Eduardo Blandón
La encíclica que ahora se presenta, «Deus caritas est», es la primera del Papa Benedicto XVI. La intención del documento, según sus propias palabras, es la de «insistir sobre algunos elementos fundamentales, para suscitar en el mundo un renovado dinamismo de compromiso en la respuesta humana al amor divino». O sea, poner en consideración de los cristianos un tema quizá muy actual en nuestro tiempo: el amor.
Ratzinger considera que del amor todos hablan, pero pocos le atinan en su comprensión. Da a entender que vivimos en una época en donde la caridad es desconocida y absolutamente tergiversada. Por esta razón es que empieza desde la primera página a explicar su concepto de amor que es, según insiste, diametralmente opuesta a lo que las multitudes entienden.
Esa es la línea de la primera parte, teórica y conceptual. Expone el origen de la palabra. Se interna en el significado de «eros» y «agapé». Según el Pontífice, el Antiguo Testamento utiliza más la palabra «eros», que está ligada más a un tipo de amor pasional, humano y hasta carnal. Muy diferente al «agapé» que es mucho más utilizado en el Nuevo Testamento. Esta palabra se relaciona con un tipo de amor más espiritual, celebrativo y más allá de los sentimientos.
«Los antiguos griegos dieron el nombre de eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano. Digamos de antemano que el Antiguo Testamento griego usa sólo dos veces la palabra eros, mientras que el Nuevo Testamento nunca la emplea: de los tres términos griegos relativos al amor -eros, philia (amor de amistad) y agapé-, los escritos neotestamentarios prefieren este último, que en el lenguaje griego estaba dejado de lado. El amor de amistad (philia), a su vez, es aceptado y profundizado en el Evangelio de Juan para expresar la relación entre Jesús y sus discípulos».
Según lo anterior, no significa que el amor esté relacionado más con lo espiritual que con lo físico. El Papa cree que se equivocan quienes creen que la Iglesia apuesta sólo por un tipo de amor más angelical y desencarnado a costas de un amor más «erotizado» y físico. Cualquier crítica en este sentido, afirma y evoca a Nietzsche, es equivocada. La Iglesia considera que el amor entendido integralmente es vital en el desarrollo personal del género humano.
«El cristianismo, según Friedrich Nietzsche, habría dado de beber al eros un veneno, el cual, aunque no le llevó a la muerte, le hizo degenerar en vicio. El filósofo alemán expresó de este modo una apreciación muy difundida: la Iglesia, con sus preceptos y prohibiciones, ¿no convierte acaso en amargo lo más hermoso de la vida? ¿No pone quizás carteles de prohibición precisamente allí donde la alegría, predispuesta en nosotros por el Creador, nos ofrece una felicidad que nos hace pregustar algo de lo divino?».
El Obispo de Roma escribe que a lo que sí se ha opuesto la Iglesia en el transcurso de la historia es a una consideración del amor epicúrea y hedonista. Se trataría de un falso amor, la celebración de una emoción irresponsable y desligada del compromiso. «Por eso, el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, «éxtasis» hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser».
El amor engloba, según el Papa, la existencia entera y en todas sus dimensiones, incluido también el tiempo. El amor tiende a la eternidad. El amor es «éxtasis», pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios.
El amor está enraizado en la naturaleza del ser humano. Somos, se puede afirmar fundado en el Génesis, amor y tenemos por vocación el amor. Estamos condenados al afecto y al cariño y la realización sólo la encontramos amando a otros: a Dios en primer lugar y a sus criaturas en segundo término. De aquí que el imperativo de amar sea vital en la concepción cristiana.
«Hay dos aspectos importantes (que se deduce del texto del Génesis): el eros está como enraizado en la naturaleza misma del hombre; Adán se pone a buscar y «abandona a su padre y a su madre» para unirse a la mujer; sólo ambos conjuntamente representan a la humanidad completa, se convierten en «una sola carne». No menor importancia reviste el segundo aspecto: en una perspectiva fundada en la creación, el eros orienta al hombre hacia el matrimonio, un vínculo marcado por su carácter único y definitivo; así, y sólo así, se realiza su destino íntimo. A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano».
En la segunda parte de la Encíclica, Benedicto XVI, habla de las formas de caridad de la Iglesia. Afirma que para la institución que dirige, el amor ha sido siempre práctica habitual, desde sus orígenes hasta nuestros días. Ya en la primera época, por ejemplo, explica, la Iglesia ordenaba «diáconos», es decir, servidores, que tenían como finalidad atender las necesidades materiales de los fieles cristianos.
Para el Papa es absurda la celebración de los sacramentos, hablar de la Eucaristía, por ejemplo, si no hay un compromiso con los necesitados, con los enfermos y los que padecen hambre. Dios nos ha mandado a amarnos, dice, y debo ser solidario con quien sufre. Esta caridad, continúa, está contra la crítica que Marx formuló hacia la Iglesia.
«Desde el siglo XIX se ha planteado una objeción contra la actividad caritativa de la Iglesia, desarrollada después con insistencia sobre todo por el pensamiento marxista. Los pobres, se dice, no necesitan obras de caridad, sino de justicia. Las obras de caridad -la limosna- serían en realidad un modo para que los ricos eludan la instauración de la justicia y callen su conciencia, conservando su propia posición social y despojando a los pobres de sus derechos. En vez de contribuir con obras aisladas de caridad a mantener las condiciones existentes, haría falta crear un orden justo, en el que todos reciban su parte de los bienes del mundo y, por lo tanto, no necesiten ya las obras de caridad».
Benedicto XVI rechaza la crítica marxista e insiste en la importancia de la caridad con los necesitados. Cambiar las estructuras injustas de la sociedad no es tarea de la Iglesia, expone, pero sí contribuir no sólo a través de la reflexión del significado de justicia, sino también por medio de la ayuda a quienes sufren. En este sentido, estimula a los creyentes, especialmente a los laicos, para que por medio del voluntariado, por ejemplo, y de organizaciones caritativas continúen aliviando las penas de los hermanos (sin importar ideologías ni credo).
«Deus Caristas est», según me parece, es un texto para ser leído más de una vez. ¿No le parece interesante? Puede adquirirlo en Librería Loyola.
AUTOR: Benedicto XVI
NOMBRE: Carta Encíclica «Deus Caritas est»
EDICIí“N: tercera
EDITORIAL: Ediciones Palabra
Aí‘O: 2006
ISBN: 8482399977
PíGINA: 87