El arribo de Cristóbal Colón a tierras que, aunque él no lo supiera, pertenecían a un nuevo continente (al cual Martin Waldseemí¼ller llamaría América), generó un vasto proceso de exploración, conquista, evangelización y colonización. Empero, también generó un vasto proceso de comparación geológica, botánica, zoológica, climatológica y antropológica entre América y Europa. Esa comparación suscitó una discusión que Antonello Gerbi relata, con impresionante erudición, en su obra «La disputa del Nuevo Mundo».
Algunos intelectuales europeos dictaminaron que, desde el punto de vista geológico, el nuevo continente era inmaduro (por ejemplo, las cadenas montañosas eran recientes). Desde el punto de vista botánico, las plantas de América eran menos adaptables (por ejemplo, no podían desarrollarse plenamente en tierra europea). Desde el punto de vista zoológico, los animales de América eran débiles y pequeños (por ejemplo, los ciervos). Desde el punto de vista climatológico, en América había excesiva humedad (por ejemplo, la tierra era pantanosa). Y desde el punto de vista antropológico, el nuevo continente estaba habitado por seres humanos débiles y primitivos (por ejemplo, no soportaban una carga muy pesada, ni habían podido dominar las fuerzas naturales).
Demostrar que América era zoológicamente inferior, fue tarea primordial de uno de los más célebres e influyentes naturalistas europeos: Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon. Este naturalista nació en Francia, en el año 1707, y murió también en ese país, en el año 1788. Fue autor de una extraordinaria obra denominada «Historia Natural General y Particular».
Buffon afirmó que el puma, o león americano, era «mucho más pequeño, más débil y más cobarde que el verdadero león». Y ningún animal del nuevo continente se podía comparar, «ni por el tamaño ni por la figura», con el elefante. Y aquél que podía pretender alguna comparación con él, que era el tapir de Brasil, tenía «el tamaño de un becerro de seis meses, o de una mula muy pequeña», y no tenía trompa ni grandes colmillos defensivos. Adicionalmente, los animales domésticos de Europa que habían sido transportados a América, se degeneraban (por ejemplo, los caballos sufrían un ridículo encogimiento).
En el año de 1768, el abate Corneille de Pauw, en su obra denominada «Investigaciones filosóficas sobre los americanos, o memorias interesantes para servir a la historia de la especie humana», publicada en Berlín, afirmaba que los indígenas de América eran animales débiles y degenerados. Buffon protestó: los indígenas de América no eran débiles ni degenerados, y hasta había indígenas más grandes y robustos que los europeos. Era el caso de habitantes de Patagonia.
George Wilhelm Friedrich Hegel, en «Lecciones sobre filosofía de la historia», reiteró la tesis de Pauw, con estas palabras, que aludían a los indígenas de América del Sur: «Estos individuos son notoriamente inferiores en todo sentido, aún en la estatura.» Empero, Hegel, inspirado por América del Norte (de la cual él afirmaba que había sido colonizada y no conquistada, y que era más protestante que católica, y que era próspera), dijo: «América es la tierra del futuro…» Y no se ocuparía de ese futuro, porque la historia sólo tiene que ocuparse de sucesos pasados y presentes.
Post scriptum. Thomas Jefferson, embajador de Estados Unidos de América en Francia (desde el año 1785 hasta el año 1789), importó animales de América, para demostrar que no eran inferiores a los animales de la misma especie, de Europa.