Aung San Suu Kyi, a punto de ser liberada


Una activista birmana muestra una fotografí­a de Aung San Suu Kyi, disidente en Myanmar, en una manifestación en Yangon, ante su inminente liberación. FOTO LA HORA: AFP

La célebre disidente birmana Aung San Suu Kyi está a punto de ser liberada y, aunque su popularidad ante el pueblo sigue intacta, muchos se preguntan cómo esta mujer que vivió aislada del mundo seguirá su combate contra la junta tras siete años bajo arresto domiciliario.


Las medidas de seguridad fueron reforzadas hoy en Rangún, y según responsables birmanos es «seguro» que la Nobel de la Paz quedará en libertad.

Su última condena de arresto domiciliario expira el sábado, menos de una semana después de las primeras elecciones en 20 años, consideradas una farsa por Occidente.

La «Dama» de Rangún, detestada por el generalí­simo Than Shwe, ha vivido encerrada sin interrupción desde 2003 y durante 15 de los últimos 21 años.

En mayo 2009 ya podí­a quedar en libertad, pero un estadounidense logró nadar hasta su domicilio en Rangún, situado a orillas de un lago. Como resultado de ello le impusieron 18 meses suplementarios de residencia vigilada.

Justo antes de su probable liberación, todo el mundo se interroga sobre sus intenciones ante los desafí­os que la aguardan, desde la forma de cuestionar los resultados de las elecciones del pasado domingo hasta la posible reorganización de una oposición dividida.

«No se va a convertir en una reina de las causas humanitarias. Hará polí­tica», asegura Maung Zarni, analista de la London Schools of Economics.

Pero ¿cómo y con quién? ¿lo hará con los cada vez más veteranos dirigentes de su Liga Nacional para la Democracia (LND)?

«Si quiere luchar contra el nuevo gobierno, ante todo deberá asegurarse de que los partidos de oposición se refuercen», dice Pavin Chachavalpongpun, del Instituto de Estudios sobre el Sudeste Asiático, basado en Singapur.

Además deberá crear un nuevo partido integrado por «nuevos y jóvenes polí­ticos, para tener la certeza de que se aplicará su mensaje».

La LND, que ganó las elecciones de 1990 sin llegar jamás al poder, fue disuelta tras haber decidido boicotear las elecciones del domingo. Algunos tránsfugas del partido, opuestos a su estrategia, crearon la Fuerza Democrática Nacional, pero apenas lograron algunos escaños.

«La gente esperará de ella que hable (de las elecciones) y dirija otra vez el combate en favor de la democracia y contra la Junta», afirma Aung Naing Oo, analista del Vahu Development Institute.

Pero antes necesitará un «tiempo para asimilar todo lo ocurrido en el exterior durante su detención».

En siete años el paí­s ha cambiado. Los cafés internet se han multiplicado, los jóvenes birmanos se pasean con el teléfono móvil pegado a la oreja y el horizonte de Rangún se ha llenado de edificios cada vez más altos.

La disidente, sin teléfono ni internet desde hace siete años, ya dio a entender que deseaba «twittear» con jóvenes de todo el mundo.

Nadie duda del hecho de que la población estará presente para recibirla en libertad.

«Todo Rangún querrá verla (…) Ella es como Mandela, tiene un enorme poder de convocatoria», afirma Maung Zarni.

En las calles de Rangún reina en efecto la impaciencia.

«Pese a todos los intentos para reducirla al silencio, ella es aún la portadora de las esperanzas y las aspiraciones del pueblo que quiere la democracia», aseguró un hombre de negocios.

Por su lado, un antiguo minero opinaba: «Creo que incluso los dioses tienen miedo de la Junta. Alguien debe detener a este gobierno militar, y creo que solamente la señora Suu Kyi podrá hacerlo».

SEMBLANZA Incansable luchadora pací­fica


Su frágil figura es el sí­mbolo desde hace 20 años de la resistencia a la junta militar en Birmania, pero la lí­der de la oposición y Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, a punto de ser liberada, es también una figura aislada tras siete años bajo arresto domiciliario.

Aung San Suu Kyi, de 65 años, que ha pasado la mayor parte de los últimos 20 años en la cárcel o bajo arresto domiciliario, es una incansable luchadora pací­fica desde 1988 por instaurar la democracia en su paí­s.

Suu Kyi es apodada «La Dama de Rangún» y a menudo comparada con Nelson Mandela, que logró llegar al poder tras pasar 27 años en las cárceles sudafricanas.

Pero la fortaleza de la junta birmana y la disolución del partido de la disidente, la Liga Nacional para la Democracia (LND), que boicoteó las elecciones del domingo pasado, parecen alejarla del poder en un futuro inmediato.

El 27 de mayo de 1990 el partido de Suu Kyi arrasó en las elecciones legislativas, pero la junta se negó entonces a admitir su derrota.

Veinte años más tarde, aquellos resultados nunca fueron reconocidos, y en las elecciones legislativas del pasado domingo –calificados de mascarada por Occidente– la junta militar proclamó una victoria aplastante.

Sin embargo, «nadie puede ignorar el peso polí­tico e ideológico (de Aung San Suu Kyi). Ella y su partido (…) han creado una dinámica polí­tica. Gracias a ella, se habla ahora de derechos humanos, de libertados civiles o de democracia en Birmania» según Renaud Egreteau, politólogo de la universidad de Hong Kong.

Nacida en 1945, Suu Kyi, cuyo combate infatigable fue recompensado en 1991 con el Premio Nobel de la Paz, es hija del héroe de la independencia birmana, el general Aung San, asesinado cuando ella tení­a dos años.

Fue educada en las mejores escuelas de Rangún y continuó sus estudios en India, donde su madre fue nombrada embajadora en 1960, y en Oxford, en el sur de Gran Bretaña. En 1972 se casó con el británico Michael Aris, un especialista en Tí­bet, con quien tuvo dos hijos.

De regreso a Birmania en abril de 1988, cuando su madre estaba muriendo, Aung San Suu Kyi habló en público por primera vez en agosto de ese año y pasó a formar parte del movimiento de oposición que hizo tambalear el poder militar.

Durante los disturbios de agosto y septiembre de 1988, reprimidos de forma sangrienta, cofundó la LND, que se convirtió en el principal partido de oposición.

Suu Kyi fue confinada de 1989 a 1995, y luego disfrutó de su «libertad» hasta el año 2000, cuando volvió a ser obligada a permanecer en su casa de Rangún durante 19 meses.

Tras una nueva liberación de un año que le permitió tomar conciencia de su inmensa popularidad, la cual alarmó al gobierno militar, fue detenida en mayo de 2003 y puesta bajo vigilancia.

La violenta represión a finales de 2007 de un movimiento prodemocrático pací­fico liderado por monjes budistas llevó a la lí­der opositora a anunciar, a través de un emisario de la ONU, que «por el interés de la nación», estaba «dispuesta a cooperar» con los militares en un nuevo proceso de diálogo.

Pero en enero de 2008, informó de que dicho proceso «desprovisto de un calendario» no conducí­a a nada.

En agosto de 2009, fue condenada a una pena de 18 meses de arresto domiciliario. Ante esta situación, la LND tuvo que elegir entre excluirla de la formación o disolverse, y decidió boicotear los comicios del domingo pasado.