Aunque la mona se vista de seda…


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El Aeropuerto Internacional La Aurora va a dar que hablar eternamente mientras siga siendo el nido de ratas corruptas que ha sido durante años. Con o sin remodelación, el aeropuerto sigue presentando ese manto de negligencia burocrática a nacionales y extranjeros cada vez que se utiliza. Creo que el proyecto de remodelación fue un exitoso y necesario ejercicio de cambio estético que sin lugar a dudas nos pone en una mejor posición de la que estábamos hace unos años, pero lo que no hubo en aquel momento fue la determinación política de llevar a cabo cambios estructurales en su administración.

John Carroll


Después de recorrer la hamaqueada pista en el aterrizaje los pasajeros entran a la moderna terminal por corredores sin aire acondicionado, lo cual incomoda al viajero.  Pero más rabia da saber que el sistema de aire acondicionado sí existe pero no funciona hace meses o años porque los administradores del edificio esperan por un repuesto que pareciera ser una pieza de transbordador espacial. ¡Por favor!  Existen en el mundo sistemas de aire acondicionado mucho más grandes y complicados que lo que puede utilizar nuestro aeropuerto por lo que simplemente no es válido señalar que la falta de un repuesto es la culpable del infierno eterno que se vive en ese recinto.

Desde hace algunos años que el personal de Migración mejoró bastante en eficiencia y en número para revisar la entrada de los pasajeros por lo que esa área no es una de las que complica el paso por la terminal. En cambio, a la salida de Migración, las bandas o fajas transportadoras de maletas están de adorno porque regularmente es una sola la que funciona después de 20 minutos de haber aterrizado. Aparece el equipaje y el viajero procede a enfrentarse al más ridículo poder discrecional de un agente aduanal que divide a pasajeros con un criterio desconocido entre los que pueden salir libremente y los que tienen que enfrentarse a pagar impuestos por los efectos personales que transportan en las maletas.  No se le ocurra pasar al baño, con todo y las incomodidades que representa, seguramente es mejor utilizar el pequeño lavabo de la aeronave antes de atreverse a pasar a uno de los pestilentes servicios sanitarios del aeropuerto.

Todavía hoy en día, nos encontramos al mismo grupo de maleteros que encontrábamos hace 20 años y que seguramente siguen sindicalizados heredando el privilegio de la “licencia” para operar como tal.   Y la guinda en el pastel es el grupo de taxistas que en vehículos muy deteriorados parecieran ser dueños exclusivos de la plaza. No se le ocurra llamar a un taxista de confianza que no pertenezca a ese grupo o a uno de la línea amarilla porque muy probablemente no lo dejen transitar en la calle que atraviesa la terminal.

El hecho es que la experiencia de utilización de la terminal aérea sigue siendo básicamente desagradable y lo que es más penoso, fácilmente mejorable con pocos pero decididos cambios.

¿Por qué no pensamos en concesionar la administración de la terminal?  ¿No será que una empresa enfocada en la obtención de un beneficio y no contaminada con la presión política de las instituciones de gobierno y los sindicatos de la Dirección General de Migración lograría una experiencia más agradable para el viajero?  ¿Por qué no atrevernos hacer las cosas diferentes si ya aprendimos que aunque la mona se vista de seda,  mona se queda?