lahore (Pakistán). Luego de cuatro días de pesadilla en manos de agentes paquistaníes, fue conducido a una casa privada de Islamabad, convertida en prisión, donde fue interrogado por agentes norteamericanos.
Un mes después fue transferido en avión a otra prisión, controlada únicamente por estadounidenses. Nadie le dijo dónde estaba, pero la duración del vuelo, la comida que le sirvieron, el clima y algunas alusiones de quienes le interrogaban le hicieron pensar que se encontraba en Afganistán.
A su llegada fue despojado de la ropa y puesto en una celda de dos metros cuadrados, sin ventanas, con la luz siempre encendida, y con apenas un cubo y dos viejas mantas. Tenía una mano esposada al suelo y estaba siempre vigilado por dos cámaras y un micrófono colocados en las paredes.
Al día siguiente, los guardias le raparon el cabello y la barba, y lo condujeron a una sala de interrogatorios, donde su cuerpo desnudo fue filmado en detalle, un procedimiento que se repitió al dejar la prisión dos años más tarde.
Luego comenzaron los innumerables interrogatorios. Los agentes norteamericanos, en su mayoría de unos 30 años y entre los cuales había varias mujeres, le mostraron cientos de fotos al preguntarle sobre sus actividades.
Cuando no era lo suficientemente cooperativo, tenía que permanecer esposado varias horas en posiciones tan dolorosas que le costaba respirar, y sometido a música de película de terror a todo volumen.
Contrariamente a los paquistaníes, los norteamericanos no lo golpearon. Sin embargo amenazaron con encerrarlo en una «jaula de perros», afirmando que Khaled Mohammed, presunto cerebro de los atentados del 11 de septiembre, había hablado luego de pasar «un tiempo» en ella.
Poco a poco, sus condiciones de vida mejoraron. Recibió un ejemplar del Corán, luego un calzoncillo y más tarde una alfombra para rezar. Al cabo de seis meses fue conducido a una celda más grande, donde se podía duchar una vez por semana.
Al año pudo ver películas y luego tuvo acceso a una biblioteca cada vez más nutrida. Incluso aprendió a jugar al ajedrez con un guardia y recibió un pequeño juego electrónico. Pero debió esperar 18 meses antes de poder ver la luz del día o de quitarse las cadenas de los pies.
Y a pesar de su súplicas, nunca pudo enviar el menor mensaje a su mujer y a sus tres hijas. Puesto en aislamiento absoluto, no pudo entrar más que furtivamente en contacto con otros detenidos.
El 31 de julio pasado fue transferido a una prisión en Jordania, donde pudo ver por primera vez a un representante de la Cruz Roja. Luego fue remitido a las autoridades israelíes, que le suministraron un abogado y lo presentaron ante un juez. Fue liberado en noviembre.
La CIA se negó a comentar este caso particular, pero afirmó en un comunicado que Estados Unidos no practica la tortura y que las prisiones secretas son «una herramienta esencial y legal en la lucha contra el terrorismo».
La organización de defensa de los derechos humanos Human Rights Watch (HRW) afirmó ayer que la CIA ha tenido en su custodia muchos más presos de lo que reconoce Washington y exigió conocer su suerte.
El presidente estadounidense George W. Bush «nos dijo que los últimos 14 presos de la Agencia Central de Inteligencia habían sido enviados a Guantánamo, pero hay otros muchos ’desaparecidos’ de la CIA cuya situación se desconoce», dijo Joanne Mariner, responsable de cuestiones de terrorismo y contraterrorismo de HRW.
«Â¿Qué les ha ocurrido y dónde están ahora?», se preguntó.
HRW envió una carta a Bush en la que le pide explicaciones sobre el destino de 38 sospechosos, de los que 16 estuvieron a ciencia cierta en manos de la CIA, según la organización.