Pareciera ser que las expectativas que despertara la asunción al poder del país más poderoso del mundo, han empezado a desvanecerse. La opinión pública estadounidense ha caído hasta el 49% de la aceptación que, hasta hace pocos meses mantenía el presidente Obama en altísimos porcentajes.
La rápida y penosa caída de la popularidad del primer presidente de color en los Estados Unidos de América y ello se refleja en la también rápida y penosa caída de las condiciones de vida de los estadounidenses. La marcada declinación en la popularidad, que en Enero se mantenía en un 78%, ha marcado, también a solamente nueve meses de distancia, la más dramática caída de cualquier presidente en los últimos 50 años. Las promesas del presidente Obama de rescatar a su país retornando a los ideales y las políticas que hicieran del presidente Roosevelt han caído al vacío.
Las promesas a la población de que los paquetes de estímulo económico se convertirían en millones de empleos en un vano esfuerzo de reconstruir la economía estadounidense y su infraestructura productiva, en lugar de ello fortaleció a los monstruos bancarios, que habían sido precisamente quienes había creado las condiciones para la crisis. Esos paquetes que consumieran billones de dólares fueron a dar a las cajas de esos bancos, sin que las promesas de trabajos que desesperadamente necesita la población, solamente llegaron a unos cuantos miles de acuerdo al Departamento de Estadísticas de Trabajo.
El presidente Obama no solamente fracasó en su promesa, sino se plegó con sus medidas a las guías de la Reserva Federal, la que ha venido imponiendo las medidas neoliberales que asumieran sus antecesores, medidas que se han reflejado en una aceleración en el número de desempleados, añadido al incremento en el número de personas que han perdido sus hogares, y los cada vez más deficientes servicios estatales, lo que ha provocado la ira de los ciudadanos que ven cada día empeorado sus condiciones de vida.
Las declaraciones del vicepresidente Biden de que lo que estaba sucediendo era una depresión, desató en los círculos de poder en Washington una tormenta, tratando de desmentir lo declarado como un «error».
Las tribulaciones por las que atraviesan los Estados Unidos, me hace recordar al personaje que conociera hará ocho o diez años y que con insistencia machacona trataba de convencer a sus connacionales de que la ruta por la que era conducida la economía no era la correcta. Un verdadero discípulo no solamente de las políticas roosvelianas, sino de los principios con los que fuera fundado su país, ha conducido una lucha frontal contra el neoliberalismo y contra las políticas que nacidas en la «pérfida Albión» han conducido a los Estados Unidos a esta lamentable situación.
Y lo recuerdo, porque en esa titánica  lucha que ha sido poco comprendida por sus connacionales, ha recorrido el mundo previniéndole de la catástrofe económica que puede llevar a un irreversible caos de no tomarse medidas, que alejadas de aquellas que devienen del sistema económico británico, pueda devolver la salud a las economías particulares de cada uno de los países del mundo, al comprender que estados Unidos dejó de ser la única potencia en el mundo y que compartir la responsabilidad con Rusia y las potencias emergentes India y China, hagan posible un nuevo Tratado Económico Mundial.
Lyndon LaRouche, que es el nombre de este no solamente ciudadano estadounidense, sino un verdadero ciudadano del mundo, continúa apoyado por su esposa Helga Zepp, recorriendo ese mundo con su mensaje, no de Choque de Civilizaciones, como lo hicieran los neocons, sino al contrario, un verdadero acercamiento entre las diferentes expresiones de cultura de nuestra tierra. Respetado por tirios y troyanos se ha convertido en la voz de la conciencia de un mundo que en su ceguera, camina por la cuerda floja del caos y el desastre.
Quienes le conocemos, aspiramos a que sus consejos sean escuchados por los líderes mundiales, sobre los que recae la responsabilidad de evitar ese desastre.