Barbarie atroz


Primero hicieron rodar, literalmente, varias cabezas como un mensaje macabro sobre la situación del paí­s y ayer, continuando con el terrorismo más bárbaro, hicieron explotar una bomba dentro de un bus del transporte extraurbano, causando la muerte a dos pasajeros y heridas a más de una decena de personas inocentes. Evidentemente no se persigue otra cosa que generar terror entre la población y demostrar, si alguna duda habí­a, la incapacidad de las autoridades para reaccionar frente a esos grupos criminales.


Podemos continuar con la tónica de protestar y exigir, inútilmente, que esos hechos se investiguen, pero en realidad es momento de entender que, como alguna vez dijo Martin Luther King, no debemos sorprendernos por la maldad de los malos, pero sí­ indignarnos por la indiferencia de los buenos. Porque colectivamente vemos estos hechos como ver llover y ni siquiera la extrema barbarie es capaz de sacar a la ciudadaní­a del letargo conformista que se resume en la esperanza individual de librarse como gato boca arriba del sino trágico que la violencia le impone al paí­s. Reclamar de las autoridades acción es pedirle peras al olmo porque sabemos cuán inútil ha sido la cantaleta pidiendo investigar los crí­menes y hacer que los delincuentes paguen su deuda a la sociedad. Si esperamos que las autoridades sean las que reaccionen para atajar esta ola de barbarie, nos estamos condenado al matadero porque por sabido se descuenta que de esas autoridades no podemos esperar nada, absolutamente nada, toda vez que no tienen ni visión ni misión en cuanto a confrontar la violencia y la criminalidad. Las sociedades que han logrado superar el problema de la deficiencia institucional parten de la movilización social que obliga a sus dirigentes polí­ticos a actuar con seriedad y dejar por un lado la ambición de rápido enriquecimiento a la sombra del poder, claro objetivo de las castas polí­ticas en estos paí­ses olvidados por Dios. Mientras la población siga pecando de indiferente, los polí­ticos harán lo que vienen haciendo hasta el dí­a de hoy, es decir, servirse del pueblo en vez de servir al pueblo. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos en el paí­s un gobierno y autoridades realmente comprometidas con el servicio público y los intereses del paí­s? Y los ciudadanos, mientras tanto, haciéndonos los quites de la violencia nos sentimos satisfechos cuando la parca alcanza a otros y nos deja en paz a nosotros. Pero no podemos seguir con esa actitud irresponsable de dejar que las cosas sigan como están, aun a sabiendas de que tarde o temprano nos tendrá que alcanzar la debacle por pura cuestión de probabilidad matemática. Por eso insistimos en que ya vamos tarde y que ha llegado la hora de que los buenos dejen a un lado la indiferencia.