En busca de lecturas espirituales durante mis vacaciones realicé nostálgicamente una inmersión semiprofunda en algunos textos del actual Papa, Benedicto XVI, y entre ellos me entretuve con esta larga entrevista realizada por el alemán Peter Seewald, quien, según la prensa especializada, es el segundo libro que publica en complicidad con el buen Joseph Alois Ratzinger, que es su nombre de pila.

He dicho «buen» hombre porque esa es la impresión que ofrece a través de sus, en ocasiones, breves respuestas a preguntas inquisitivas y a veces cajoneras de Seewald. En el Papa se adivina cierta inocencia, sencillez y timidez que dan como resultado al estadista sui géneris, que él es: huraño y esquivo, franco y directo. Pero se equivoca quien se deje llevar por las apariencias y trate de hacer una radiografía superficial del personaje.
En el antiguo Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe también hay carácter, voluntad y mucho celo por defender aquello en lo que cree. De aquí que se conozca su proverbial inflexibilidad frente a tantos teólogos «sospechosos», como Leonardo Boff, John Sobrino y su otrora colega Hans Kí¼ng. Ratzinger es sencillo, pero no flojo; es humilde, pero terco en sus posiciones.
Por eso, el jerarca de la Iglesia católica también deja un sabor que hace sufrir al paladar. Cuando se refiere a temas controversiales, tales como el aborto, los anticonceptivos y la homosexualidad, entre tantos otros, muestra una ortodoxia que no deja lugar a dudas ni a discusión. Defiende la más rancia posición en la que muchos fieles, con seguridad, se sienten alejados de sus enseñanzas tanto teórica como prácticamente. Es decir, el Papa parece guiado en el seguimiento estricto del Catecismo de la Iglesia católica.
Y no es para menos. Siendo Cardenal, Ratzinger fue Presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica que, luego de seis años de trabajo (1986-1992), presentó a Juan Pablo II. O sea, en materia doctrinal, como decía un amigo, vamos en camino seguro con el actual pastor universal (todo dicho, por supuesto, de manera irónica). Todo esto hace pensar que el Papa aunque valiente y contestatario en sus años juveniles (así lo dibuja Kí¼ng en sus memorias), ahora aparenta mucho miedo.
Y con temor no se puede cambiar el mundo. La Iglesia parece destinada durante este gobierno eclesial a una inmovilidad que no le hace un favor al pueblo de Dios. Así, temas como la ordenación de mujeres sacerdotes, la abolición de la ley del celibato, la mayor participación de los laicos y el florecimiento del diálogo interreligioso, tendrán que esperar. Este Papa parece decidido a mantener los viejos ideales de la Iglesia primitiva.
Evidentemente, no todo es negro en el desempeño del trabajo del Obispo de Roma. Benedicto XVI muestra vergí¼enza en el texto cuando se le pregunta sobre los abusos sexuales cometidos por algunos sacerdotes y príncipes de la Iglesia. Dice que nunca imaginó la dimensión del problema y que, dado que los hechos hieren a la comunidad y restan credibilidad, las cosas deben cambiar. Así, se muestra decidido a no tolerar ningún acto anómalo de los llamados a ser «alter Christi».
Igualmente el Papa expresó incomodidad cuando se refirió a la conducta impropia de uno de los consentidos de Juan Pablo II, Marcial Maciel Degollado, fundador de los legionarios de Cristo. Y no duda en aceptar el ridículo de un hombre que timó a propios y extraños por todo el mundo. Su santidad habla de la intervención de esa orden religiosa y sus mejores deseos no sólo por aprender la lección, sino por cerrar un capítulo doloroso para toda la grey católica.
Como se sabe, en Mayo del 2010 el Vaticano publicó una declaración condenando a Maciel como «inmoral» y reconoció que éste cometió «verdaderos crímenes» y llevado una «vida privada de escrúpulos y auténticos sentimientos religiosos». El Papa también dijo que nombraría una comisión especial que examinara la constitución de los Legionarios y se abriera una investigación dentro de los afiliados a Regnum Christi.
Al final de cuenta, sin embargo, Luz del mundo no es un libro de chismografía, sino un texto para conocer más y mejor a un personaje influyente y sensato, un líder religioso de alto nivel al que siguen muchos alrededor del mundo. Por eso dan gusto ciertos pasajes en los que se sincera el pastor universal. Uno de esos casos, es cuando, por ejemplo, le preguntan si esperaba ser Papa. í‰l lo niega y explica que siempre creyó que su camino sería como profesor y académico dentro de las universidades.
En mis años de juventud, «tuve de hecho la noción que ser profesor de teología era mi carisma y estaba muy feliz cuando mi idea se hacía realidad».
Al preguntarle el entrevistador sobre lo que pasó por su mente cuando lo eligieron Papa, él dice que elevó los ojos al cielo y le dijo a Dios: «Â¿Qué haces conmigo? Ahora la responsabilidad es tuya. Debes conducirme. No puedo hacerlo». Y, desde aquel instante, dice tener la fe que Dios está con él y lo conduce todos los días de su pontificado.
Por último, entre tantas cuestiones, Seewald le pide que cuente sobre los últimos momentos de Juan Pablo II, y lo narra así: «í‰l estaba sufriendo mucho y, sin embargo, estaba muy alerta. Con todo, no me dijo nada más. Le pedí su bendición y me la dio. Luego nos despedimos con un cordial saludo de manos, consciente que ese era nuestro último encuentro». Así de simple.
Este es un libro que debería leerse no sólo por piedad, por quienes son miembros de la Iglesia y se sienten parte de la institución fundada por Cristo, sino por atención a las palabras de un hombre que interpreta el mundo y comparte su saber con los que desean conocerlo. Debe recordarse que, como quiera que sea, el Papa es un estadista y líder religioso cuya palabra cuenta en muchas personas. Entonces, ¿Por qué no tratar de entender el horizonte de tanta gente con estas creencias?
El libro puede adquirirlo (o pedirlo) en Librería Loyola.