Búsqueda excesiva de protagonismo


Llevo tiempo de observar que la mayorí­a de los medios de comunicación se han ido volviendo plataforma para la desmedida pretensión de nuestros polí­ticos por contar con protagonismo. Poco me importarí­a esa actitud o comportamiento si en realidad lo merecieran, como aquel alcalde que acaba con un pestilente basurero; un diputado que lucha afanosamente porque se emita una ley en beneficio de tanto niño desamparado o porque se hagan efectivos los derechos humanos de la ciudadaní­a, pero de eso, a aparecer en los medios mañana, tarde y noche diciendo que las piedras las volverán oro o que prometen hasta el cansancio resolver determinado problema y nunca ocurre tan feliz momento ¿no les parece que es mucho abusar de la paciencia de los lectores, oyentes o televidentes?

Francisco Cáceres Barrios

Los chapines tenemos rato de ser espectadores de diferencias, ansiedades y hasta de pleitos entre bancadas o diputados por ver quién se lleva las palmas para hacer efectivo el derecho a informar y ser informado, sin embargo, ¿ya saben quién fue el primer retrechero para divulgar la cantidad de asesores, consultores, achichincles, guaruras o como usted prefiera llamarles, cuánto les pagan y cuáles fueron sus méritos para ocupar tan codiciados huesos? Pues nada más y nada menos que el mismo Presidente del Congreso. ¿Entonces, quién podrá creerles tan cándidas promesas?

Como de costumbre, en nuestra folclórica politiquerí­a no tarda en caer el árbol para que todos quieran hacer leña de él y de esa cuenta, ahora abundan quienes aseguran que tendrán que pasar sobre sus cadáveres si en el organismo, entidad u organización eso de ocultar información nunca más podrá pasar, ya que están dispuestos a defender ese legí­timo derecho humano consignado en nuestra Constitución, hasta con su propia sangre. Como decí­a mi abuelo: «A otro chucho con ese hueso mi»jito», porque aunque nuestros polí­ticos crean que todos los chapines somos caí­dos del tapanco, hay algunos que tuvimos la suerte de caer parados y por esa pequeña diferencia ya no somos tan babosos que digamos. Como hemos dicho siempre, en Guatemala pecamos de exceso de legislación. Y si se hubiera querido castigar a todo aquel funcionario que ocultó, escondió información o simplemente no le dio la gana de decirla, hace rato las cárceles estarí­an llenas a reventar de polí­ticos mentirosos e incumplidores de sus obligaciones y responsabilidades. ¿Por qué digo esto? Porque si usted lee bien lo que dice la Constitución en su artí­culo 35, es libre el acceso a las fuentes de información y ninguna autoridad podrá limitar ese derecho. Con esto más, sin necesidad de que tal disposición se reglamente, aquel funcionario o empleado público que omitiere, rehusare hacer o retardare algún acto propio de su función o cargo deberá ser sancionado con prisión de uno a tres años, conforme lo establece el Artí­culo 419 del Código Penal en vigor. Así­ es que no nos vengan con cuentos, si tienen efectivamente la voluntad de cumplir con la Ley y de hacer valer los derechos humanos de los guatemaltecos, señoras y señores politiqueros, quí­tense de estar frente a las cámaras, luces, micrófonos y pantallas y pónganse a trabajar, como cumplir fielmente con sus deberes y responsabilidades. ¿Para qué ir tan lejos?