Boston se había acicalado para albergar uno de los días más importantes del año: cientos de miles de visitantes acudieron en masa a la metrópolis de la costa este estadounidense para ser testigos de una maratón con tradición centenaria. Pero de repente, las imágenes de corredores cubiertos de sangre y de las ambulancias sustituyeron a las de la tradicional carrera.
El miedo estaba reflejado en los rostros de la gente cuatro horas después del pistoletazo de salida. La causa: dos explosiones cerca de la línea de meta que dejaron tres muertos y más de 260 heridos y de las que se cumple hoy el primer aniversario.
El primer gran atentado terrorista en suelo estadounidense desde el 11 de septiembre de 2001 no sólo sacudió Boston hasta la médula, sino todo el país. Nunca más debía ser posible un ataque que dejara una herida tan profunda en la conciencia nacional estadounidense como lo habían hecho los devastadores atentados contra el World Trade Center de Nueva York.
Pero el atentado durante el maratón de Boston volvió a enseñar a los estadounidenses que su seguridad seguía estando amenazada, más de una década después del trauma del 9/11.
Poco importaba que la policía federal FBI junto con el poderoso servicio secreto CIA hubieran frustrado varios atentados, como ocurrió en mayo de 2010, cuando miles de turistas tuvieron que desalojar Times Square y los teatros cercanos tras hallarse un todoterreno cargado de cilindros de gas y bidones de gasolina que podrían haber estallado. Un ciudadano bosnio intentó también sin éxito hacer estallar una bomba en el metro de Nueva York, pero un día antes de la acción él y sus cómplices cayeron en manos de la policía.
Tampoco importaba la suerte que tuvieron las cerca de 300 personas que en la Navidad de 2009 viajaban en un avión de Ámsterdam a Detroit, cuando la bomba que un terrorista nigeriano llevaba en su ropa interior no estalló. Al final, el hombre fue reducido por los propios pasajeros.
Con los extendidos ataques de aviones no tripulados contra supuestos miembros de Al Qaeda, Estados Unidos parecía haber conquistado el dominio en la lucha contra el terrorismo, que vivió su punto álgido en mayo de 2011, con la eliminación del enemigo número uno de Estados Unidos, el líder de Al Qaeda, Osama bin Laden.
Pero no eran sólo la red terrorista Al Qaeda y sus organizaciones aliadas en Mali, Somalia o Yemen las que preocupaban a los agentes estadounidenses: con una conexión a Internet y acceso a un mercado de materiales de construcción, casi todo el mundo puede convertirse hoy en día en fabricante de bombas.
Y así es como los supuestos autores del atentado de Boston, Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, produjeron al parecer sus bombas, siguiendo las instrucciones de una revista de Al Qaeda y con una fábrica de fuegos artificiales como taller.
Un gran despliegue policial y controles estrictos intentarán garantizar este año la seguridad de los 36.000 corredores y de decenas de miles de visitantes. Los organizadores permitieron además la presencia de 9.000 personas más de lo acostumbrado, para que quienes el año pasado tuvieron que interrumpir la maratón antes de finalizar, puedan concluirla este año. «Fue una de las primeras decisiones que tomamos», dijo Marc Davis, de la organizadora Boston Athletic Association (BAA).
El director ejecutivo de la BAA, Tom Grilk, sabe que este año será especial para los tradicionales corredores. «Esta carrera tendrá su propia posición en la Historia», dijo en declaraciones al diario «Boston Herald». No hubo una carrera así antes ni la habrá después, consideró.
El presidente estadounidense, Barack Obama, ya había asegurado tras la catástrofe: «El tercer lunes de abril el mundo volverá a esta maravillosa ciudad para correr más fuerte que nunca y celebrar la 118 maratón de Boston».
Para los habitantes de la ciudad, la carrera del 21 de abril será también una jornada para recuperar la confianza perdida.
Y antes de la cita, los corredores se muestran combativos. En un videoclip del fotógrafo J.J. Miller dedicado a las víctimas puede verse a personas haciendo jogging a cámara lenta por la ciudad, mientras una voz en off dice: «¡Esta es nuestra ciudad. Vamos a correr!».
El destino del supuesto atacante Dzhokhar Tsarnaev, cuyo hermano murió en un tiroteo con la policía durante su huida, sigue mientras tanto en el aire. El proceso judicial en su contra comenzará el 3 de noviembre y la fiscalía ya ha dejado claro que pedirá la pena de muerte para el joven de 20 años.
«SOY SUPERVIVIENTE”
En el atentado contra la maratón hubo tres muertos, pero también más de 264 heridos. ¿Qué fue de ellos? Muchos vieron su vida arrasada, pero pese a ello no piensan abandonar la lucha, y a muchos los hizo más fuertes.
Cuando Adrianne Haslet-Davis se despertó en el hospital, se alegró de sentir dolor. «¡Gracias a dios, aún tengo pie!», pensó, pero solamente era un dolor fantasma, ya que la explosión le había arrancado el pie izquierdo y con él su sustento como bailarina profesional. Pese a ello, nunca quiso rendirse, al igual que muchos otros.
Entre los tres muertos el 15 de abril de 2013 por las bombas estaba Martin Richard, de sólo ocho años. Poco antes, había escrito en un diario mural de su escuela: «Que no se haga daño a más personas».
Muchos de los más de 264 heridos vieron su vida truncada, como Haslet-Davis. Su marido, que acababa de volver de Afganistán, sostenía gritando su pie arrancado en las manos. Ya en el hospital, fue su madre quien le dijo que lo había perdido para siempre y que no podría volver a bailar.
«Fue como si alguien me hubiese querido robar la danza», declaró a la CNN. «Yo quería probarles que eso no era así». Antes del ataque bailaba hasta 60 horas a la semana, y ese entrenamiento de los músculos la ayudó a superar las heridas. Junto con Hugh Herr, a quien también le faltan ambas piernas y que es un experto en prótesis.
Herr y su equipo diseñaron la primera pierna ortopédica especial para bailar. Después de ocho meses, Haslet-Davis pudo volver a danzar, sin darse nunca por vencida. «Por eso me llamo a mí misma superviviente del atentado, no víctima».
«Cada día las cosas van un poco mejor», señala también Jeff Bauman, de 28 años y que perdió ambas piernas. Su imagen el día del ataque recorrió el mundo: un grupo de paramédicos, uno de ellos con sombrero de cowboy, se llevaban al joven en una silla de ruedas con las piernas totalmente destrozadas.
En una web de Facebook el joven muestra ahora fotos con su novia llenas de armonía y felicidad excepto por las prótesis en las que se apoya a partir de las caderas.
«Me hizo más fuerte», escribe Bauman. «Stronger» (más fuerte) es también el libro que escribió sobre su experiencia. En él relata cómo le fueron arrancados los pies. Cuando se despertó en el hospital, no podía hablar. «Vi al que lo hizo, se parecía a mí», escribió en un trozo de papel. Y su descripción ayudó a encontrar a los responsables.
Amanda North estaba ayudando a una mujer herida grave cuando llegaron los paramédicos y la señalaron. Entonces miró hacia abajo. «Tenía un agujero en el muslo», señaló la californiana a la web «fastcompany.com». Su único objetivo ese día era ver cruzar la meta de la carrera a su hija y acabó herida grave en el hospital y con quemaduras de tercer grado en una calle de Boston.
Las heridas en el alma son más difíciles de sanar. North explica que entró en una crisis y que quería cambiar su vida. Haslet-Davis tenía sobre todo miedo. «Lloré y grité mucho», relató a la CNN. «Y pensaba que todo el que pasaba al lado mío llevaba una bomba».
Todos consiguieron volver a empezar. Haslet-Davis vuelve a bailar y no abandona su sueño de ser profesora de danza. North fundó una pequeña empresa que sirve de intermediaria a artesanos de todo el mundo. Y Bauman y su novia esperan su primer hijo para mediados de este año.
Cada vez que Roseann Sdoia llega a su casa, debe subir 18 escalones, seis para entrar en el edificio y otros 12 hasta su departamento. Es un edificio antiguo en el norte de Boston, con puertas grandes y pesadas, un lugar poco cómodo para una amputada.
Cuando salió del hospital, un mes después de los atentados en el Maratón de Boston, enfrentó una alternativa: hallar otro sitio para vivir, más adecuado para alguien que tiene una pierna postiza, la derecha, o quedarse donde estaba.
«Al principio, mucha gente me decía que dejara mi departamento y me fuera de la ciudad debido a las escaleras, y además no tengo ascensor y el estacionamiento no es muy conveniente», recuerda. «Pero he podido superar todo eso».
En ese aspecto, podría decirse que simboliza a Boston.
En un año han empezado a cicatrizar muchas heridas. La ciudad, conmovida por un acto de terrorismo, ha recuperado su ritmo normal con mayor tristeza pero, según dicen algunos, con mayor determinación.
«Realmente Boston es una ciudad mejor ahora que lo que era antes», comentó Thomas Menino quien, como alcalde de Boston, salió de su lecho del hospital donde se recuperaba de una operación quirúrgica en una pierna para movilizar la ciudad después de los atentados. «La gente aprendió cómo tratar con los demás al tener que lidiar con una tragedia».
Por cierto no ha sido fácil. Persiste el legado del trauma y de los miembros perdidos, como la conmoción de haber experimentado un ataque terrorista el lunes del Maratón. Los bostonianos no pueden olvidar el temor que envolvió la ciudad en medio de la cacería de los culpables.
Pero Boston ha sido capaz de superar todo eso. La Plaza Copley ya no está inundada de homenajes a las víctimas; ahora esos tributos están expuestos en la Biblioteca Pública de la ciudad.
Los Medias Rojas, que usaron la insignia con la leyenda «Boston Strong» durante su campaña al campeonato el año pasado, siguen jugando béisbol. «La ciudad realmente se unió después que los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial», dijo Mary Ellen Cahill, de Canton. «Fue un momento de unidad y solidaridad. Estamos unificados y no aterrorizados».
Roseann Sdoia, de 46 años, es vicepresidenta de administración de propiedades en una compañía inmobiliaria de Boston. Es una persona jovial y sonríe cuando llega al Hospital Spaulding de Rehabilitación en Charlestown para someterse a la rutina de la terapia física.
«Es mi manera de ser», dijo. «No soy una persona negativa».
Pero admite que llora todos los días. «Lo que pasa es que esto es de por vida; así tengo que vivir, así tengo que caminar. Lo que pasa es que mi vida ha cambiado», dijo sin poder contener las lágrimas.
Roseann Sdoia
Sobreviviente