Bailando con Yoly


El pasado 27 de febrero habrí­a cumplido años Yoly de Mac Donald Blanco, esposa de Ramiro Mac Donald Blanco; madre de Herbert, Astrid, Clark y mí­a, así­ como abuelita adorada de 13 nietos y cuatro bisnietos, que alcanzó ver hasta sus casi 73 años de existencia.

Ramiro Mac Donald

Yoly fue una mujer extraordinariamente bella, por los cuatro costados. Y… un auténtico faro de amor. El dí­a que falleció, hace más de 5 años, alguien nos dijo que la consideraba un auténtico ángel: un ángel de carne y hueso. Calificativo que muchos amigos y parientes comparten, y que aún nos maravilla a sus descendientes directos.

Quienes la trataron no olvidan su bella sonrisa, un gesto amable de permanente signo en su vida diaria? pese a que sufrió de niña una existencia azarosa, pero no se convirtió en una persona amargada, sino adoptó un sentido auténtico por las cosas mí­nimas? y por las correctas actuaciones en su maravilloso periplo de ternura por esta tierra.

Viajo en el tiempo y en los 60´s, la veo manejando su carrito «Prefect», de color celeste cielo; en forma autónoma, superando el sentido dependiente de muchas mujeres de su época. Ella logró despuntar siempre como una persona con total soberaní­a y control de su vida, pero sin olvidar sus obligaciones familiares, cumpliendo con Dios de esa manera.

Yoly supo compartir una extraordinaria vida familiar, educando a sus hijos, atender amorosamente a su esposo, consentir a sus nietos? y hallar tiempo para un cristianismo activo, visitando a los enfermos, los desvalidos, a sus amistades más cercanas, a sus sobrinas y familia en general, siempre cumpliendo con todos los compromisos de manera inigualable.

Yoly se hizo presente en nuestras vidas, de una manera diligente, nunca pasiva, siempre con detalles que nos hacen hoy extrañarla?

Por eso agradecemos a Dios, habérnosla prestado durante tanto tiempo, para compartir los mejores momentos de nuestra existencia. Ella supo estar presente en cada instante, de alguna manera? pero en especial, como una esplendorosa flor, siempre alegre y llena de vida. Irradiando amor, ternura, afectos por doquier.

Nada es excesivo, si de comentar su devoción por la familia se trata. Y cuando hago memoria de sus años de radiante juventud, pocos conocen lo que voy a contar. La tengo tan presente, en estas fechas, al verla moverse cadenciosamente al compás de la melodí­a «Singing in the rain», y levantarse de la silla para bailar imaginariamente con Fred Astaire o talvez con Gene Kelly? y sentirse Cyd Charisse o Ginger Rogers.

Esa pasión por la danza la llevó en un tiempo a ingresar a la Academia Nacional de Danza en donde ya no continuó porque conoció al amor de su vida: mi padre? y se casó jovencita. Pero estoy seguro que de haber seguido estudiando, hubiera sido una extraordinaria bailarina.

Hoy le rindo homenaje a Yoly, a ritmo de Tap, junto a sus estrellas favoritas? proyectadas en mi pantalla mental de celuloide en blanco y negro, bailando?y cantando una alegre canción. Ahora, al lado de Don Ramy.