Ayer la Cámara de Industria dio a conocer su estudio de opinión, realizado por la firma GFK Marketing Group, en el que se evidencia la pérdida de confianza de los consumidores en el futuro económico y de paso los industriales dijeron que eso ratifica que es éste el peor momento para hablar de una reforma fiscal como la que propone el Gobierno. La verdad es que la economía nacional está reaccionando al ritmo de la economía mundial y que los consumidores de nuestro país reflejan las dudas e incertidumbres que embargan a los habitantes de todos los países del mundo que sienten los efectos de una situación difícil en la que si bien no hay desabastecimiento, la carestía de ciertos bienes tiene impacto devastador en la capacidad de compra de la gente.
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Al margen del tema de los impuestos, porque estoy convencido que siempre habrá una razón para decir que no es momento de hablar de reformas que impliquen algún aumento de la recaudación, lo cierto del caso es que hay sentimientos encontrados entre la población porque a pesar de que todo se encarece, es indudable que todavía hay un nivel de consumo que se puede considerar aceptable y que puede tener mucha relación con el apoyo que desde el extranjero nos mandan los casi dos millones de guatemaltecos que han emigrado y que con sus remesas son el motor de la economía nacional.
Y como la crisis se manifiesta en un paulatino incremento de los precios, hay algunos sectores que no han llegado a dimensionar su calibre. A diferencia de lo que pasó en el 29, con la Gran Depresión, no ha habido un colapso de la economía, sino enormes turbulencias que afectan de momento a quienes son los menos favorecidos por la fortuna. Quienes estaban cercanos al umbral de la pobreza y aquellos que con notable esfuerzo habían salido de esa condición en los últimos años, se han dado cuenta que las fuerzas del mercado nuevamente los regresan para engrosar las filas del contingente de los pobres porque su ingreso ya no alcanza para satisfacer las necesidades básicas.
El primer efecto de la crisis ha sido cabalmente el de mermar la calidad de vida de quienes se encontraban en el límite y ahora no tienen ingresos suficientes para mantenerse en las condiciones que tenían hace un año. Porque obviamente los ingresos no suben en la proporción en que lo hace el costo de vida y el único y categórico efecto de ello es que la gente se vuelve más pobre porque adquiere menos bienes con el producto de su ingreso familiar.
Los expertos económicos del mundo consideran que no hemos llegado aún al fondo en este deterioro al que todavía no quieren calificar de recesión, pero indudablemente que una cosa son los efectos que la crisis produce en países ricos y otra muy distinta lo que sucede en países pobres. Es exactamente lo que pasa a lo interno de las sociedades, porque si bien la gente de mayores recursos no llega a sacudirse por las consecuencias de esta difícil situación, para los asalariados de los estratos más bajos, la cosa es realmente crítica porque están viéndose obligados a privarse de lo esencial. Y mientras los dirigentes y sectores con poder de decisión no sientan el impacto en forma directa, la reacción se irá postergando y seguiremos arrastrando este sordo camino hacia el crecimiento del número de pobres.