Volvieron las «aves migratorias», esos afortunados estadounidenses del norte que pueden permitirse pasar el invierno en la cálida y soleada Florida. Y es que, ¿quién no preferiría pasar el tiempo haciendo un castillo de arena en lugar de apartando la nieve?
Florida se beneficia de este clima y su economía depende en gran parte del turismo. Pero últimamente han surgido signos preocupantes para las paradisíacas condiciones de sus playas, que están siendo socavadas por las tormentas y las mareas altas.
Hasta ahora, los daños se han contenido llevando arena a las zonas costeras. Pero no podrá seguir haciéndose fácilmente, al menos no en el sur de Florida y en vibrante metrópolis, Miami. La arena utilizada para reemplazar es cada vez más escasa, sobre todo en los distritos de Miami-Dade, Broward y Palm Beach. La arena ha adquirido tal valor, que se ha desatado una batalla por ella.
Los estudios muestran que el 60 por ciento de las playas de Florida están amenazadas por la erosión, con daños «críticos» en el 50 por ciento de ellas, según el biólogo marino Terri Jordan-Sellers, del cuerpo de ingenieros del Ejército y al cargo de reparar los daños. En el sureste de Florida hay proyectos en marcha desde finales de los 70 para el mantenimiento de 350 kilómetros de costa.
Entre los factores que contribuyen al incremento de la erosión están las tormentas, las mareas y la subida del nivel del mar desencadenado por el derretimiento de los casquetes polares.
Por lo general, la arena necesaria se trae de zonas de alta mar cercanas. Pero aunque podría pensarse que no hay límites para esta práctica, no es así.
«La percepción general es que el océano está lleno de arena, pero a veces es difícil conseguir esa arena de forma sostenible con el medio ambiente, o que sea compatible con la que ya hay en las playas», explicó al diario «Tampa Bay Times» Tom Martin, también ingeniero del Ejército.
Miami-Dade, Broward y Palm Beach reparan sus playas desde hace décadas, para lo que utilizan las reservas de arena natural de alta mar. Pero tres arrecifes cercanos a la costa dificultan las operaciones de dragado, y además es ahí donde la placa continental se hunde y el Atlántico cobra una gran profundidad. Como consecuencia, a partir de esta primavera, Miami-Dade no podrá seguir extrayendo arena del fondo del mar.
Las cosas no van mejor en Palm Beach, mientras que Broward la situación es tan extrema que las autoridades están empezando a evaluar la posibilidad de utilizar cristal reciclado pulverizado.
Así, no es extraño que estas zonas miren hacia sus vecinos del norte, donde las condiciones son mejores. Los condados de Santa Lucía y Martin tienen reservas de arena que podrían durar otros 50 años. ¿Suficiente como para compartirlas? No, en opinión de estos dos condados, que no quieren compartir su tesoro de alta mar.
«Los condados están iniciando guerras por la arena. Todo el mundo cree que los demás condados le van a robar su arena», señaló Kristin Jacobs, alcaldesa del condado de Broward.
Pero en el sector turístico de Florida nadie puede permitirse una playa de mala calidad, sobre todo en un lugar como Miami, donde los huéspedes pagan 350 dólares o más por una noche en un hotel de la playa. Además, según explica el especialista Kenneth Banks, las playas son también una importante protección para las zonas residenciales -y a menudo caras- del interior.
Una de las posibilidades es traer arena de minas a cielo abierto, pero según el responsable de la restauración de la playa de Miami-Dade, esta opción supondría que «20 mil camiones atravesasen South Beach durante la temporada turística».
Otra posibilidad sería comprar arena a los países caribeños, pero antes de eso el cuerpo de ingenieros del Ejército tiene que probar que no hay arena doméstica local disponible debido a razones medioambientales o económicas.
Por ahora, el condado de Broward encargó más de 8 mil camiones de arena procedente de minas. Miami-Dade confía en que, atendiendo a algunos estudios y audiencias, se obligue a los condados de Santa Lucía y Martin a poner a disposición su arena, argumentando que, al fin y al cabo, no les pertenece a ellos, sino al gobierno federal de Estados Unidos.