La autoestima hace referencia a cómo nos sentimos, nos respetamos y nos queremos. No hay manera posible de extralimitarse en ella. Existen ocasiones en que la gente considera que es un defecto más que una necesidad, y que quien la muestra hace gala de una conducta egoísta, a lo mejor, no se ha comprendido adecuadamente el término.
Para amarse se hace necesario pensar, sentir y actuar en función de responder a necesidades propias. Y es talvez, cuando se establece el juicio crítico de que se está siendo egoísta. Sin embargo, no se conoce amor posible a otro semejante, si no existe de manera previa el que nos prodigamos. La autoestima ha sido considerada como una habilidad social, lo que significa, una conducta que se requiere para interactuar y relacionarse con los demás de manera efectiva y mutuamente satisfactoria.
El respeto y amor a nosotras y nosotros mismos nos dicta nuestros pasos en la vida. Interviene en el trato que damos a los demás y a nuestro mundo. Nathaniel Branden, el padre de la autoestima, ha dicho que una de las mejores maneras de apreciar la propia, consiste precisamente en evaluar cómo nos dirigimos a las demás personas. La autoestima nos ayuda a confiar en quiénes somos, a esforzarnos por lo que creemos y a ser gente digna, es decir, merecedora de respeto.
Ella nos ayuda a aceptar los retos con perseverancia y valor, aun ante el miedo a las circunstancias difíciles, nuevas e impredecibles. A correr el riesgo de vivir como deseamos hacerlo, a poder creer y también compartir, a sentir plenitud, a respetarse y respetar. A establecer los límites dentro de las relaciones sociales y no aceptar abusos, a reconocer errores y procurar enmendarlos, a perdonar y a decidir con quiénes deseamos mantener relaciones de familiaridad. A tener una visión más amplia, objetiva y realista dentro de las circunstancias que no son propias y ajenas.
Quién posee una adecuada autoestima es proclive a ser feliz, a buscar ayuda cuando la necesite, a cuidar de sí misma/mismo, a ser independiente y también funcionar con la necesaria interdependencia. A tener flexibilidad, a ver de frente y a los ojos, a caminar erguido en la vida, a ser compasivo y justo, a compartir la felicidad y logros con las demás personas. A tener una voz y argumentos para expresarse, dando la cara de frente a los problemas y a las personas, y a sostener comunicaciones honestas y directas. La autoestima comprende y atiende a nuestra salud física, emocional, social y espiritual.
La autoestima presta el servicio de no descalificar, prejuiciar, envidiar y amargar la existencia de los demás. Con ella nuestras decisiones se enfocan a un acercamiento amoroso a las personas, en un constante coloquio con la existencia y la vida espiritual.
Ésta se conforma dentro de nuestras historias de vida, pero la adecuación y su fortalecimiento en su transcurso es nuestra responsabilidad. Comparto un segmento del libro “El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry: “–¡Pero no hay a quién juzgar!- exclamó el principito. –Te juzgarás a ti mismo-le respondió el Rey- Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse a sí mismo que a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio”.
Con lo anterior pretendo dar a conocer que la autoestima depende de la apreciación o juicio que la persona haga de sí misma, concediéndose atributos tanto buenos como malos. Si el balance de estos no es el correcto, entonces nos encontramos ante un deterioro de esta habilidad social. Para finalizar expongo algunas definiciones del concepto otorgadas por Branden: “LA AUTOESTIMA ES LA DISPOSICIÓN A CONSIDERARSE COMPETENTE FRENTE A LOS DESAFÍOS BÁSICOS DE LA VIDA Y SENTIRSE MERECEDOR DE LA FELICIDAD. ES LA CONFIANZA EN NUESTRA CAPACIDAD DE APRENDER, DE TOMAR DECISIONES Y HACER ELECCIONES ADECUADAS, Y DE AFRONTAR EL CAMBIO.”