Continuamos en esta columna de hoy viernes, analizando aspectos de la vida de Claudio Debussy cuya forma musical es tan sublime como Casiopea, esposa de miel que nace del corazón todos los días amanecida de esperanza, dorada de ternura; y es paz, camino, amapola y es, la duplicada ventana de la aurora, encendido firmamento de palomas.
Nuestra información sobre su niñez es aún escasa; pero hay una cuestión que puede dilucidarse. Vallas afirma que no fue bautizado sino el 31 de julio de 1864, es decir, casi dos años después de su nacimiento.
Apenas hay que asombrarse de que esta referencia misteriosa hiciera dudar a algunas personas de la legitimidad del nacimiento de Debussy. Si aún persiste la duda (como creemos que ocurre), hay que decir que Vallas afirmó posteriormente que semejante idea no estuvo nunca en su mente y que no hay ningún fundamento para dudar de que Claudio Aquiles fue hijo de Manuel y Victorine Debussy.
Lo cierto es que «Octavie de la Ferroniere» era la hermana de Manuel, por su verdadero nombre Mme. Roustan (Debussy, de soltera).
Benefactora de la familia Debussy, podía asegurar mediante su relación con Arosa, entonces soltero bastante acomodado, un apoyo material y una guía al niño cuyos padres vivían casi en la miseria. A esta pareja pobre y luchadora, Arosa, hombre de gusto y distinción, les parecía de hecho, casi un hado protector.
Claudio era el mayor de los cinco hijos. A los dos años nació una niña, Adele, y los Debussy, no habiendo logrado éxito en el negocio de objetos de porcelana, abandonaron su tienda y se trasladaron primero a Clichy y después a París, donde vivieron en la Rue Pigalle. Al cabo de poco tiempo nacieron tres niños, y Mme. Debussy, sin duda por razones económicas, confió todos sus hijos, excepto Aquiles, al cuidado de su cuñada.
Claudio – no fue sino años después cuando pareciéndole su nombre «completamente ridículo», invirtió el orden de sus nombres y se dio a conocer a sus amigos como Claude – permaneció con su madre. Nos cuentan que ésta lo «quería apasionadamente».
Nunca fue a la escuela. Ella le enseñó a leer y escribir, pero semejante educación elemental estaba lejos de ser suficiente y su ortografía era aún defectuosa a los treinta años.
Según su hermana, era (alrededor de los ocho años) «poco comunicativo y muy encerrado en sí mismo, no sintiendo placer ni en sus lecciones ni en sus juegos… pasaba días enteros sentado en una silla y pensando en no se sabe qué». Los adornos y grabados diminutos le atraían mucho y sentía pasión por coleccionar mariposas de brillantes colores, que colocaba en las paredes de su habitación en forma de zig zag. Se dice que una vez pensó en ser pintor.
Cuando Claudio Aquiles tenía siete años, su hermano Eugene murió de meningitis y su tía se lo llevó con su hermana a Cannes.
Más adelante, fue en Cannes donde Mme. Rostan tuvo la idea de que su sobrino estudiase música y, para ello, hizo que tomase lecciones de piano con un viejo maestro italiano llamado Cerutti. De estas primeras lecciones no sabemos nada más allá del simple hecho mencionado en la biografía primitiva de Louis Laloy.