Cuando llegamos a la edad adulta nos hacemos responsables de variadas situaciones. Y vivimos con un afán excesivo nuestra existencia. Colocamos metas realistas o ilusorias, creyendo que las tantas normas y reglas que inventamos deberían ser cumplidas de manera inexorable. Y entonces… cuando no sucede lo que nos hemos planteado, nos sentimos con frustración y desasosiego.
La vida, a mi forma de ver, es un regalo que trae consigo muchas sorpresas. Algunas agradables y otras acompañadas de sufrimiento. Estos dos polos en ella, son los que nos permiten apreciarla, valorarla, llegar a un estado de autorrealización y autosatisfacción personal. De pequeños nos da por hacer berrinches para conseguir lo que tanto anhelamos, y a veces nuestro padres accionan a ellos para confortarnos y pensando que de esa manera podemos ser más felices y no perturbar la paz familiar. Sin embargo, la existencia nos confronta a que por más berrinches y pataleos que hagamos en nuestro existir, las cosas suceden como tienen que suceder. Por lo que el predominio de esta conducta infantil solamente nos lleva a presentarnos en el ridículo.
La vida contiene sus propias normas y por más que deseemos que prevalezcan las nuestras, su respuesta será la misma, somos nosotros los que hemos de responder a ella y no de manera contraria.
Por ingrato e injusto que nos parezca, los acontecimientos dolorosos que la vida nos proporciona se convierten en situaciones que nos ayudan a valorar a los otros y a nosotros mismos, así como a situarnos en una realidad que nos solicita una actitud más activa, tolerante y madura en respuesta a esos acontecimientos. Es como una refinación de nuestro ser, en la cual participamos de manera artística, tallándolo, fortaleciéndolo y haciéndolo más resistente. Con conductas que al fin de cuentas nos ayudan a tener mejores mecanismos de enfrentamiento a las situaciones adversas, a apreciar lo que es necesario y a priorizar lo verdaderamente importante.
Con lo anterior crece también nuestra capacidad de amar, de entendimiento de que siempre existe un tiempo en la vida. Un tiempo para amar, llorar, reír, ensombrecernos, asombrarnos, autorrealizarnos y más. Pero para ello, es necesario tener una vivencia de contrastes. Quien vive en una existencia plana, también sufre de displacer, su invisibilidad ante la vida le provoca desesperación, anedonía, malestar y a difuminar su sentido de vida.
Los seres humanos nos hemos preguntado en el trascurso de la historia, lo siguiente: ¿Para qué vivir? ¿Qué nos da la vida? ¿Vale realmente la pena vivir? ¿Qué significado tiene la vida?
Para lo cual Victor Frankl nos enseña los principios básicos de la logoterapia, entre los cuales podemos enunciar los siguientes: “El ser humano no debería tratar de conocer cuál es el sentido de la vida, sino comprender que es a él a quien la vida le inquiere”; “Cada quien solamente puede responder a la vida respondiendo por su propia vida”; “Sólo siendo responsable se puede contestar a la vida”, “el sufrimiento puede ser un logro humano, sobre todo cuando nace de sentirnos frustrados en la existencia”; “la vida no es un problema que deba resolverse, sino un camino hacia el sentido”
Y por último cito otra frase del mismo autor, que nos enseña al uso de nuestra libertad personal, incluso ante situaciones de cautiverio y de dolor extremo. Nos hace saber que todos tenemos la capacidad de decidir nuestra actitud ante las heterogéneas circunstancias de la vida. Lo que nos hace responsables de vivir en el dolor o trascender al mismo: “Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un conjunto de circunstancias para decidir su propio camino”.