El trece de abril, en Chicago Illinois, tras breve tiempo de quebrantos de salud, mi cuñada Bety, falleció. Siempre que se comunicaba me decía: «Hola cuñado, como estás, te quiero mucho». Dichas frases están en mi corazón y en mi pensamiento, y no las olvidaré jamás. Tengo gratos recuerdos, no sólo de Bety, sino también de mi hermano Alberto a quien quiero mucho como si fuese mi padre. A Dios le pido fortaleza para mi hermano Alberto, Cinthia, Ingrid y Nicolle. Recuerda hermano, que somos transitorios, en esta tierra vivimos temporalmente, es decir somos peregrinos, vamos de paso. Gracias damos por la medicina y por los médicos, que hacen todo lo que está a su alcance, pero la mera verdad, es que cuando algo sucede es porque ha sido la voluntad permisible de Dios, y tenemos que aprender aún en situaciones difíciles, a dar gracias a Dios por todo. Shakespeare, un eminente filósofo que también ya partió de este mundo, dijo: «La vida se puede prolongar con la medicina, pero la muerte se apodera hasta del médico». El apóstol Pablo en una de sus enseñanzas dejó escrito: «Si vivimos, para Cristo vivimos; y si morimos, para Cristo morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, de Jesucristo somos». (Romanos 14:8). En documentos de Marco Aurelio, aparece la siguiente frase: «Morir no es otra cosa que cambiar de residencia». El apóstol Pablo dice que nuestra ciudadanía está en los Cielos. (Filipenses 3:20). De manera que cuando yo digo que Bety pasó a mejor vida, estoy diciendo que pasó de muerte a vida eterna. Ya para ir finalizando esta divina inspiración quiero decirle a mi hermano Alberto, que tanto vos, al igual que Bety, han sido muy buenos conmigo y con mis hijos; por tanto, deseo que Dios te dé muchos años de vida, y recuerda que en todo hombre bueno habita Dios; y que Dios no sólo está conmigo, sino que también está con vos. En el nombre de Jesús, bendigo tu vida; la vida de Cinthia, Ingrid, Nicolle y demás familia. Bety pasó a mejor vida; hoy, es ciudadana del Reino Celestial. Amén.