Benedicto XVI: Jesús de Nazaret


Finalmente llegó el tan esperado libro de Don Joseph Ratzinger titulado de manera escueta (como él mismo): Jesús de Nazaret. Digo finalmente porque sé que en los cí­rculos teológicos, cristianos o simplemente del lado de los curiosos esperaban el texto para conocer más de cerca el pensamiento del ahora jefe de la Iglesia Católica.

Eduardo Blandón

El libro no es pequeño, tiene cuatrocientas cuarenta y ocho páginas, y es apenas el primero de los dos volúmenes con que el intelectual alemán quiere expresarnos su visión «cristológica». ¿Difí­cil? No, no lo creo. La verdad es que es un libro fascinante porque expresa de manera sencilla, sin alardes ni demasiadas citas bibliográficas la concepción propia de Su Santidad sobre Cristo. Es una reflexión para cristianos de todo nivel. De hecho creo que el académico o el estudioso de la teologí­a podrí­a quedar decepcionado por no tratarse de un texto de «altos vuelos».

¿De verdad lo puede leer cualquiera? Absolutamente seguro. Este libro puede leerlo el cristiano para sus meditaciones cotidianas, el estudioso de la Biblia para confrontar sus posiciones, el seminarista para formarse criterio, el ateo para distraerse en los ratos de ocio y el periodista para cultivar su inteligencia en este campo del saber. La idea del Papa es sencilla: reflexionar sobre los evangelios y averiguar quién es Cristo.

Para tal empresa, el Papa presenta en este primer volumen el recorrido de la vida de Jesús desde el Bautismo hasta la Transfiguración. Luego de la Introducción titulada «una primera mirada al misterio de Jesús», se inicia con «El bautismo de Jesús» (que es el primer tema abordado). Luego se medita sobre «Las tentaciones de Jesús». En el capí­tulo tres se toca el «Evangelio del Reino de Dios». Posteriormente, se presenta «El sermón de la montaña», «La oración del Señor», «Los discí­pulos», «El mensaje de las Parábolas», «Las grandes imágenes del evangelio de Juan», «Dos hitos importantes en el camino de Jesús: la confesión de Pedro y la transfiguración» y se finaliza con los «nombres con los que Jesús se designa a sí­ mismo».

Para no dejar dudas sobre el modo propio de interpretar el Evangelio, Ratzinger, antes de la introducción, escribe un prólogo explicativo. Aquí­ afirma que su método exegético va más allá del histórico. Este es importante y ha dado sus frutos, «sin duda», dice, pero se queda corto para deducir del texto bí­blico quién era en verdad ese hombre misterioso protagonista de la Buena Nueva. Por tal razón, la «exégesis canónica», explica, puede ser útil para complementar aquél y contribuir a una interpretación más completa y, quizá, «más correcta» de Cristo.

¿Hay alguna idea central en el libro? Dirí­a que sí­. En el texto hay una idea que parece ser el «leitmotiv» de la narración o que funciona como antí­fona: Cristo no sólo muestra al Padre (como si fuera alguien distinto), sino que también í‰l participa de la propia divinidad. Cuando habla en los Evangelios, entonces, no se trata de «su» voz, sino la de Dios mismo que con autoridad revela a los hombres su mensaje de salvación. Esta es una idea en la que Ratzinger insiste y le parece clave para entender con profundidad el mensaje evangélico.

Evidentemente, serí­a extenso resumir en pocas lí­neas las ideas expresadas por el Papa en este libro, pero quisiera subrayar algunas que me parecen interesantes y que, de repente, abren el apetito para una lectura posterior. En la reflexión sobre «las tentaciones de Jesús», por ejemplo, Ratzinger afirma que se trata de tres pruebas que reflejan la lucha interior del Maestro por cumplir su misión. Particularmente es sugestiva la segunda tentación porque el Diablo usa las Sagradas Escrituras para ponerle una trampa a Jesús. Aquí­ se pregunta el Pontí­fice: ¿Cómo es posible que el Demonio conozca tan bien la Biblia?

«El diablo muestra ser un gran conocedor de las Escrituras, sabe citar el Salmo con exactitud; todo el diálogo de la segunda tentación aparece formalmente como un debate entre dos expertos de las Escrituras: el diablo se presenta como teólogo, añade Joachim Gnilka. Vladimir Soloviev toma este motivo en su Breve relato del Anticristo: el Anticristo recibe el doctorado honoris causa en teologí­a por la Universidad de Tubinga; es un gran experto en la Biblia. Soloviev expresa drásticamente con este relato su escepticismo frente a un cierto tipo de erudición exegética de su época».

Este texto revela, como lo hace a lo largo del libro, una crí­tica subrepticia a actitudes no sólo de algunos teólogos que interpretan las Escrituras de manera poco ortodoxa, sino también a ciertas vivencias «sui generis» de los cristianos posmodernos.

En cuanto a las Bienaventuranzas, el Papa afirma que éstas expresan lo que significa ser discí­pulo de Cristo. Son una paradoja porque se invierten los criterios del mundo. Aquí­ los auténticamente felices son los pobres y perdidos, los vencidos y los que padecen. Seguir a Jesús quiere decir cambiar de mentalidad, fundar nuevos criterios de vida.

En cuanto a la pobreza, dice, no se trata de la pobreza puramente material porque ésta no salva, «aun cuando sea cierto que los más perjudicados de este mundo pueden contar de un modo especial con la bondad de Dios». Se trata más bien de cierta humildad de vida, de quien espera todo de Dios, quien no tiene puesta su confianza en sí­ mismo.

«Esta humildad extrema era para Francisco sobre todo libertad para servir, libertad para la misión, confianza extrema en Dios, que se ocupa no sólo de las flores del campo, sino sobre todo de sus hijos; significaba un correctivo para la Iglesia de su tiempo, que con el sistema feudal habí­a perdido la libertad y el dinamismo del impulso misionero; significaba una í­ntima apertura a Cristo, con quien mediante la llaga de los estigmas, se identifica plenamente, de modo que ya no viví­a para sí­ mismo, sino que como persona renacida viví­a totalmente por Cristo y en Cristo».

Finalmente, cuando reflexiona sobre el tema de la oración cristiana, en el Padre Nuestro, Ratzinger explica el sentido de cada parte del texto. Es interesante en esta parte última lo referido al «Padre». Dios es «Padre», afirma, y aunque hay muchas figuras que pueden conducir a pensar que también es una «Madre», esto no lo dice explí­citamente el texto sagrado.

«?aunque en el lenguaje plasmado a partir del cuerpo el amor de madre se aplique también a la imagen de Dios, hay que decir también que nunca, ni en el Antiguo ni en el Nuevo Testamento, se califica o se invoca a Dios como madre. En la Biblia, «Madre» es una imagen, pero no un tí­tulo para Dios. ¿Por qué? Sólo podemos intentar comprenderlo a tientas. Naturalmente, Dios no es ni hombre ni mujer, sino justamente eso, Dios, el Creador del hombre y de la mujer».

Ojalá que estos textos entresacados y las breves opiniones expresadas puedan motivarlo a comprar el libro. Puede adquirirlo en la Librerí­a Loyola.