Caí­da


Pareciera ser que las expectativas que despertara la asunción al poder del paí­s más poderoso del mundo, han empezado a desvanecerse. La opinión pública estadounidense ha caí­do hasta el 49% de la aceptación que, hasta hace pocos meses mantení­a el presidente Obama en altí­simos porcentajes.

Carlos E. Wer

La rápida y penosa caí­da de la popularidad del primer presidente de color en los Estados Unidos de América y ello se refleja en la también rápida y penosa caí­da de las condiciones de vida de los estadounidenses. La marcada declinación en la popularidad, que en Enero se mantení­a en un 78%, ha marcado, también a solamente nueve meses de distancia, la más dramática caí­da de cualquier presidente en los últimos 50 años. Las promesas del presidente Obama de rescatar a su paí­s retornando a los ideales y las polí­ticas que hicieran del presidente Roosevelt han caí­do al vací­o.

Las promesas a la población de que los paquetes de estí­mulo económico se convertirí­an en millones de empleos en un vano esfuerzo de reconstruir la economí­a estadounidense y su infraestructura productiva, en lugar de ello fortaleció a los monstruos bancarios, que habí­an sido precisamente quienes habí­a creado las condiciones para la crisis. Esos paquetes que consumieran billones de dólares fueron a dar a las cajas de esos bancos, sin que las promesas de trabajos que desesperadamente necesita la población, solamente llegaron a unos cuantos miles de acuerdo al Departamento de Estadí­sticas de Trabajo.

El presidente Obama no solamente fracasó en su promesa, sino se plegó con sus medidas a las guí­as de la Reserva Federal, la que ha venido imponiendo las medidas neoliberales que asumieran sus antecesores, medidas que se han reflejado en una aceleración en el número de desempleados, añadido al incremento en el número de personas que han perdido sus hogares, y los cada vez más deficientes servicios estatales, lo que ha provocado la ira de los ciudadanos que ven cada dí­a empeorado sus condiciones de vida.

Las declaraciones del vicepresidente Biden de que lo que estaba sucediendo era una depresión, desató en los cí­rculos de poder en Washington una tormenta, tratando de desmentir lo declarado como un «error».

Las tribulaciones por las que atraviesan los Estados Unidos, me hace recordar al personaje que conociera hará ocho o diez años y que con insistencia machacona trataba de convencer a sus connacionales de que la ruta por la que era conducida la economí­a no era la correcta. Un verdadero discí­pulo no solamente de las polí­ticas roosvelianas, sino de los principios con los que fuera fundado su paí­s, ha conducido una lucha frontal contra el neoliberalismo y contra las polí­ticas que nacidas en la «pérfida Albión» han conducido a los Estados Unidos a esta lamentable situación.

Y lo recuerdo, porque en esa titánica  lucha que ha sido poco comprendida por sus connacionales, ha recorrido el mundo previniéndole de la catástrofe económica que puede llevar a un irreversible caos de no tomarse medidas, que alejadas de aquellas que devienen del sistema económico británico, pueda devolver la salud a las economí­as particulares de cada uno de los paí­ses del mundo, al comprender que estados Unidos dejó de ser la única potencia en el mundo y que compartir la responsabilidad con Rusia y las potencias emergentes India y China, hagan posible un nuevo Tratado Económico Mundial.

Lyndon LaRouche, que es el nombre de este no solamente ciudadano estadounidense, sino un verdadero ciudadano del mundo, continúa apoyado por su esposa Helga Zepp, recorriendo ese mundo con su mensaje, no de Choque de Civilizaciones, como lo hicieran los neocons, sino al contrario, un verdadero acercamiento entre las diferentes expresiones de cultura de nuestra tierra. Respetado por tirios y troyanos se ha convertido en la voz de la conciencia de un mundo que en su ceguera, camina por la cuerda floja del caos y el desastre.

Quienes le conocemos, aspiramos a que sus consejos sean escuchados por los lí­deres mundiales, sobre los que recae la responsabilidad de evitar ese desastre.