Bajo el signo del agua: Padre Hermógenes continúa su camino a la beatificación


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Mañana se cumplen 34 años de uno de los asesinatos políticos que iniciaron una serie de violencia amarga que fue marcando el retorno a la vía democrática en Guatemala. El padre Hermógenes López era ultimado en San José Pinula, debido a su activismo a favor del medio ambiente, los derechos de las comunidades y por oponerse a la militarización forzada.

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POR MARIO CORDERO ÁVILA
mcordero@lahora.com.gt

Rodolfo Cardenal Quezada Toruño, recientemente fallecido, fue uno de los mayores impulsadores de la causa de la beatificación. En 2003, para los 25 años de su asesinato, el entonces Arzobispo Metropolitano solicitó al hermano Santiago Otero para que encabezara el equipo que solicitara la beatificación del padre Hermógenes.

Desde entonces, se han realizado las consultas necesarias y se ha recabado la documentación requerida, para poder llevar a cabo el mandato de Quezada Toruño. El primer paso se realizó con éxito, tras obtener el “Nihil Obstat” (documento que consta que no existe nada en contra de la petición), por lo que el proceso formal dio inicio el 27 de diciembre de 2007.

Tras ello, se inició la fase Diocesana, que consiste en presentar las pruebas, testigos y testimonios de la actividad del padre Hermógenes. Ésta se ha concluido, por lo que se está a la espera de la aprobación; ello conduciría a que pase a la siguiente fase, que es la Pontificia.

Nadie duda de la lucha del padre Hermógenes López, siguiendo los preceptos cristianos. Fundamentalmente, su asesinato y martirio se debió, según los informes de memoria histórica, a un conflicto de agua, ya que él se opuso a un proyecto para traer agua desde San José Pinula hasta la ciudad capital; él había explicado que ello supondría un fuerte impacto ambiental para el municipio. Además, también se opuso a otras injusticias, como la práctica de la militarización forzada en San José Pinula de los jóvenes.

Además de su defensa del pueblo, el asesinato del padre Hermógenes ha tenido frutos para la Iglesia Católica, ya que desde su muerte, cinco sacerdotes de San José Pinula se han ordenado, todos inspirados por la fe del mártir. Cristóbal Ramírez, Abraham Ramírez, José Félix Monzón, Jair Santizo y Léster García, este último ordenado hace dos años, dos días después del aniversario de la muerte.

El hermano Santiago Otero hace ver que en San José Pinula siempre llueve los 30 de junio, como signo inequívoco del recuerdo de la injusticia. El padre Hermógenes se ha mantenido bajo el signo del agua, que es uno de los elementos de santidad, sobre todo porque muchos de los feligreses recuerdan que el sacerdote, a pesar de la lluvia, continúa con sus misiones, sobre todo cuando visita las aldeas. Por ello, cada vez que llueve en ese municipio, lo recuerdan y saben que es su presencia.

SEMBLANZA

Eufemio Hermógenes López Coarchita, nacido en 1928 en la finca El Pirú, entre Ciudad Vieja y Antigua Guatemala; casualmente, fue bautizado por un sacerdote que posteriormente sería párroco de San José Pinula.

A los 26 años, fue ordenado sacerdote diocesano, esto en 1954. Fue fundador del colegio Preprimario Santiago en Antigua Guatemala, impulsó el movimiento rural de Acción Católica en 19 aldeas de la misma zona y se desempeñó como guía espiritual en el Seminario Conciliar en ciudad de Guatemala. Más adelante, ejerció su ministerio en la parroquia de San Miguel Dueñas en Sacatepéquez y en la parroquia La Florida de la capital.

El 26 de noviembre de 1966 el padre Hermógenes se hizo cargo de la parroquia de San José Pinula. Este municipio, asentado en un valle cercano a la capital de la República, contaba a su llegada con una escuela primaria para 300 alumnos, un par de canchas de deportes, un parque, un mercado y una población católica casi en su totalidad que los domingos y días festivos acogía a los visitantes de las aldeas vecinas.

Según testimonios, el sacerdote era “alegre, bromista, participaba en reuniones de vecinos y acostumbraba regalar dulces a los niños de los lugares que visitaba en su tarea pastoral”, de acuerdo con el informe “Guatemala, memoria del silencio”. Feligreses lo recuerdan como una persona ingenua, pero no tonto. “Alguna vez llegó hasta lo inconcebible (…) ingenuidad que está lejos de ser sinónimo de tontera (…) ingenuidad que era la admiración de los feligreses”, comentó un testigo de este informe.

El padre Hermógenes llegó a San José Pinula, un municipio que no era lo que es hoy día. Para la década de los sesenta, era un pueblo pequeño con múltiples aldeas. Sin embargo, el control lo ejercían las familias que tenían grandes fincas en ese lugar. Actualmente, muchas de esas fincas se han lotificado y, a raíz de ello, el municipio ha cambiado su configuración, al incluir otro tipo de familias.

Pero para entonces, era diferente. Un municipio con familias predominantemente de escasos recursos y que eran los que usualmente asistían a la iglesia. Asimismo, gente de las aldeas, algunas que quedan a dos o más horas de camino a pie.

Para 1977, en las elecciones municipales resultó electo como alcalde Miguel Ángel Cifuentes, un joven maestro y estudiante universitario, candidato de la ahora extinta Democracia Cristiana. El municipio había sido dominado por los candidatos del también desaparecido Movimiento de Liberación Nacional (MLN), que había regido la comuna por cinco períodos consecutivos.

Desde la parroquia, el padre Hermógenes escuchó las preocupaciones sociales y económicas de la población, además de las espirituales. Pero, además, el sacerdote sabía que su misión debía extenderse más allá de los muros de la iglesia, por lo que usualmente participaba activamente en la resolución de los conflictos.

De esa forma, se opuso al reclutamiento forzoso que afectaba, como en toda Guatemala, a la juventud de San José Pinula. Fue tal su oposición a este tema, que el Ejército decidió que no se hicieran reclutamientos en ese municipio, así como en Fraijanes. El sacerdote, a través de una carta fechada el 29 de junio de 1978 (un día antes de su muerte), al entonces presidente Kjell Eugenio García, agradecía esta decisión.

Desde entonces, el sacerdote ya representaba ciertas molestias para los sectores de poder. Pero el motivo final que habría causado su asesinato y martirio sería otro.

EL CONFLICTO DEL AGUA

El padre Hermógenes conoció de la intención de un proyecto de agua, que se proponía llevar el vital líquido desde San José Pinula hacia la ciudad capital, a través de un proyecto privado; todo ello en perjuicio de la población pinulteca, que vería reducido su acceso al agua.

La empresa Aguas S.A., pretendía derivar el agua de los riachuelos que circundaban el municipio; el sacerdote, alegando el irreversible daño ambiental y las negativas consecuencias que su realización tendría para las familias campesinas, calificó el proyecto como un negocio entre los propietarios de las fincas de la zona y los empresarios de Aguas S.A.

El 3 de febrero de 1977, el padre Hermógenes escribió una carta, dirigida al exalcalde, el que había ejercido el poder municipal, por períodos alternos, entre 1966 y 1974, además de ser el dueño de la única gasolinera de la región.

“Estamos en peligro de perder nuestras aguas y no podemos, ante tal peligro, permanecer impávidos (…) En mi modesto esfuerzo (…) he tocado todas las puertas posibles (…); solamente me faltan dos. Una de estas últimas es la de usted», escribió el sacerdote al exalcalde.

“(…) Una mañana [nos encontramos] como a eso de las diez (…) Acababa usted de dejar el honroso cargo de alcalde. Y usted me ofreció sus buenos oficios como siempre y me dijo que prácticamente usted seguiría siendo el alcalde. Me habló de sus seguras influencias (…) el retrato que usted me hizo de usted mismo lo delineó con rasgos de influjos de peligro y de miedo. Aquellos ‘poderes’, entonces, y aquellas influencias, deben servir para algo; y qué bien está usarlas a favor del pueblo –No hacerlo, es ingratitud! Dejar de hacerlo, sospecha de complicidad. Póngase entonces al servicio del Pueblo con esos dones o habilidades con que el Cielo le ha adornado, y sabemos qué calidad de hombre se esconde en el nombre de (…). Consciente de que esta carta me sitúa en el límite del peligro, me atrevo a firmarla con la nitidez de la verdad”, concluyó el presbítero.

Sus opositores intentaron mover al padre Hermógenes para evitar que continuara causando malestar en San José Pinula. Un diputado de entonces había requerido, a través de una carta a monseñor Casariegos, entonces Arzobispo Metropolitano, pidiendo que retirara al sacerdote de esa parroquia, so pretexto que soliviantaba los ánimos de la población campesina.

El sacerdote recibió también anónimos en los que se le amenazaba de muerte, acusándolo de comunista. Estas amenazas determinaron que el padre Hermógenes decidiera siempre trasladarse solo. «Prefiero ir solo, temo por ustedes (…) no teman, yo ya tengo mis alforjas llenas»,  decía, al rechazar los ofrecimientos de compañía. A pesar de las amenazas el religioso persistía en sus labores cotidianas, sosteniendo: «Si mi misión es dar la vida, así lo haré, pero nunca me echaré atrás en la causa que estoy defendiendo».

El 25 de junio de 1978 el padre Hermógenes, en su homilía, pronunció las siguientes palabras: «Si es necesaria la sangre de uno de nosotros para que haya paz en Guatemala, yo estoy dispuesto a derramar la mía». Cinco días después, el 30 de junio de 1978, era asesinado.

DÍA FATAL

El día 30 de junio de 1978, Día del Ejército, el padre Hermógenes continuó con su rutina, que consistía en visitar aldeas, sobre todo para estar con los enfermos, niños y personas que lo requerían como confesor y confidente de preocupaciones. Ese día visitaba la aldea San Luis. Viajó en su camionetilla, la cual permanece hoy día en San José Pinula como símbolo de su martirio.

En la aldea, había un culto evangélico; el sacerdote, respetuoso de la libertad de culto, decidió retornar y dejar solo unos dulces que llevaba a los niños, porque no quería interferir con la reunión religiosa.

Entonces, el sacerdote retornó; un kilómetro después, en una curva, se detuvo. Según un testigo, “cuando la camioneta venía, estaba un carro negro en los cerritos, entonces el hombre estaba como mirando (…) el carro que estaba descompuesto y no estaban esperando al padre. Ya cuando el padre venía (…) no lo dejaron pasar (…) lo arrinconaron al paredón (…) cuando se oyeron los disparos».

Se escucharon dos detonaciones. “Vi que del paredón brincaron dos hombres (…) la mudada de los hombres se les miraba negra”. Otros vecinos comentaron: “Nos acercamos al camino, cuando vimos por los cerritos se miraba una parte del pick-up, de la palangana… dijimos, es el padre».  Un carro oscuro, posiblemente negro, «grande, de ocho cilindros (…) que no era de persona conocida» se retiraba entonces a toda velocidad en dirección a San José Pinula.

Vecinos del lugar ya habían comentado que días atrás ese mismo carro rondaba el sector: “Ese carro lo vio el pueblo seguirle a él (…) ese carro llegaba, volvía a regresar (…) más o menos iban cuatro con el que manejaba (…) eran jóvenes (…) de unos 20 a 25 años (…) como cualquier común y corriente”.

 

Los pobladores más próximos al lugar corren presintiendo la tragedia y al llegar, encuentran el viejo carro del padre. «Estaba cabal en línea, ni topó al paredón».  Las portezuelas estaban aún con el seguro puesto: «Toqué las dos portezuelas del carro y las dos con llave».  Dentro, el cuerpo del mártir sobre el volante, resaltando la presencia de la Biblia, que lo acompañó en todo momento. Su cuerpo entero estaba desangrándose.
 
CONMOCIÓN

La noticia sobre el asesinato del padre Hermógenes se extiende por los poblados, la gente acude y la conmoción se generaliza. La gente comienza a rezar, dolida e incrédula. Van por el juez de paz y la policía, y el primero ordena llevarlo a la municipalidad. Un policía abre la portezuela del piloto y se lleva al padre en su propio vehículo. En el municipio, «levantaron el acta».

Otros testimonios dicen, en cambio, que unos jóvenes que llegaron al lugar del asesinato inmediatamente después de ocurridos los hechos se llevaron consigo al padre. Cuando la gente les dijo que debían esperar al juez, los jóvenes respondieron: «Nada de eso (…) él no es ningún delincuente», y se lo llevaron. «No permitieron que se estuviera ahí hasta que el juez quisiera levantarlo».

Días después, el Gobierno de turno, lejos de investigar, instauró una especie de Estado de Sitio en el lugar. Muchos sentían la necesidad de ir a misa, sobre todo al noveno día del suceso, pero se había ordenado que no salieran de las aldeas, y para lograrlo cancelaron los permisos de las camionetas, y se envió al comando policial para mantener el orden.

«Si mi misión es dar la vida, así lo haré, pero nunca
me echaré atrás en la causa que estoy defendiendo».
Padre Hermógenes López