Guardo grabada en mi memoria cuando mi abuelo sentado en la cabecera de la mesa del comedor presidía el almuerzo familiar de todos los domingos. Ni una sola mosca podía perturbar el momento de ingerir los sagrados alimentos, mucho menos la impertinencia del nieto que salía con cada cosa que ameritaba escuchar la sentencia ?m’ijo, «cada cosa a su tiempo y en su debido lugar». Lástima que con el paso de los años la gran mayoría de chapines fuimos perdiendo las sabias enseñanzas de nuestros mayores, en donde los valores y principios se iban consolidando con la formación de un fuerte carácter, temple y de buen actuar.
Ahora, las cosas han cambiado tanto, que las mismas autoridades son la fuente o inspiración para salir de del cauce del respeto a la ley, no digamos de un buen comportamiento. Quedó a la vista que una pieza clave para poder esclarecer qué fue lo que realmente pasó con el espantoso asesinato de cuatro salvadoreños, tres de ellos diputados al Parlacen, se le dejó partir tranquilamente al extranjero y ahora, cómodamente envía cartas pidiendo protección y a su abogado órdenes para que gestione asistencia judicial para que sus declaraciones testimoniales puedan ser tomadas en el lugar en donde se encuentra.
Bueno, si bien es cierto que la diligencia es permitida, ¿qué decir de la respuesta del presidente Berger quien, sin siquiera haber leído la totalidad de la carta del ex jefe policíaco doctor Javier Figueroa, promete protegerlo, en contraposición a lo declarado por su Jefe del Ministerio Público, quien respondió enfáticamente: «No debe burlarse de la justicia, se analizará el tema con los fiscales del caso para definir lo que se hará. ¡Vaya privilegios!, de dónde parten los comentarios de la población asegurando que aquí la justicia se hizo para los cuelludos, mejor si tienen pisto y posición clave en el gobierno.
Si se quiere cambiar el trompudo estado actual en que están las cosas, hay que empezar por hacer cada cosa a su tiempo y en su debido lugar. El mismo Presidente debe dar el ejemplo, por muy alta que sea su posición. Lo que no esté dentro de su ámbito, debe remitirlo a donde corresponde. La justicia no es juguete en manos de los funcionarios. Debe estar en manos de jueces imparciales que con objetividad y con estricto apego a las leyes deben dictar sus resoluciones. Si tenemos un presidente que le gusta juguetear con los maestros, con los ex patrulleros civiles o con los integrantes de la tercera edad, pues no nos queda otra que aguantarnos y elevar nuestras oraciones al Creador para poder elegir a otro distinto, con la esperanza que venga a cambiar tanto malo que sus antecesores hicieron con el país.