Desbordados en los enfrentamientos convencionales, «los insurgentes han pasado a una táctica terrorista, porque han comprendido la gran eficacia de las bombas artesanales y de los ataques suicida», dice el general Jim Dutton, comandante adjunto de las fuerzas de la OTAN en Afganistán.
«Es una victoria rápida para ellos y un enorme trabajo para nosotros», explica.
Los países occidentales que luchan desde 2001 contra los talibanes consideran ya a estas bombas, bautizadas en la jerga militar como IED (Improvised Explosive Devices, en español Artefactos Explosivos Improvisados), como la principal amenaza para sus soldados, unos 100 mil en suelo afgano.
Gracias a nuevos equipamientos y centrándose en la formación de expertos afganos en explosivos, las fuerzas extranjeras intentan adaptar su estrategia a este fenómeno.
Así, Gran Bretaña va a desplegar próximamente 200 especialistas en estos artefactos, que se añadirán a los 200 que ya han sido enviados este año.
Pero las bombas artesanales también son muy mortíferas para la población.
El martes, por ejemplo, al menos 30 civiles, entre ellos siete mujeres y diez niños, murieron cuando el autobús en el que viajaban saltó por los aires al pasar por encima de uno de estos artefactos en la provincia de Kandahar, en el sur de Afganistán, según el ministerio afgano del Interior.
En los ocho primeros meses del año, el 40% de las víctimas civiles han muerto por las bombas artesanales o en ataques suicida, es decir unas 600 personas, según Naciones Unidas.
De enero a julio, «los incidentes con IED aumentaron de manera espectacular, hasta alcanzar una media de más de ocho al día, es decir un 60% más en relación a los siete primeros meses del 2008», indica la ONU.
Según los expertos, esta bombas son baratas y fáciles de fabricar, ya que van unidas a un minutero, un sistema de control a distancia o un detector de presión que se activa cuando un vehículo pasa por encima.
Cada vez más, un IED está unido a varios otros, para provocar el máximo de daño.
Los que fabrican estas bombas manipulan obuses de mortero o viejas minas, fáciles de encontrar en Afganistán, o unen teléfonos móviles a sustancias explosivas (fertilizantes, gasoil…).
Los IED ya fueron utilizados con éxito por los insurgentes en Irak. Como en ese país, los rebeldes afganos cambian a menudo la apariencia de sus bombas para que sean más difíciles de reconocer y adaptarlas a los medios de detección.
El primer ministro británico, Gordon Brown, recordó recientemente que «las tres cuartas partes» de las pérdidas extranjeras en Afganistán se deben a las bombas artesanales.
En total, 377 soldados extranjeros han muerto en el país en 2009, de lejos el año más mortífero para las fuerzas internacionales desde 2001.
Además de tener un efecto negativo en las opiniones públicas occidentales, cada vez más hostiles a la guerra, estos artefactos complican mucho el desarrollo de las operaciones.
«El enemigo se adapta y evoluciona más rápidamente» que las fuerzas internacionales, opina un ex oficial estadounidense que pidió el anonimato.
«De repente, los estadounidense y británicos se han visto forzados a avanzar a pequeños pasos en sus operaciones para recuperar el terreno» de manos de los insurgentes, «porque las bombas artensales se pueden enterrar en cualquier parte», añade.