Los 60,000 espectadores que abarrotaban el Estadio Olímpico de Roma, en Italia, alzaron su voz de júbilo al unísono.
César Guzmán
cesarguzman@yahoo.com
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Eran las olimpiadas de 1960; en ese momento, una mujer estadounidense escribía su nombre, con letras de oro en el libro de la gloria deportiva.
Wilma Rudolph, joven atleta, acaba de ganar su tercera medalla de oro en el mismo día, en medio del estruendo ensordecedor de miles de emocionadas gargantas.
Después de su llegada triunfal a la meta, «la centella negra» -como la llamaron-, miró hacia el cielo azul, lloró y gritó de alegría.
¡Quién iba a imaginarse que la nueva campeona hubiera sido paralítica 15 años atrás!
PARA LA VOLUNTAD TRIUNFADORA, NO HAY OBSTíCULO QUE VALGA.