Barriletes gigantes de Santiago Sacatepéquez y Fieles Difuntos


Barriletes gigantes listos para alzar el vuelo el 1 y 2 de noviembre, en busca de las ánimas de los antepasados comunales y lograr el equilibrio social e individual en Santiago Sacatepéquez. FOTO LA HORA: GULLERMO VíQUEZ GONZíLEZ

Una de las ceremonias de mayor colorido y originalidad dentro de las tradiciones populares de Guatemala son los barriletes gigantes que se vuelan en Santiago Sacatepéquez para el Dí­a de Todos los Difuntos y Todos los Santos, en el mes de noviembre.

Celso A. Lara Figueroa
Universidad de San Carlos de Guatemala

Necrópolis citadina el 1 de noviembre. Obsérvese los nichos completamente adornados con flores en una de las galerí­as del Cementerio General de la Nueva Guatemala de la Asunción. FOTO LA HORAí‘ GUILLERMO VíSQUEZ GONZíLEZ

Inmensos barriletes surcan el aire desde el cementerio de esta pequeña población indí­gena kaqchikel, que para esta fecha se ve abarrotada por turistas locales y extranjeros. Sin embargo, el colorido y la vistosidad han obnubilado a los investigadores que hasta la fecha no han profundizado en la significación de esta ceremonia tradicional. En estas lí­neas no hablaremos de la construcción del barrilete ni de la forma en que se vuela. Trataremos de sintetizar la significación cosmogónica de este fenómeno de cultura tradicional.

En primer lugar, hay que señalar que no está aislado del resto de manifestaciones sociales, tanto de carácter popular, como tradicional de la cultura campesina de origen mayanse, con fuerte raí­z prehispánica. Tratando de no aislar este fenómeno, procederemos a intentar explicarlo. Los barriletes de Santiago Sacatepéquez, representa la unión del inframundo con el mundo de acuerdo con los criterios cosmogónicos de los indí­genas kaqchikeles de Santiago. Es la ví­a de enlace entre los muertos (los santos) y los vivos. Para los habitantes de Santiago Sacatepéquez, el dí­a de Todos los Santos tiene poco que ver con los santos del cielo y católicos y se enfoca casi exclusivamente sobre los muertos del inframundo, los ancestros de Santiago, los antepasados.

Es interesante apuntar que para los antiguos al alba del primero de noviembre el dios-mundo libera a las almas de los antepasados del inframundo y durante veinticuatro horas los espí­ritus tienen la libertad de visitar los lugares en que vivieron y sobre todo a sus ancestros vivientes. Los vivos, por su parte, tienen que estar preparados para recibir a sus espí­ritus, porque si éstos no encuentran buena acogida dentro de su familia, son capaces de infligir daños a las cosechas, provocar enfermedades y atentar contra la vida de los mismos.

El ritual para recibir a los muertos es riguroso: la familia se levanta muy temprano, a la salida del Sol del primero de noviembre, esparce «flor de muerto» en el umbral de la puerta de su casa y cuelga ramilletes de las mismas flores en los marcos de las ventanas y de cualquier abertura que tenga la casa. Todo esto sirve para guiar a los espí­ritus e indicarles que no se le ha olvidado y que son bienvenidos en sus viejas moradas. El altar que se construye en la casa se adorna también con flores de muerto, además de la ofrenda a los antepasados (aguardiente blanco, pan, agua, frutas, atole de maí­z y candelas).

Después de preparar la casa y el altar, toda la familia se dirige al cementerio para adornar o vestir las tumbas, generalmente pequeños túmulos de tierra calcinada por el Sol. Vestir una tumba consiste en esparcir flor de muerto a todo lo ancho y largo, colocando coronas de ciprés en la cabecera de la misma. Asimismo, la familia permanece en el cementerio comentando los dí­as mejores que compartieron con sus muertos. Por la tarde los barriletes remontan el vuelo en busca de los espí­ritus errantes y ancestrales.

En la noche, los principales de la Cofradí­a de San Miguel Arcángel y los jóvenes que han volado barriletes en el cementerio, recorren el pueblo solicitando limosna en nombre de San Miguel y los pobres. En la ceremonia de Pojoy Nayé, dentro de la cual subsiste todaví­a el viejo rito prehispánico de quebrar la cerámica, acto que aunado con el rezo de los Principales de la cofradí­a (sacerdotes portadores de la sabidurí­a maya), ante el altar de los ancestros logran que los espí­ritus regresen al inframundo. De manera, pues, que los barriletes gigantes representan el vehí­culo por medio del cual los espí­ritus de los antepasados, de los ancestros de los campesinos indí­genas de Santiago Sacatepéquez se unen a sus vivos durante veinticuatro horas para luego retornar a sus moradas eternas.

En la concreción del mito del eterno retorno. Y así­ los antepasados quedan a la espera de un nuevo año en que volverán a salir para bajar a visitar sus viejos lares en barriletes gigantes de caña y papel de china.

Es decir, pues, que los vivos están siempre en contacto con los muertos, con los antepasados y los barriletes son el hilo conductor de estas almas. Lo apuntado no son más que algunas notas sobre la significación de los barriletes de Santiago Sacatepéquez. No se trata de simples cometas, llenos de colorido como lo ve la óptica del turista. Tiene profunda significación cosmogónica, que cuando se le ignora puede dañarse la tradición de todo un pueblo como en los últimos años en que se han propiciado concursos para el mejor barrilete sin saber que con ello se está lesionando el auténtico saber del pueblo santiagueño.

Finalmente, baste decir que mientras no se profundice en la investigación social de la cultura guatemalteca, muchas especulaciones falsas se esparcirán; que es precisamente lo que hoy sucede con los barriletes de Santiago y toda la cultura popular tradicional de Guatemala.