Aunque criticado por haber intervenido «tarde» y de forma «insuficiente», el presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, ha consentido un giro en su política de estabilidad de precios para acudir en ayuda de unos mercados financieros temblorosos y desorientados ante una crisis que puede desembocar en una recesión en Estados Unidos.
Bernanke, que tomó las riendas del Banco Central estadounidense (Fed) hace justamente dos años, cuando los vientos eran favorables a la economía norteamericana, decidió este mes dos agresivas bajadas consecutivas de los tipos de interés, de 0,75% y 0,50% respectivamente, hasta el 3%.
Fue un gesto inequívoco e implacable que respondía a las demandas a gritos de los mercados financieros, faltos tanto de liquidez como de confianza, ante la crisis de las hipotecas de riesgo en Estados Unidos (subprimes), que está golpeando con fuerza a los principales bancos munciales y de la que nadie se atreve a vaticinar su verdadero alcance.
Los principales críticos de Bernanke, cuya lista se había ido ampliando desde el pasado verano (boreal) cuando el Presidente de la Fed seguía defendiendo que el principal «riesgo» era la inflación y no la recesión económica, aplaudieron su decisión.
Pese a que la inquietud sigue allí, alimentada por unos mercados mundiales volátiles y un escuálido crecimiento del 0,6% anual en el cuarto trimestre de 2007 en Estados Unidos, entre otros factores, Bernanke, ha estado a la altura en su primera gran prueba de fuego, estiman los expertos.
«Es su primera crisis y él aprende. Bernanke hace un buen trabajo», señala Jonh Lonski, de Moody»s Investors Service.
En Europa, algunos medios han mostrado su admiración ante la determinación con la que el jefe de la Fed ha intervenido para frenar la caída de los mercados, criticando en cambio el inmobilismo del Banco Central Europeo (BCE) – que por el momento mantiene sus tipos de interés al 4% — y los discursos «blandos» de los líderes políticos, que se han limitado prácticamente a pedir «más transparencia» y «menos especulación» ante la crisis de las «subprimes».
Bernanke, de 54 años, antiguo profesor de la Universidad de Princeton y ex principal asesor económico de la Casa Blanca, se hizo cargo de la Fed con el listón muy alto: sucedía a Alan Greenspan, cuyas casi dos décadas de presidencia le valieron la reputación del jefe «más hábil» y «menos conflictivo» de la historia de esa entidad.
Nunca abogó por una ruptura clara con su predecesor, pero tampoco escondió su voluntad de aportar su grano de arena personal, al defender con ahínco la estabilidad de los precios, en lo político monetario, y una mayor transparencia de la Fed, en el plano de la comunicación.
Ambas estrategias fueran acogidas empero con mucha cautela por la mayoría de actores económicos.
La primera, levantó los temores de los mercados al sacrificio del crecimiento en nombre de un mayor control sobre la inflación, algo que creían haber corroborado con la negativa de Bernanke de rebajar los tipos de interés en el último semestre de 2007.
La segunda ha hecho de la Fed una organización más democrática, pero el hecho de que todos sus miembros puedan expresarse libremente y por lo tanto, contradecirse entre ellos, desorienta a los mercados que necesitan signos claros para saber a qué atenerse, sobre todo ante la incertidumbre que ha despertado la crisis actual.
Pero también hay quien defiende que Bernanke heredó de Greenspan varias bombas de relojería programadas para estallar inevitablemente poco después de su llegada: una burbuja inmobiliaria inflada por tipos de interés bajos, la progresiva caída del dólar o el alza imparable de los precios del petróleo.
Ahora, ya en plena tormenta, su drástico recorte de los tipos de interés ha sido inyectado en los mercados como un bálsamo, cuyos efectos, no obstante, podrían durar poco tiempo.
Los próximos movimientos de Bernanke resultarán determinantes para la economía estadounidense y por ende, la mundial.