La apuesta fuerte del presidente estadounidense George W. Bush para hacer frente a la caótica situación en Irak lo deja en soledad para recorrer un plan con el que desafía a la opinión pública, a un Congreso hostil, y margina a su partido y a algunos altos jefes militares.
La decisión de enviar unos 20.000 soldados más al ardiente Irak, deja al debilitado presidente estadounidense bajo fuego desde todos los flancos.
Mientras el dominio mundial de Estados Unidos y el destino de Irak están en juego, analistas sostienen que también el sitio que la historia dará a Bush se está definiendo, cada vez más oscurecido por una guerra que ya deja más de 3 mil estadounidenses muertos.
Al invadir Irak en 2003, efectivamente Bush ató la suerte de su presidencia a la primera guerra preventiva lanzada por Estados Unidos.
Ned Barnett, un consultor político que asesoró en campañas presidenciales tanto a demócratas como republicanos, afirma que ahora que la guerra se ha agravado, Bush busca no poner fin a la ocupación con una humillante derrota.
«El presidente busca dejar su propio legado y no quiere ser visto como el Lyndon Johnson de la guerra de Irak», según Bernett.
Johnson (1963-1969) ha quedado en la historia como una figura trágica, quebrado políticamente por la guerra en Vietnam, y en una vigilia solitaria en la Casa Blanca mientras crecía el número de muertos en combate.
«Bush está en una posición políticamente muy precaria y enfrenta a una sociedad muy desconfiada», dijo Tom Baldino, profesor de ciencia política en la Universidad Wilkes de Pennsylvania.
«Parte de su nueva misión es persuadir a miembros de su propio partido para que lo acompañen» en el nuevo rumbo trazado.
Bush y su equipo político no están del todo solos, pues los acompaña un puñado de aliados en el Congreso, incluyendo al posible candidato presidencial en 2008, el senador por Arizona John McCain.
Pero algunos generales estadounidenses han expresado sus temores de que un aumento de soldados en Irak sirva para distender a las tropas y cuestionan el impacto del plan.
Un creciente grupo de senadores republicanos que antes apoyaban la guerra se han desmarcado ahora de los planes del presidente Bush, quien pese a todo continúa confiando en su instinto de líder y sin tomar en cuenta opiniones políticas o de la prensa.
El veterano periodista político Bob Woodward citaba a Bush el año pasado afirmando que el presidente no dejaría Irak «incluso si Laura y Barney son los únicos que me apoyan», refiriéndose a su esposa y a su perro.
Por su parte, la Casa Blanca se encarga de negar que Bush está solo.
«No creería que el presidente está aislado», dijo el lunes el portavoz de la Casa Blanca, Tony Snow.
«Pienso que millones de estadounidenses creen que en esta guerra se puede ganar, y una de las cosas que el presidente ha dicho a menudo es que la única manera en que perdemos, es si perdemos nuestra voluntad», agregó.
Tom Donnelly, del Instituto estadounidense de empresas, un centro de análisis considerado uno de los arquitectos de la guerra en Irak y del último aumento de tropas, dijo que no está todo perdido para Bush considerando que es escaso el deseo público para un retiro.
«Todavía (Bush) es el comandante en jefe en tiempo de guerra, de manera que cuenta con enormes ventajas constitucionales y políticas que no tienen los demócratas», afirmó.
«Retroceder ahora provocaría la caída del Gobierno iraquí. Un escenario de este tipo significaría que nuestras tropas deberían quedarse aún más en Irak y enfrentarse a un enemigo que va a ser más letal», aseguró ayer Bush, en un intento por convencer a una opinión pública mayoritariamente contraria (61%) al envío de más soldados.
En diciembre, el presidente estadounidense fue preguntado en una conferencia de prensa en la Casa Blanca respecto a una comparación entre él y Johnson.
«El aspecto más doloroso de mi presidencia ha sido saber que buenos hombres y mujeres murieron en combate», dijo. «Mucha gente me ha pedido que haga algo, que les asegure que sus hijos no murieron en vano».