El regreso del exilio del ex primer ministro Nawaz Sharif, adelantándose a la también exiliada Benazir Bhutto, redobla la apuesta por el poder en Pakistán y amenaza un pacto para repartírselo entre la ex jefa del gobierno y el actual presidente, Pervez Musharraf.
Sharif, que fue destituido del poder y forzado a la huida en 1999 tras el golpe del general Musharraf, anunció ayer, en Londres, que volverá a su país el 10 de septiembre.
Ese retorno fue autorizado a finales de julio por la Corte Suprema paquistaní, que juzgó ilegal la condena que le impuso el régimen de Musharraf por un presunto desvío de fondos.
El tiempo apremia a Sharif, ya que sus dos rivales negocian un acuerdo por el que Musharraf conservaría la presidencia con el apoyo del influyente partido de Bhutto, que no seguiría perseguida por corrupción y lograría el puesto de primer ministro.
El conservador Sharif y la progresista Bhutto dominaron la vida política de los años 90, alternándose al frente de gobiernos salpicados de escándalos de corrupción.
El regreso del primero ha alterado los planes de la segunda, pero también de de Musharraf, quien pese a la creciente oposición popular ambiciona mantenerse en la presidencia de la Républica Islámica de Pakistán, una potencia nuclear de 160 millones de habitantes.
«Sabotear el plan de Musharraf y Bhutto es la última oportunidad para Sharif de volver al tablero político. Su estrategia es perfecta, pero con ella la crisis se agravará rápido», predice a la AFP Najam Sethi, editorialista del Daily Times.
Una crisis que en suelo paquistaní se refleja en las manifestaciones anti Musharraf cada vez más duras y que tiene además repercusiones internacionales: Estados Unidos apoya casi sin disimulo el pacto entre Musharraf, su aliado clave en la «guerra contra el terrorismo», y Bhutto, que cuenta con su confianza.
La administración del presidente George W. Bush espera que ese tándem sirva para contener el auge del islamismo radical procedente de Estados vecinos como Afganistán e Irán.
Sharif, que en su día intentó introducir la sharia (ley islámica) y ser designado por las autoridades religiosas «comandante de los creyentes».
«Sigue siendo considerado simpatizante de los fundamentalistas», asegura Hasan Askari, ex decano de la facultad de Ciencias Políticas en la Universidad de Lahore.
En cuanto a Musharraf, tampoco lo tiene fácil, advierte otro profesor de esa universidad, Rasool Baksh Rais, ya que un sector de su partido, la Liga Musulmana de Pakistán, amenaza con rebelarse si el general acepta algunas de las condiciones de Bhutto.
Esta última le exige la renuncia a la jefatura del ejército y la cesión de algunas prerrogativas al primer ministro.
Los analistas coinciden en que Musharraf no puede seguir como presidente si no es compartiendo el poder con Bhutto, pero eso implica, según ellos, «arreglar el problema de Sharif» con el riesgo de una acción ilegal e impopular.
La elección presidencial, en el Parlamento, está prevista para septiembre u octubre, y las legislativas antes de finales de año o comienzos de 2008.