Yanitse García lleva tres décadas explicándole a la gente cómo se pronuncia o escribe su nombre, así que cuando su primogénita nació hace tres años decidió ahorrarle confusiones futuras: le puso un sencillo y elegante Olivia.
«Lo que me gustó de Olivia es precisamente que no iba a pasar trabajo, sirve para español e inglés y nadie lo va a escribir mal», dijo a la AP García, una licenciada en lenguas extranjeras de 32 años.
García forma parte de lo que en Cuba se llama popularmente la generación «Y», conformada por miles y miles de isleños cuyos padres rompieron la tradición de santoral y de repetir los viejos apelativos –a partir de la década de los 60– inventando nombres que van desde los inspirados en los rusos Yuri o Yevgeny hasta llegar a los excéntricos como Yotuel, una invención que junta los pronombres yo, tu, él.
Pero al parecer los cubanos están volviendo en estos años a los apelativos sobrios como Alejandro y Daniela, dejando de lado el fervor por los Yhojayla, Yeisker, Yoleissi, Yuniesky, Yadinnis, Yilka, Yiliannes, Yonersi, Yusleibis, Yolady, Yomary o Yudeisi.
«Lo de la Y fue toda una fiebre, un boom. Creo que comenzó a partir de la influencia de lo soviético con los Yuri», comentó a la AP el sociolingüista Carlos Paz Pérez, investigador de Miami Dade College. «Era algo snobista, hacer algo distinto a la monotonía de los Pedros y los Raúl».
El fenómeno fue tan extendido que los participantes se reconocen hijos de un tiempo como en el caso de Yoani Sánchez, una disidente que inauguró en la pasada década un Blog de fuerte crítica antigubernamental al cual bautizó como «Generación Y». También incluye la Y un portal del otro extremo, el de Yohandry Fontana, que defiende al gobierno.
Según los expertos los nombres extraños en la Cuba de los años 50 eran poco usuales pero existían.
«Un amigo de mi madre se llamaba Olidey», explicó a la AP la académica retirada y escritora cubano-estadounidense Uva de Aragón, de 69 años. El nombre había sido sacado de un santoral pero los padres de aquel hombre habían leído «Holidays» y lo españolizaron.
La propia académica tiene un apelativo inusual, una derivación del de su abuelo, Ubaldo, pero ella reconoce que en la Cuba de los 50 el fenómeno no había alcanzado la fiebre posterior.
«Antes los calendarios venían con los Santos y se ponían esos nombres, también se repetían los de los padres», expresó De Aragón.
Pero tras el triunfo de la revolución en 1959 los inventados o raros comenzaron una escalada.
«Al dejar gran número de personas de bautizar a los hijos, ya no era necesario buscarles un nombre que estuviera en el santoral», expresó De Aragón, en alusión al periodo siguiente a la revolución cuando el estado se proclamó laico y la iglesia católica perdió influencia.
Entonces aparecieron en masa los inquietantes Hanisey o Vicyhoandry y se extendió incluso la moda también al uso de la mencionada letra «Y» en nombres no inventados pero escritos para encajar con la tendencia como Yisel.
La política y las relaciones exteriores cubana tuvieron además su impacto con la llegada de los Che, las Stalina o los Lenin. También toponímicos de aliados políticos se convirtieron en nombres como Hanoi o Nairobi.
Los nombres inusuales fueron producto de combinaciones de dos o más palabras, como como Daymer (Daniel y Mercedes), o directamente inventos surgidos de la nada, buscando ser originales.
Y no faltaron las creaciones a base de dar vuelta los tradicionales como Airam (María).
Los inventos cubanos en este campo hace rato que recorren el mundo.
Una de las más distinguidas bailarinas cubanas se llama Vientsay Valdés y los estadounidenses aficionados al béisbol de grandes ligas conocen de memoria a Aroldis Chapman o a Yoenis Céspedes.
Aunque no hay información oficial sobre cómo se comportó el registro de recién nacidos en estos años, una lista de modas como en otras naciones o estudios sociológicos, los cambios en el gusto de los cubanos son visibles.
En un recuento informal realizado por la AP en un instituto Pre-Universitario de la capital de un aula de 40 jóvenes, una docena de ellos tenían nombres tan exóticos como Luzniobis, Yuneysi, Alianis y Dianabell; mientras en un salón de 20 niños de primer grado solo había dos, Raicol y Nediam.
En los últimos meses también hubo comentarios en medios de prensa cubanos, advirtiendo sobre la necesidad de una regulación y exhortando a los padres a ser más reflexivos a la hora de inscribir a sus hijos.
«Este fenómeno en Cuba se salió de control, se ha ido de las manos», dijo a la AP la investigadora del Instituto de Literatura y Lingüística de Cuba, Aurora Camacho. «Los nombre son también la imagen de un país y detrás de ellos hay una persona», agregó la académica, quien insistió en que debería haber una mayor precisión en las normas jurídicas.
Los nombres raros sin embargo no son patrimonio exclusivo de Cuba. En Venezuela en 2007, las autoridades trataron de impulsar una ley para evitar que los padres coloquen a los niños «nombres que los expongan al ridículo, sean extravagantes o de difícil pronunciación» y lo mismo sucedió en 2009 en República Dominicana.
Ninguna de las dos normas prosperó.
Recientemente el estado mexicano de Sonora prohibió más de 60 nombres excéntricos asentados al menos una vez en sus registros civiles, entre ellos «Facebook», «Rambo» o «Circuncisión».
Pero en Cuba, aunque todavía subsisten los apelativos creativos hay un rescate de los tradicionales.
Los primos de la pequeña Olivia, por ejemplo, la niña de García, se llaman Ernesto, Gabriela, Carlos y Christian.
«Pienso que hubo una saturación», manifestó el lingüista Paz. «Pero ha pasado y hay una tendencia a volver a recuperar nombres tradicionales».