Banal y ridículo


EDUardo-Blandon-2013

Recientemente saldrán a luz pública las cartas de Heinrich Himmler a su esposa, epístolas que más que ganas de llorar, muestran a un hombre cínico, desubicado, maquiavélico y quizá hasta enfermo. «Viajo a Auschwitz. Besos: Tu Heini», le escribe tiernamente.

Eduardo Blandón


Como se sabe, Himmler es uno de los más grandes carniceros del siglo XX. Satanás encarnado en la tarea superada de cocinar judíos. Su iniquidad fue tal que hasta se tomaba el tiempo de observar el envenenamiento y asfixia de sus enemigos en la cámara de gas. Eso, sin embargo, aderezado con cariño y afecto hacia los suyos.

En una carta a Marga, su esposa, le pide que le dé «un beso extra de papá» a sus hijos antes de enviarle a ella «saludos y besos», con un «te quiero». Todo un padre amoroso, modelo y paradigma de progenitor responsable.

Es curioso ese comportamiento sui géneris que luce la humanidad.  El otro día leí un artículo sobre Carlo Magno, ese hombre que dicen sus biógrafos era devoto y santo: ordinariamente asistía a la eucaristía, rezaba la liturgia de las horas y se manifestaba protector celoso de la santa Iglesia Católica y quedé atónito con el contraste de su personalidad.

El padre de Europa tuvo una vida sexual exuberante. Se dice que tuvo cuatro o cinco mujeres legítimas, seis concubinas, una veintena de hijos reconocido y otros muchos sin reconocer. Carlo Magno fue también un soberano violento y cruel. Realizó masacres sistemáticas contra los que rechazaban el bautismo y mató sin piedad a sus enemigos.  Con todo, fue canonizado en el año 1165 por el antipapa Pascual III.

Lo hermoso (digámoslo irónicamente) es que predicaba la santidad: la frugalidad en el comer y el beber, el amor al prójimo, el ofrecimiento de la limosna para los pobres, visitar a los enfermos y acoger a los peregrinos. Le encantaba fundamentalmente predicar la fidelidad entre los esposos. «La mujer debe estar sometida al marido, buena y casta. Deben evitar la fornicación».

Los dos ejemplos anteriores muestran la rareza de la naturaleza humana y quizá el ridículo que hacemos cuando nos portamos exquisitos y exigentes con los demás. Tanto Himmler como Carlo Magno son modelos de comportamientos éticos particulares en los que sobresale la inconsciencia y la incoherencia de sus vidas.

Hannah Arendt habla de «la banalidad del mal», al referirse a esa inconsistencia de los genocidas alemanes. «He lamentado tanto haberme olvidado de nuestro aniversario por primera vez», le escribe Himmler a su esposa Margarete.  Más que banalidad quizá podríamos llamarle ridículo, quizá sea una palabra que complemente a la de la filósofa alemana.