Cada vez más jóvenes


Emigrantes. Jóvenes senegaleses esperan en la ciudad de Gao, en Malí­, por alguien que los pueda llevar hasta Algeria, para estar a un paso de acceder a Europa.

Los candidatos africanos a la inmigración clandestina hacia Europa que pasan por Gao, en las puertas del desierto de Sahara, al norte de Malí­, son cada vez más jóvenes: algunos de ellos tienen apenas 12 años.


«Yo me llamo Idrissa M’Balo, tengo 14 años», dice uno de ellos. «Yo me llamo Seydu Kandé, tengo 12 años», añade otro. «Mi nombre es Mussa Diallo, tengo 16 años», confiesa un tercero.

Son una decena de niños y adolescentes, todos senegaleses, que se apretujan hombro a hombro en un patio de esta ciudad, un importante punto de tránsito para los inmigrantes clandestinos antes de atravesar el Sahara. Vienen desde Argelia, Marruecos o incluso Libia, y todos pasan por Gao.

«Lo que nos damos cuenta hoy es que con un promedio de 15 años, los clandestinos africanos son cada vez más jóvenes», explica Mamadu Diakité, responsable de la ONG Malí­ AIDE, especializada en los flujos migratorios.

«Una de las razones es que los jóvenes sólo siguen los pasos de sus mayores. También está el desempleo, que golpea duramente a la juventud», añade.

«Pero también es una estrategia. Los muy jóvenes, a raí­z de las leyes de protección de los niños (en la Unión Europea), no son sistemáticamente deportados a sus paí­ses cuando logran pisar suelo europeo», precisa.

Idrissa, de 14 años, viene de Casamance, una región al sur de Senegal. Una mañana, hace casi tres años, sus padres le dieron 100.000 francos CFA (unos 150 euros) y le dijeron: «Arréglatelas en Europa. Si no logras partir, no vuelvas aquí­».

En compañí­a de otros 20 senegaleses, comenzó entonces el exilio del pequeño Idrissa: tren de Dakar a Bamako, vehí­culo de transporte para llegar a la ciudad de Gao, situada en las puertas del desierto, luego Argelia y finalmente Marruecos.

En los cinco meses de trayecto, para ganar algo de dinero, hizo pequeños trabajos. Luego fue estafado por traficantes con acceso a precarias embarcaciones pesqueras, que incluso lo denunciaron a la policí­a. Idrissa y una decena de otros jóvenes regresaron entonces a Gao.

«Quiero volver a partir. No puedo regresar a Senegal, mis padres me maldecirán», explica el adolescente.

Reagrupados en «ghettos» en Gao, varios centenares de jóvenes africanos sobreviven dí­a a dí­a, sin dinero para poder probar su suerte por primera vez o por segunda o tercera vez hacia Europa, y también sin dinero para planificar el regreso a su paí­s.

Según una ONG italiana, el Comité para el Desarrollo de los Pueblos, unos 150.000 africanos, candidatos a la inmigración clandestina a Europa, están en situaciones miserables en Malí­, Argelia, Mauritania, Marruecos y Ní­ger.

«Yo, realmente, hoy en dí­a, lo que quiero es regresar a mi casa. ¿Pero cómo pretende que retorne con las manos vací­as? Es mejor morir que regresar», explica un joven guineano de ojos dulces.

Un joven senegalés ataca a su gobierno. «Â¿Cómo regresar? Cuando vuelves a Senegal, el gobierno te da un billete de 10.000 francos CFA (15 euros) para decirte ’bienvenido’. Ni siquiera puedes vivir dos dí­as con eso. Eso debe cambiar», afirma.

En Gao, en torno a una mesa con vasos de té, seis clandestinos nigerianos esperan la llegada de pasaportes malí­es falsos para continuar su periplo hacia Europa. Quienes poseen pasaportes malí­es no necesitan visado para entrar a Argelia y seguir la larga ruta hacia «El Dorado» europeo.