Berlín en Primavera


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En Berlín, durante el mes de mayo, la primavera invade la ciudad. Las terrazas de los cafés están llenas. La gente se ve feliz y celebra el fin del invierno. El buen clima regresa, el sol brilla y la ropa oscura y gruesa ha, paulatinamente, desaparecido.


Los paseantes, sobre todo las mujeres, visten prendas más ligeras y coloridas. Los árboles reviven y las flores invaden los balcones, las aceras y los parques de la ciudad. Berlín es una ciudad grande pero muy verde, llena de árboles.

Es pues, a causa del buen clima, que esta vez no he querido visitar ni Galerías de Arte ni Museos, sino he preferido caminar y ver lugares y Monumentos Históricos de Berlín. Porque, ciertamente, Berlín es una ciudad en la que el visitante puede, gracias a los excelentes medios de transporte público -que incluyen metro, tranvías, trenes aéreos, autobuses-, movilizarse por todas partes. Todos los medios de transporte en común tienen horarios fijos y funcionan con la puntualidad y precisión de un reloj suizo. Y si usted –lector/a- es  aficionado al pedal, por todas partes puede alquilar una bicicleta y circular sin pena alguna, debido a que aquí los conductores respetan las reglas y tanto peatones como ciclistas tienen prioridad.

Otra cosa positiva y agradable en Berlín es que usted puede, después de visitar algún Monumento Histórico o museo, encontrar muchos espacios verdes y parques para descansar y recuperar energías. Hay también muchos cafetines en las plazas, rincones de calles, callejones, y parques en los que uno, en medio de plantas y árboles, puede comer una rica a longaniza y beber una fresca cerveza de barril.

LA QUEMA DE LIBROS
Hoy, pues, fiel lector, camino por las calles de Berlín. No tengo cámara, únicamente quiero tomar fotos visuales, mentales. Camino y pienso en que mis actuales impresiones sobre Berlín serán –posiblemente- publicadas en un diario. El pasado 10 de mayo, fecha en la que muchos celebran el día de la madre, es una fecha trágica en la historia no solo de Berlín, sino de Alemania en su conjunto.

Debido a que hace exactamente 80 años, el 10 de mayo de 1933, las nazis hicieron una gran fogata en la que quemaron miles de libros de escritores, poetas, filósofos, dramaturgos y científicos considerados “impuros alemanes” o judíos. Solo en la Plaza de la Ópera, hoy Bebelplatz, los fanáticos –bajo los alaridos del Ministro de la Propaganda nazi Joseph Goebbels- quemaron unos 26 mil libros. Pero el mismo acto infame se reprodujo, esa misma noche, en otras localidades de Alemania y según datos oficiales el total de libros quemados fue de unos 70 mil.

Entre las plumas más famosas estaban los libros del Premio Nobel Thomas Mann, del fundador del sicoanálisis Sigmund Freud, del filósofo Karl Marx, del Dramaturgo Bertolt Brecht, de los escritores Stefan Zweig y Lion Feuchtwanger, como del filósofo y economista Ludwig Von Mises. Pero las llamas también consumieron libros de autores norteamericanos. Tal el caso de las obras de Ernest Hemingway y Jack London.

En un paréntesis, lector/a, habría que recordar que la quema de libros no es una invención de los nazis, ni mucho menos. Es una práctica antigua y constante en la historia y ligada al fanatismo religioso e ideológico.
Durante los primeros tiempos de la colonización de América, por ejemplo, el fanático misionero español Diego de Landa quemó infinidad de manuscritos y códices mayas. Este hecho nefasto ocurrió en la localidad de Mani (Yucatán), en el año de 1562.

Pero no se crea lector/a que ese fanatismo destructor es algo del pasado y propio de los excolonizadores extranjeros, definitivamente no. En Chile, en los días posteriores al Golpe de Estado del 11 de Septiembre de 1973, los militares chilenos confiscaron y quemaron libros de política y economía considerados peligrosos o rojos. Luego, el dictador Augusto Pinochet ordenó quemar, en la ciudad de Valparaíso, miles de ejemplares de Las aventuras de Miguel Littin clandestino en Chile.

Más tarde, en 1976, los militares –fascistas- argentinos hicieron lo mismo. El General Luciano Benjamín Menéndez ordenó y dirigió la quema de los libros de García Márquez, Pablo Neruda, Vargas Llosa, – tres de nuestros Premios Nobel de Literatura-, Eduardo Galiano y, entre otros, Antoine de Saint-Exupéry. Afortunadamente, dicho militar fue juzgado por crímenes de lesa humanidad y, al final, condenado a cadena perpetua.

Parece, pues, lector-a, que los fanáticos -sean religiosos, políticos o militares- tienen miedo de la palabra escrita. La posibilidad de un sustantivo les asusta, la verdad de un adjetivo les  enfada y la praxis de los verbos les quita el sueño. Únicamente así se explica su fobia a la palabra impresa, transmutada en libro. Heinrich Heine predijo sabiamente que los que empiezan quemando libros terminan quemando gente.

LA PUERTA DE BRANDEBURGO
Ahora camino en dirección Este, voy en dirección de lo que anteriormente era la Alemania Oriental. Mi destino, bajo un sol tímido y una brisa juguetona, es la Brandenburger Tor.

La Puerta de Brandeburgo tiene también una historia llena de acontecimientos, algunos gloriosos otros ligados al fascismo y al totalitarismo. La Puerta de Brandeburgo es un antiguo Arco de Triunfo que, originalmente, data del siglo XVIII. Es un monumento –tanto en grandor como en estilo arquitectónico- impresionante y de inspiración neoclásica. En la parte superior de la Puerta hay un carro tirado por cuatro caballos y que se llama la Quadriga. La belleza artística de la Quadriga es tal que, durante un tiempo, Napoleón se la había llevado a París como botín de guerra.

Luego, en la primera mitad del siglo XX, durante la dictadura nazi, la Puerta de Brandeburgo fue utilizada como símbolo nacionalista, adornada con la parafernalia fascista. La esvástica hitleriana ondeó sobre las columnas de la Puerta de Brandeburgo. Así, durante la Segunda Guerra Mundial, la Puerta de Brandeburgo fue, por las bombas de los Aliados, casi completamente destruida. Pero una vez termina la guerra fue bellamente reconstruida.

Luego, con la construcción del nefasto Muro de Berlín la Puerta de Brandeburgo quedó del lado Oriental en lo que se llamaba la Tierra de Nadie y que era prácticamente la zona fronteriza entre las dos Alemanias, la capitalista y la comunista. Durante el largo periodo de la Guerra Fría, de principios de los años 60 a finales de los 80 de siglo pasado, la Brandenburger Tor fue completamente cerrada por el Muro de Berlín.

EL MURO DE LA VERGÜENZA
Ahora, lector/a, camino a lado de las ruinas de lo que otrora fuera el vergonzoso Muro de Berlín. El Muro de Berlín fue construido en 1961. El Muro daba la impresión de una prisión de alta seguridad, con torres altas y guardias armados hasta los dientes; patrullas con perros amenazantes; mallas de alta seguridad y campos minados. Únicamente así, viendo las imágenes de cómo era el Muro, es posible entender la expresión Cortina de Hierro.

Durante los 28 años de existencia del Muro de Berlín fueron miles de personas las que trataron de escapar. Algunos tuvieron la suerte de lograrlo, pero otros muchos murieron en su intento, bajo las balas de los guardias fronterizos.

Sigo caminando, observo las imágenes del Muro, de las víctimas y de las familias divididas. La mirada triste de los alemanes orientales me recuerda lo gris del Socialismo convertido en Totalitarismo. Una interrogante me viene al espíritu: ¿Por qué miles de alemanes orientales querían –como hoy los cubanos- huir de Alemania Oriental? ¿Por qué tanta gente arriesgaba su vida tratando de escapar hacia el otro lado, hacia el supuesto enemigo de clase?

La respuesta no es tan complicada y solo los fanáticos o ignorantes de lo que pasó en los países socialistas no quieren o no pueden entender: La gente huía de un sistema totalitario, de una sociedad en la que las libertades individuales y los Derechos Humanos no existían. Y es bien por eso que Willy Brand, excanciller de Alemania, calificó al Muro de Berlín como “El Muro de la Vergüenza”. Mientras que  mi esposa, quien también vivió prisionera de ese mismo Muro, lo sigue llamando El Muro del Terror.

UNA NOTA DE JAZZ EN EL TIERGARTEN
Sigo caminando y, de repente, llego un parque inmenso y lleno de árboles. Es el parque Tiergarten, que traducido significa Jardín de Animales. El nombre de este bello parque se explica en el hecho que, en el pasado, era un lugar de caza de animales. Es un lugar bellísimo, que impresiona al visitante. Sobre todo, porque está situado en medio de una gran ciudad, en el puro centro. El Tiergarten es el pulmón verde de Berlín y tiene una extensión de 21 hectáreas. Los berlineses lo usan para hacer día de campo, practicar deportes, pasear o descansar.

Al nomás entrar en el parque, he escuchado, a lo lejos, las notas de un tema conocido que salen de un melancólico clarinete. Me acerco y descubro a un músico –sin duda de origen rumano- que toca Sway. El clarinetista me observa, descubre que me gusta su swing y, rápido, empieza a hacer variaciones con el tema de la canción. Después de un rato, bebo un poco de agua, me levanto y me despido del músico y de las primeras notas de Autumn Leaves.

MONUMENTO AL HOLOCAUSTO
Mi descanso en el parque fue reconfortante y, ahora, lector-a, camino en dirección Sur. Me dirijo hacia uno de los monumentos más importantes de Berlín. Me refiero al Monumento en memoria de los Judíos de Europa exterminados por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

El Monumento en memoria de los Judíos de Europa es un espacio abierto, casi cuadrado y formado por 2711 estelas de hormigón. Las estelas están alineadas, tienen una altura irregular y producen en el visitante la sensación de estar frente a lapidas de cementerio. La sobriedad del lugar se explica en la tragedia humana que significa el Holocausto. Es un lugar que invoca a la memoria histórica y que con su mutismo nos dice que no hay que olvidar.

Parece que el responsable del diseño, Peter Eisenman, quería que el visitante, al momento de ver el conjunto de las losas, se sintiera incómodo y confundido. Y según mi experiencia personal, pienso que el artista logró su objetivo. Pues, viendo el Monumento al Holocausto, mi pensamientos se entremezclan, abruptamente, con mis emociones. Busco una losa con sombra y me siento durante un buen rato. Pienso en la barbarie humana, en la organización racional de la muerte y en todas esas víctimas del nazismo. Hobbes tenía razón al afirmar que el Hombre es un lobo para sí mismo.