Fiel a un estilo en que grandilocuencia y funcionalidad pueden ir de la mano, el arquitecto español Santiago Calatrava inaugura mañana su estación de tren de Lieja (Bélgica), un colosal esqueleto arqueado de hormigón y vidrio que ha suscitado por igual aplausos y críticas.
Se habrá requerido quintuplicar el presupuesto inicial, hasta 312 millones de euros, y armarse de paciencia durante nueve años, tres más de lo previsto, antes de retirar el precinto de la estación, de bóveda redonda y contornos suaves, femeninos, pero de talla y peso mayúsculos: 10.000 toneladas de acero, tres mil más que la Torre Eiffel de París, recubren su estructura.
«He querido construir la estación del siglo XXI, funcional», admite un «orgulloso» Calatrava, mientras muestra a la prensa los secretos de su última obra, erigida sin interrumpir «un solo día» la actividad ferroviaria, que ya discurría por la antigua estación ubicada apenas unos metros más allá.
«Las antiguas estaciones se construían como si fueran catedrales. Se alzaban torres, el viajero debía atravesar primero un vestíbulo, después otro… Esto pertenece al pasado», afirma el valenciano, señalando los arcos de hormigón blanco, una de sus marcas arquitectónicas, hacia donde apuntan los ascensores fabricados en vidrio redondo.
Desde el cuarto y último nivel, la perspectiva se hace más clara: la estación, de cinco vías y escaleras mecánicas que descienden suavemente, como surcos de lava, está abierta de par en par. Como una postal, el barrio de Guillemins aparece de frente, con sus modestas casas bajas y tejados de pizarra.
«Es un lugar naturalmente abierto», sostiene Calatrava, quien cuenta en su haber estaciones en España, Italia, Francia, Alemania y Suiza, además de su intercambiador, en proceso de ejecución, en la Zona Cero de Nueva York.
Los trenes cubren el tráfico nacional pero también las líneas de alta velocidad, uniendo Lieja – antaño una próspera ciudad industrial en la que nació la madre de Carlomagno -, con París, Londres y Colonia (Alemania). Su objetivo es acoger diariamente a 50.000 viajeros.
Sus habitantes celebrarán el viernes una fiesta con pompa para inaugurar oficialmente la estación, tras una década de complicaciones y retrasos en las obras.
«Han sido necesarios trabajos titánicos para desplazar la estación, demoler la antigua, hacer los andenes rectilíneos… Es como cuando uno mira una planta con flores sin ver las raíces», defiende Calatrava sin perder la sonrisa, acostumbrado a que sus proyectos vayan acompañados de polémica.
El New York Times calificó recientemente de «monumento al ego» su futura estación de Manhattan y su puente de la Constitución de Venecia, tras sufrir un aluvión de críticas, acaba de ser tachado de inseguro por un informe italiano.
La prensa belga, pese a resaltar la belleza de la nueva estación, la ha catalogado de «regalo envenenado», al tener una «talla desmesurada respecto a los inmuebles y las arterias del barrio». «Ahora la cuestión que se plantea es cómo adaptar el barrio a la estación», señalaba esta semana el diario Le Soir.
Otro problema susceptible de emerger en los próximos meses es que la casi inexistencia de lugares protegidos de las corrientes amenaza con dejar al viajero, mientras espera en el andén, a merced del largo y cruento invierno belga.
«Nadie es perfecto», admite Calatrava, asegurando que siempre está preparado para corregir. «Si las corrientes de aire son muy fuertes, hemos previsto alzar algunas vidrieras», promete.