Los límites entre diplomacia y falta de carácter a veces resulta difícil de percibir y, más difícil aún, distinguir y ubicarse en cada contexto, respectivamente. Como habitante de esta nación me siento avergonzado por el tono de sumisión que adoptó nuestro Presidente con motivo de la visita del mandatario norteamericano, especialmente en la conferencia de prensa que brindaron conjuntamente, ayer. Tengo que reconocer la enorme diferencia que existe entre G. Bush y O. Berger. El primero se mostró siempre, más que seguro, arrogante: por la convicción y solidez argumentativa, la ramplonería y sencillez de la misma, así como por su experiencia y la habilidad de sus asesores. No cabe duda de que el poder económico y político otorga también cierto donaire persuasivo a quien lo representa, especialmente en un contexto pobre y complaciente como en el que se encontró G. Bush, aquí en Guatemala, junto a un homólogo casi inexistente.
El principal argumento de G. Bush es el respeto y aplicación de la ley, en el caso concreto de las deportaciones de ilegales, así como la no selectividad de la misma. Esto es comprensible y aceptable, pero no se debe perder de vista que las leyes, por ser contractuales, son también consecuencia de la política y ésta de la ideología y de los intereses de grupo que generalmente son intereses económicos y de partidos políticos. Existen leyes más generales que velan por la dignidad de las personas y de los pueblos, que merecen mayor respeto y consideración porque siempre tienen que ver con los Derechos Humanos.
Por otra parte, a G. Bush se le ha olvidado, deliberadamente, que la política internacional de su nación es, en buena medida, la causa de la degeneración moral y política de nuestro pueblo, al haber organizado y ejecutado la invasión armada que derrocó al gobierno legítimo y democrático de Jacobo Arbenz. La miseria moral, económica y política que vivimos es el producto de la intervención constante y abusiva de la política norteamericana hacia nuestros países. Nuestra soberanía ha sido violada innumerables veces, y con ella la dignidad de todos los guatemaltecos y latinoamericanos que esperamos y exigimos respeto hacia nuestra realidad y capacidad de autogobernarnos sin imposiciones políticas ni comerciales. El imperio debe entender y respetar la dinámica interna de cada país. Nadie quiere ser pobre. Todos queremos la posibilidad de una vida decorosa y con dignidad, pero ello conlleva, primero, el respeto y comprensión de las distintas realidades que conforman el abanico cultural y político del mundo. La ayuda no debe ser fundamentada en la «compasión», ni en la producción, compra y venta de hortalizas. Una nación, un país, es algo más complejo que el mercado y la lucha contra el narcotráfico. Difícilmente el Sr. Bush pudo haberse formado una imagen real de nuestro país a través de las conversaciones con O. Berger, ni de lo que para buena parte de nuestra población significa su visita si no pudo reunirse, al menos, con los líderes de la sociedad civil organizada. Guatemala siempre estará lejos de Norteamérica mientras los intereses que nos unen sean solamente comerciales y políticos. Las naciones, los pueblos, las sociedades del mundo aspiran a su reconocimiento y respeto y no a dádivas o privilegios que siempre son parciales y nunca basadas en la dignificación de los seres humanos y la vida y la cultura que cada uno representa.
En todo caso, la visita de G. Bush es un principio y, él y O. Berger los actantes de una dinámica regional y mundial que se basa, por el momento, en políticas e intereses egoístas y excluyentes fomentadas por el sentido de «compasión» y no de una verdadera libertad, autonomía y dignidad.