Emblema de oro de nuestra política y dos argumentos a favor de la lucha y la sobrevivencia de nuestra nación
Los pseudos partidos políticos que supuestamente sistematizan la lucha por el poder y la responsabilidad y ejecución de las decisiones que inciden directa o indirectamente, mediata o inmediatamente en el futuro del país, no están en la capacidad ni tienen la voluntad de encarar los problemas medulares que les afectan a ellos mismos y que afectan, a la vez, a nuestra Nación. No sé, por ejemplo, porqué los partidos políticos, con la complicidad de la ley, del Tribunal Supremo Electoral y de los poderes legítimos del Estado, no ejercen control estricto sobre el financiamiento y apoyo logístico en general que, tanto caciques, caudillos y capos del narcotráfico ofrecen a casi todos los partidos políticos del País. Su infiltración es ya un mal endémico que a buena parte de la población le ha empezado a parecer risible, folclórico y natural, a la vez que inevitable; pero que constituye uno de los males más dañinos a nuestro incipiente sistema democrático; tanto que, a corto plazo, podría hacer colapsar a todo nuestro sistema político, a los partidos y, por supuesto, al país entero. Este peligro es inminente, está dando muestras cada vez más claras de su crecimiento en detrimento de nuestra calidad de vida y de nuestra misma sobrevivencia, es decir, de la sobrevivencia de nuestra sociedad.
La necesidad de garantizar a las generaciones venideras una mayor calidad de vida, con dignidad y decoro, que además permita el desarrollo real de las relaciones sociales y el despegue cultural, político, económico y humano de nuestros descendientes, es el principal argumento a favor de los esfuerzos que todos estamos llamados a ejecutar; además del imperativo moral que en nosotros, los adultos de esta nación, se impone y nos obliga por el mínimo principio de dignidad y responsabilidad ciudadana, a levantar la voz y decir, entre muchas cosas más, que nuestra Guatemala está al borde del colapso y que los responsables directos somos todos por el hecho de que todos permitimos y toleramos este juego político retrógrado y vergonzoso cuyo pobre espectáculo pone en evidencia cada cuatro años la injusta pero real miseria cívica de nuestra Nación.
Las generaciones jóvenes serán quienes nos condenen o nos absuelvan, como nosotros hemos condenado y absuelto a quienes nos han precedido en la construcción de nuestra Nación. Y aún nos haces falta, porque el estudio y análisis de nuestra historia aún tiene lagunas, por el momento insoslayables, dada la confrontación ideológica que subsiste.
Pero cuando los poderes paralelos, los caciques, los caudillos y los capos meten sus tentáculos para aprovecharse de las estructuras e instancias legítimas del Estado, se borran las ideologías políticas; apareciendo sólo el cascarón de sus intereses particulares y de grupo cuya consecuencia directa es la violencia, la crueldad y la muerte.
El mal persistirá mientras no asumamos con responsabilidad el rol o papel cívico que históricamente nos corresponde asumir: o callar cobardemente, esconder la cabeza como el avestruz, hacer nuestra la indiferencia pragmática y blandengue del hombre sin carácter o exigir a dónde y a quienes corresponde tomar las medidas y acciones pertinentes que las circunstancias exigen.
En todo caso, las generaciones jóvenes no merecen lo que les estamos heredando.