Calamidades en el paí­s, una constante


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A los guatemaltecos nos llueve sobre mojado, en forma constante. Este año en su primer semestre da impresión de haberse iniciado con el pie izquierdo. Lejos al parecer de mejorí­a y recuperación. Somos tildados a menudo de aguantadores y conformistas, pero sacamos a relucir situaciones alentadoras como arrojo, esfuerzos y buena voluntad a fin de subsanar los problemas.

Juan de Dios Rojas

 


Ratifico lo último del párrafo anterior, por cuanto damos testimonio de cómo reacciona la gente en la capital y el interior. Ante las demoledoras fuerzas de los fenómenos naturales en serie, sacan fuerzas de flaqueza para superar la adversidad tocante a derrumbes, deslizamientos, desbordamientos de rí­os y la secuela de pérdidas humanas y materiales; voladuras de puentes y ruina del sistema vial.

Las calamidades mencionadas, en definitiva deben estar ausentes de la superstición apabullante que se arrastra desde antes. Gana terreno fácilmente debido a criterios, mensajes, posiciones deleznables, apoderadas de muchos sectores proclives a manipulaciones malintencionadas. No faltan nunca en casos anormales, el hecho de intereses propios y el derecho de su nariz.

Lluvias torrenciales han destruido precarias viviendas, modestos haberes, al igual que pérdida total de cultivos y unos pocos animales domésticos. Así­ luchan con ahí­nco sostenido con la intención de sobrevivir con esperanzas en vez de quedarse con los brazos cruzados y llorar su desventura. Las emergencias los inducen a acogerse temporalmente en los refugios.

Presentes están los tétricos momentos de la erupción del volcán Pacaya, que arrojó toneladas de arena sobre la meseta central, a la cabeza la ciudad capital y otros departamentos. Positiva y ejemplar actitud mostró la población damnificada. La acción se demuestra con el movimiento. Provistos de utensilios se volcaron de inmediato a limpiar la arena de sus viviendas.

Hace ya un año la constante de calamidades tuvo presencia en forma de tormenta Agatha que hizo destrozos en todo el territorio nacional. Pronto este fenómeno tremebundo abatió cuanto encontró a su paso. En medio de la ruina que demolió nuestro paí­s, la fortaleza de espí­ritu sustentó mayores esfuerzos individuales y del colectivo; la unión hace la fuerza, quedó evidenciado.

Los trabajos de reconstrucción es obvio que no se harán con cascaritas de huevo. Entrarán en juego fuentes económicas diversas, entre otras: aprobación de bonos, ampliación presupuestaria, aprobados por el Congreso. Y en el presupuesto 2,011 se contemplarán montos destinados a ese propósito. Pero la deuda exterior seguirá de frente, habida cuenta que es una empresa de romanos.
 
Tras breve perí­odo de tiempo sobrevino otra calamidad, semejante a ponerle la tapa al pomo. Repercute en el ánimo nacional que sufre otro agobio emocional poseedor de fuerza colosal. La tormenta Mathew sobre el Atlántico y departamentos limí­trofes de la región caribeña.

Consecutivamente el suelo patrio es azotado por eventos naturales, en lista negra tormentosa.

El paí­s sacudido hasta los cimientos muestra un panorama sombrí­o y de desolación. Hasta las montañas lloran lágrimas, lágrimas de dolor, devastación dondequiera. A pesar de los pesares no se ha perdido la moral, situación palpable que exhibe voluntad a toda prueba. Renovada confianza en sí­ mismos y la mayor voluntad, similar al ave Fénix resucitará de las cenizas.

Increí­ble pero cierto, la constante nos ubica en el filo de la navaja, sin tregua. En el dí­a del aniversario de nuestra independencia (¿?) en el centro comercial Tikal Futura, visitantes y consumidores quedaron en medio de una horrenda balacera entre fuerzas policí­acas y supuestos narcotraficantes. Se apoderó el pánico de multitudes de niños, adultos y curiosos.

En el momento de escribir los presentes renglones, al caer de la tarde, un nuevo enfrentamiento se produjo en Petén, entre fuerzas combinadas del orden y narcotraficantes. Estos últimos impusieron terror en habitantes de poblados pací­ficos y productores. Lo aludido aquí­, además de reiterados linchamientos generan incertidumbre y desesperación. Que el paí­s no se derrumbe más.