No existe una concepción de una adecuada autoestima de manera innata, ésta se aprende en el transcurso de nuestras vivencias. Existiendo influencias externas en el desarrollo y fortalecimiento de la misma; el hogar, las concepciones religiosas, las concepciones sociales del deber ser y los medios de comunicación. Todo ello contribuye a conformar el sentido de nuestro propio concepto y del ideal del ser femenina; promulgado por las instituciones sociales. Que llegan a establecer estereotipos de género.
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Las mujeres ambicionamos, en muchas ocasiones, ser personas diferentes a las que somos, lo que ocasiona malestar con nosotras mismas. Al mismo tiempo existe la tendencia a la compulsión a la perfección, en todos los campos de nuestro actuar social. Obteniendo de esta manera una imagen ideal de quienes tendríamos que ser, que se constituye de manera inalcanzable.
Nos encontramos en muchas ocasiones a disgusto con nuestra imagen corporal, inseguras de nuestras actividades y logros. Con temor a expresarnos de manera auténtica y muy pendientes del que dirán ó cómo me verán. En lugar de apropiarnos de nuestra propia existencia, de nuestros propios deseos e ilusiones en muchas ocasiones entregamos nuestras vidas como pertenencia a otras personas y nuestro camino a la validación, a la autonomía a la toma de nuestras propias decisiones queda truncado. Y en la mayoría de casos esto puede llegar a traducirse en maltrato a la mujer.
Las mujeres hemos sido enseñadas para ser las cuidadoras de otras personas, desde muy pequeñas se nos han relegado actividades en estos roles. Desafortunadamente la mayoría de nosotras no somos tan buenas cuidadoras con nuestra propia vida.
Desde muy niñas algunas no hemos sido deseadas como mujeres por nuestras propias familias, los mensajes enviados a nuestro ser, es que somos frágiles, indefensas e incapaces de competir. Y quien se atreve a transgredirlos es considerada poco femenina. Pero la verdad es otra; como mujeres nos toca enfrentarnos con problemas los cuales son resueltos con habilidad y destreza en la mayoría de veces.
Nuestra palabra es cuestionada y por ende nos cuesta expresarnos, hemos sido diseñadas para ser susceptibles a la crítica, para ensoñar el mundo e idealizarlo. Tornándonos subjetivas en acontecimientos de la vida cotidiana.
La mayoría de mujeres es temerosa de ostentar el poder, sobretodo a lo que se refiere a cargos públicos, aunque siempre existen excepciones.
Notamos con facilidad nuestros defectos los cuales los generalizamos a todo nuestro ser, dejando de ver con objetividad todas nuestras cualidades. Cosa contraria en la autoestima masculina, los hombres con una cualidad que consideran distintiva e importante, engrandecen todo su ser y anulan todos los posibles defectos.
El problema de baja autoestima en las mujeres ha sido considerado de índole endémica a nivel mundial. Lo que contribuye al surgimiento de enfermedades físicas y psicológicas.
Ya que no velamos por nuestra salud física, varias no realizamos exámenes médicos importantes para la evaluación de nuestra salud de manera global y nos encontramos vulnerables a contraer enfermedades como el sida, otras enfermedades de transmisión sexual, o varios tipos de cáncer (seno, ovario, útero y otros).
Trabajar con nuestra autoestima consiste en cuidarnos en cada detalle de nuestro cuerpo y nuestro ser. En asistir a consultas de exámenes visuales, auditivos, ginecológicos, cuidar por nuestra salud oral y demás.
El deterioro de nuestro propio concepto y la reputación que tengamos de nosotras mismas, también, contribuye al desarrollo de cuadros depresivos, ansiosos y a la existencia de otras enfermedades psiquiátricas como son los desórdenes alimenticios (bulimia, anorexia, comer compulsivo), adicciones y demás.
Es por ello importante que nosotras las mujeres trabajemos de manera conjunta en el fortalecimiento de nuestra autoestima y ayudemos a la trasformación social, luchando contra los estereotipos de género que tanto daño nos hacen a nosotras e igualmente a los hombres de nuestra sociedad.