Las órdenes más importantes que había en España, las de los Franciscanos y Dominicos, llegaron a Guatemala pasado el primer cuarto del siglo XVI. Los cronistas no nos proporcionaron un dato fijo de las fechas en que dichas órdenes arribaron al país; Antonio de Remesal que escribió su obra entre 1615 y 1617, nos dice que tanto Dominicos como Franciscanos salieron de España en 1524, llegando primero a la Isla Española, de donde los Franciscanos salieron hacia México antes que los Dominicos, y arribaron a la ciudad dos días antes de la Pascua del Espíritu Santo del año 1524. En 1526 los Dominicos se alojaron en el convento franciscano. Ya en México, Pedro de Alvarado invita a los Dominicos para que vayan a evangelizar Guatemala y en 1529 se viene Fray Domingo Betanzos a fundar el convento dominico, mientras que los Franciscanos se asientan hasta el año de 1541, siendo el fundador de la provincia, Fray Gonzalo Méndez. Vásquez por su lado, dice en su Crónica de la Provincia del Santísimo nombre de Jesús de Guatemala, que a los Franciscanos fueron los primeros religiosos que vinieron a evangelizar estas tierras, en 1524. Fray Francisco Ximénez, por su lado, nos informa que los Dominicos vinieron efectivamente como dice Remesal, en 1529 y que los Franciscanos llegaron hasta finales de 1541.
Sea como fuera, lo importante es que ya ambas órdenes estaban establecidas en Guatemala a mediados del siglo XVI, con sus conventos y organización debida. La labor de catequización, aquí como en México, fue realizada a través de diversos medios, entre los cuales los más importantes eran la prédica y enseñanza de la doctrina en los idiomas vernáculos, y la representación objetiva de los contenidos espirituales de la nueva religión imágenes en especial, con el aprovechamiento necesario de muchos de los elementos prehispánicos, para cristianizar a los indígenas. Ello produjo ese sincretismo tan especial de la religión en los países latinoamericanos, que aún permanece latente y resemantizado.
Los españoles, religiosos, soldados, autoridades, todos poseían un espíritu altamente religioso católico, propiamente dicho. La conquista misma tuvo como razón principal la salvación de todas esas «pobres almas de los indígenas», dedicados a la idolatría, fin para el cual se utilizó fundamentalmente la crueldad y la esclavitud, el robo de la tierra y los recursos naturales.
Dentro de la religión católica que profesaban los conquistadores, uno de los misterios más celebrados y respetados era precisamente el de la Natividad de Cristo. Tanto así que nos cuenta Remesal que muchos españoles para atender asuntos de sus tierras y de sus negocios en minas, ganados o indios, los días domingos y fiestas de guardar se iban de la ciudad y no cumplían fielmente con sus obligaciones religiosas, «Para remediar este inconveniente en policía divina y humana, en el Cabildo se tuvo a los seis de febrero de mil quinientos treinta y tres, porque la Pascua de Navidad pasada se echó más de ver la falta de los vecinos, se dice así: Este dicho día los dichos señores dijeron: que por cuanto algunos vecinos de esta ciudad se van a sus pueblos a entender en sus haciendas, y en otras cosas, y se están en ellos sin venir a la ciudad a tener las Pascuas del año como son obligados: por tanto mandaron los dichos señores que de aquí adelante ningún vecino está afuera de esta dicha ciudad las Pascuas del año so pena de diez pesos de oro de minas a cada uno que no viniera, para las obras públicas de esta ciudad y mandáronlo a pregonar públicamente. Jorge de Alvarado, Bartolomé Becerra, Antonio de Salazar, Luis de Vivar, Baltasar de Mendoza». Estas multas se encuentran cobradas en los años de 1534, 1538 y 1540.
Este mismo cronista narra como, más o menos en 1544, unos frailes Dominicos al salir de la isla de Santo Dom9ngo en una nao que los debía conducir hacia la Nueva España, se vieron en grandes penalidades a causa de una tremenda tempestad que se desató en el mar. «Fue Nuestro Señor servido de sosegar los vientos y la mar, domingo por la mañana, día del glorioso apóstol Santo Tomás y durotes el buen tiempo hasta el fin de la jornada. Con él celebraron los padres en el mar el solemnísimo día del nacimiento del Salvador, lo mejor que les fue posible. Hicieron un altar en el camarón de popa en donde pusieron un Niño Jesús envuelto en heno, que lo hubo en la nao. Delante de él cantaron vísperas y completas. Predicó el padre Fray Tomás Casillas e hizo la absolución general que la Orden acostumbraba ese día. En anochecimiento pusieron velas en el altar y repartidos velaron el Niño hasta medianoche, parte del tiempo en oración y parte cantando himnos. A su hora se levantaron todos, cantando maitines y la misa del gallo, al amanecer al alba y hecho esto se fueron a descansar cada uno a su rancho».
Posiblemente en la España del XVI la costumbre de hacer nacimiento no estaba aún arraigada en el pueblo, como una labor doméstica que se hacía en el seno familiar y en las casas particulares, sino que eran las iglesias y sus sacerdotes los encargados de esta devoción. Por ello, los primero nacimientos en Guatemala se hicieron dentro de los templos, que a su vez eran las obras públicas más importantes de cada ciudad o pueblo que se fundaba. Allí el pueblo llegaba a celebrar el nacimiento de Jesús, con grandes muestras de regocijo, con procesiones y representaciones teatrales. Después la costumbre debió extenderse hacia las casas particulares, quizá en el siglo XVII.
Entre las obras que nos son fundamentales para los estudios históricos y antropológicos de nuestro país, tenemos la Nueva relación que contiene los viajes de Tomas Gage en la Nueva España, escrita en 1625. Allí, Gage, inglés que viajó por México y Guatemala y que observó, nos habla de la fiesta de Navidad. «También celebran con mucha devoción la noche buena o Navidad y las Pascuas que le siguen: para esto construyen antes en un rincón de la iglesia una cabaña pequeña cubierta de paja en forma de establo, que ellos llaman Bethlehem, con una estrella cuya cola llega hasta el lugar donde están los tres magos de Oriente. En este establo ponen un pesebre con un niño de madera dentro, pintado y dorado representando Jesús recién nacido; a un lado de él la Virgen y San José del otro, completando el cuadro con un asno y un buey que también está a los dos lados. Arreglando de esta manera lo que representa a los magos se ponen de rodillas y ofrecen oro, mirra e inciensos; los pastores también viene a ofrecer sus regalos, los unos un cabrito, un cordero o bien leche, y los otros quesos, cuajada y frutas.
Se ven allí representados los campos con manadas de ovejas y cabras alrededor de la casilla que representa el establo; hay muchas figuras de ángeles con velos, laúdes y arpas en las manos, lo que atrae una infinidad de indios a la iglesia, cuyas representaciones les agradan mucho, porque conviene a su entendimiento grosero que no puede comprender nuestros misterios sino por los sentidos». Y añade: «En todos aquellos días hay también en el pueblo una danza de pastores que vienen la víspera de Navidad a media noche a bailar delante de aquel Bethlehem donde ofrecen una oveja entre todos. Hay otras danzas de personas vestidas con grandes alas en la espaldas, lo que no sirve poco para atraer a pueblos a las iglesias por ver todas aquellas cosas».
Como vemos, Gage describe el nacimiento dentro de una iglesia, tal y como ahora aún lo hacen, con sus pastores, sus reyes magos, sus ovejitas y pastorcitos. Es interesante el dato que es muestra de la existencia de la imaginería en ese tiempo.
El texto nos indica además cómo se hacían también representaciones teatrales para la noche de Navidad; seguramente los diálogos eran obra de los curas y participaban, al igual que en México, los indígenas como actores. Aunque él se refiere concretamente a danzas de pastores, es de suponerse que estas actividades no sólo consistían en el baile, sino que había además diálogos, por lo que se convertían en piezas meramente dramáticas. Nacimiento, danzas y teatro, pues, servían perfectamente como un medio didáctico, regocijante y multicolor, para enseñar los misterios de la doctrina cristiana a los indígenas.
Fray Francisco Ximénez, en Historia de la Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala de la orden de Predicadores, nos cuenta acerca de un fraile dominico que vivió a principios del siglo XVII en la Ciudad Real de Chiapas, Fray Pedro de Santa María, nacido en Burgos: «Tenía una especial devoción que tenía con el misterio del nacimiento. Derretidse, solo con acordarse de aquel paso tan tierno y tan lleno de dulzuras, que, como dice y canta la Iglesia el día del nacimiento de Cristo, aquel día manan los cielos mana y todo es dulzura, suavidad y recreo para el espíritu. Conociese esto en Fr. Pedro porque aquel día salía fuera de sí y lo celebraba con grandísimas demostraciones de regocijo. Así que tocaban a Maitines el nacimiento de Cristo. Prevenía para aquella hora, tambores y flautas y otros instrumentos pastoriles que avivasen la memoria para acordarse de la dicha que gozaron los pastores viendo a Cristo en su estado».
En otra parte, páginas más adelante, Ximénez escribe, siempre refiriéndose a Fray Pedro de Santa María: «Había hecho un vestido muy hermoso para la Virgen que ponía en el nacimiento…»
El cronista nos proporciona aquí otros datos importantes para conocer las celebraciones de Navidad en siglos anteriores, como la presencia de música de flautas y tambores, y versos cantados por el dicho fraile en compañía de todo el pueblo que iba a la iglesia ese día.
Sin embargo, si menciona algo de mucho interés para nuestro tema, como le es eso de que Fray Pedro de Santa María ya había hecho un vestido para la Virgen del nacimiento, lo que nos lleva nuevamente a la imaginería, elemento fundamental en esta representación plástica, que es en sí, el punto central alrededor del cual gira el hecho: el misterio: La Virgen, San José y el Niño Jesús, que por mucho tiempo en Guatemala fueron de madera, fruto increíble de perfección de las manos de exquisitos talladores.
El Santo Hermano Pedro de Bethancourth
Tradicionalmente se ha dicho que fue el Santo Hermano Pedro de San José de Bethancourth quién difundió en Guatemala la costumbre de hacer el Nacimiento. Tal afirmación no es correcta, ya que se le atribuye a un personaje en particular la propagación de una costumbre cuya práctica estaba sumamente enraizada en toda una sociedad tan religiosa como la española del siglo XVI.
El Santo Hermano Pedro de San José de Bethancourth nació en Villa de Chasna, en la Isla de Tenerife, una de las que forman las llamadas Islas Canarias, cercanas a ífrica, el 21 de Marzo de 1626. Estuvo durante algún tiempo en la corte de Madrid, España, pero regresó pronto a su patria. Sale nuevamente de ella, llega a la Habana Cuba, y luego se radica definitivamente en Guatemala, aproximadamente en 1650. Aquí se ordena como fraile de la orden franciscana y empieza una vida dedicada a la predicación y al cuidado de los enfermos. El Hermano Pedro fue un ardentísimo devoto del nacimiento de Jesús. Por ello al hospital que fundó, el nombró Bethlehem y a la orden cuyas bases dejó y que terminó de fundar Fray Rodrigo e la Cruz, también la puso bajo la advocación de este lugar.
A su celo se debe que las tradiciones del nacimiento y que se haya arraigado tanto en Guatemala. Sin embargo, son los Franciscanos con toda su tradición de centurias y el profundo amor del pueblo guatemalteco por la singular figura del Niño Dios, lo que constituye el motor que afianzó la tradición de hacer nacimientos en Guatemala surcando de las iglesias y templos a las casas y lugares domésticos. En este sentido, los hay de distinto tipo y variedad. En alguna oportunidad nos ocupamos en éstas páginas de La Hora sobre ello. Por este año basten estos pequeños apuntes sobre el origen del nacimiento en nuestro suelo.