La democracia en nuestro país hace presencia cada cuatro años. Gana espacios de manera muy peculiar. Del resto, nada en concreto, lo mismo de siempre. Es decir, el montaje político mueve las piezas en su favor. Qué triste e inocente es nuestro país. Lo han vuelto una maquinaria, ajena al «gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo».
En medio de ocasionales reacciones sólo flotan éstas en el aire. Al final limitan al electorado, que participa en esa única oportunidad. Ninguna más encuentra como alternativa para decidir y manifestar su voluntad. Por lo tanto, andamos aún en la decantada transición democrática que ya quedó momificada y viene a ser un espectro anhelante.
Una demostración popular es inexistente. Atisbos hay de forma no trascendente, en el marco de la llamada sociedad civil. Con resultado inocuo, a decir verdad. Siempre prevalece la presión de los conocidos grupos de poder, visto está. De consiguiente, la deseable coyuntura escapa con notoriedad. A la eterna espera únicamente de otro cuatrienio.
Dicho estado de cosas data de tiempo atrás. Se asume sin parpadeos el hecho sintomático de proseguir así, quién sabe cuánto más. Por ello mismo, el rol estacionario de la ciudadanía solo espera. Las perspectivas no responden a las ansias generales, de suyo petrificadas. En pocas palabras su actitud imperturbable es observar y punto.
Participar en el juego democrático tiene clara limitación. Eso que el pueblo es el soberano, queda en palabra y solo palabras. Muy reducidas ocasiones tiene durante los comicios. La proliferación de candidatos, una mayoría se da cuenta que forman un círculo vicioso. Situación invariable, no obstante, las críticas severas abundan, no hay duda.
«Las alegres elecciones» constituyen un mero sainete. Pregonan referente al caso de presidente y vice, planes de gobierno. Empero, ya en ejercicio del cargo la ciudadanía constata de mil maneras su ausencia definitiva. Vuelven por enésima vez a improvisar en aquel desempeño, razón de sobra por la cual no dan pasos en firme, adecuados y urgentes.
Vuelve la historia comprometida a presentarse a los cuatro años subsiguientes. El cambio anhelado por la población, por ningún lado se percibe. Surgen también frustraciones a sentirse como impactos certeros, de igual manera las desesperanzas anidan en el ánimo. Además la decepción adquiere visos de adueñarse del colectivo por completo.
Una determinación avanza entre los votantes. Consistente en desaparecer de un todo la voluntad, al igual que cumplir con ese derecho. Motivos para justificar el abstencionismo recalcitrante en los eventos cívicos. Tan importante ingrediente resulta en realidad cuesta arriba recuperarlo. Las experiencias acumuladas vienen a corroborarlo.
El electorado, a veces intenta borrar de la mente lo negativo, visto a menudo, entre los politiqueros en acción, o en potencia. Empero, adquiere aquella intentona condición de una misión imposible. Espectáculos de grueso calibre son el denominador común. En cada suceso magnificado por cada detalle, domina la decepción total.
Sin ir tan lejos, olvidan incluso los partidos políticos algo fundamental. Por mandato de ley son instituciones de derecho público, ajenos al cumplimiento debido. La organización y desarrollo de actividades cívicas, equivalen a cero. Cuando esta finalidad esencial debiera gozar de atención prioritaria a la vez que indeclinable.
Pero cada cuatro años el panorama cuenta con desbordante animación. Misma que generan los partidos políticos y candidatos en todo el ámbito nacional. La publicidad y mercadeo, en un mano a mano compiten. Resultante del encargo de parte interesante en extremo, deseosa por demás del triunfo en su favor. Así andamos, no es cuento.