Apenas los vientos hacen acto de presencia, surcan el firmamento a modo de fiesta infantil, sobre todo, los multicolores barriletes, alegría también de adultos y personas mayores. A su manera tales grupos dan rienda suelta a tiempos idos, ya lejanos.
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Todo en su época, razón por la que fabricantes e infantes que consideran una entretención sana, susceptible a la imaginación y nivel sicomotor, se unen. Respecto a cumplir año con año con algo muy nuestro, apegado a la identidad y no menos tradición.
En plena convivencia unos y otros no escapan a ninguno precisamente la época propicia para echarlos a volar en forma por demás entusiasta, que pone a prueba ciertas habilidades manuales. Provistos de inmediato no paran sino después de gozar durante esta actividad.
El hecho de presenciar con mirada reminiscente, nostálgica pero feliz, los adultos y mayores el vuelo de los barriletes, constituye una escala retrospectiva personal. Queda demostrado que el tiempo pasa, sin embargo, el niño que llevamos dentro sigue vigente.
Un rápido análisis evidencia que antes niños y adolescentes tenían más motivos de disfrute al volar barriletes. A consecuencia que en relativa mayoría se daban ala complaciente tarea de fabricarlos con sus propias manos, componente mucho más formativo.
Respecto a este producto de una artesanía ensanchada, al igual que las piñatas en el medio, la misma cobra evolución manifiesta y perfección a todas luces. Materiales, figuras, aditamentos, en fin la creatividad se demuestra sin que quepa la menor duda.
Inclusive el turismo interno y foráneo admiran al inicio de noviembre los gigantescos barriletes, a modo de ritual relacionado con el Día de Difuntos, que se elevan entre conductas emotivas en poblados como Santiago Sacatepéquez y Sumpango del mismo departamento. ¡Loa a los barriletes guatemaltecos!