Siendo realistas hay que ver que sin el desastre que para Estados Unidos significó la administración de George Bush, difícilmente los demócratas estarían en posición tan ventajosa y la Presidencia de ese país podría parecer tan al alcance de la mano de un candidato de color que desafía a la estructura del poder tradicional de Washington, con todo y los ajustes que ha tenido que hacer Barack Obama para irse ubicando más al centro del espectro político.
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En efecto, las dos cuestiones fundamentales para los norteamericanos a la hora de elegir a su presidente son la economía y el papel de Estados Unidos en el tema de la seguridad mundial, sobre todo luego del ataque del 11 de Septiembre del 2001. Y es evidente que en los dos casos el gobierno republicano reprobó la materia porque la economía es un verdadero desastre y porque al desviar la atención de la persecución contra Al Qaeda en Afganistán para involucrarse en la guerra de Irak, Estados Unidos perdió la perspectiva de la guerra contra el terrorismo y lejos de debilitarlo, lo que hizo fue fortalecerlo al despertar nuevos enconos entre el mundo árabe.
En esta ocasión parece poco probable, aunque no se pueda descartar del todo, que las argucias republicanas que les fueron tan útiles en la última elección cuando destruyeron la figura de John Kerry con el papel artero de algunos de sus compañeros veteranos de Vietnam, pueda tener resultado porque el tema no estará centrado simplemente en el debate sobre la seguridad en el que se puede explotar maliciosamente el factor miedo para capturar los votos. En esta ocasión el tema volverá a ser fundamentalmente económico y en ese campo los republicanos están con pocas opciones para ofrecerle a la población una serie de medidas frescas que permitan la reactivación y superar el enorme déficit fiscal que contribuye a aumentar la pérdida del valor del dólar y su efecto en el encarecimiento de la vida.
Viendo sin apasionamientos el escenario político de Estados Unidos uno tiene que entender que el surgimiento de una figura como la de Obama no hubiera sido posible sin que el actual presidente le asfaltara el camino con la permanente sucesión de graves errores y abusos cometidos durante siete años y medio de ejercicio del poder. Cada día que pasa, y conforme se van conociendo mayores detalles de lo que fue el proceso de toma de decisiones en la Casa Blanca desde que George Bush hijo se hizo cargo de la responsabilidad de dirigir los destinos de esa potencia mundial, se hace más evidente que pocas veces los electores norteamericanos metieron tan seriamente la pata como cuando eligieron a ese gobernante, lo cual hay que limitarlo a la reelección de hace cuatro años, porque es sabido que su primera elección, en el año 2000, fue resultado de uno de los fraudes más escandalosos de la historia electoral en el mundo entero.
Pero hace cuatro años es indudable que el pueblo norteamericano dio el espaldarazo a Bush y al reelegirlo cometió ese gravísimo error cuyas consecuencias tomará muchos años superar, porque las implicaciones de la crisis económica, con sus efectos en el tema inmobiliario y en el déficit fiscal, no son cosa que termine con el simple cambio de gobernante. El nuevo Presidente tendrá frente a sí un reto enorme para restañar las heridas dejadas. Pero sin esas heridas, posiblemente Obama no sería hoy el candidato, ese sí, capaz de despertar alguna esperanza.