Augusto Monterroso y su burla sistemática de los géneros literarios


Hace cinco años que murió; hace cinco años que el mundo repitió hasta el cansancio, como si fuese su epitafio, su famoso cuento El dinosaurio. Cinco años después, Augusto Monterroso sigue siendo valorado como el autor del cuento más pequeño del mundo. Sin embargo, su obra y su legado, sobre todo estético, ha pasado inadvertido, probablemente por la luz que atrae a las polillas, sin que éstas sepán por qué van hacia ella.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

En primer lugar, habrí­a que valorar que Augusto Monterroso surge como creador literario durante la época de dictadura de Jorge Ubico, perí­odo en el cual militó por provocar su derrocamiento. Con la Revolución, participó como parte del cuerpo diplomático de Jacobo Arbenz, y decidió exiliarse a la caí­da de su gobierno. Desde entonces, sólo tocó tierras guatemaltecas para asistir a homenajes, no para establecer su residencia.

En otras palabras, Augusto Monterroso fue revolucionario por su postura polí­tica. Pero, poco ha sido lo que se conoce de él como revolucionario de la literatura, cuyas reflexiones aún están siendo asimiladas, y usualmente se le pone como uno de los autores fundamentales del posboom hispanoamericano, al lado de Guillermo Cabrera Infante y Manuel Puig.

Varios aportes ofrece él para la literatura universal, como el humor agudo; la crí­tica solapada, pero cruel; la brevedad; la ironí­a fina, entre otras caracterí­sticas.

Y, de la misma forma como rechazó sistemáticamente los gobiernos militarizados de Guatemala y Latinoamérica, también evitó lo tradicional de los géneros literarios. Es decir, su obra fue de todo, menos una tradicional novela, o un cuento modelo, y mucho menos un bien versificado poema.

Toda su obra de una vez

Basta como asombrarse del nombre de su primer libro: «Obras completas (y otros cuentos)», publicado en 1959. Usualmente, bajo el tí­tulo de Obras completas, los autores consagrados publican la totalidad de su obra; la mayorí­a de las veces es porque los autores ya han muerto o al menos es seguro de que ya no publicarán más. Pero, que ése sea el nombre del primer libro, supone una trasgresión de parte del autor, lo cual fue bien recibida por la crí­tica especializada.

«Obras completas (y otros cuentos)» es, como su nombre lo indica, una compilación de relatos; de ahí­ es donde se extrae «El dinosaurio», al que todo el mundo ha dado por clasificar como el cuento más corto del mundo. Sin embargo, en vida Monterroso se burlaba de los crí­ticos, al asegurar de que éste no era un cuento, sino más bien una novela o tal vez un ensayo cientí­fico.

En otras palabras, desde su primera publicación formal, Monterroso dio avisos de que iba a trasgredir las reglas.

Una fábula que no moraliza

Con calma y sin prisa, alistó su segundo número, del cual tardó diez años en hacerlo. En 1969 publicaba «La Oveja negra (y demás fábulas)». Para ello, revisa una forma literaria tradicional como la fábula, la cual era muy común entre los clásicos griegos y el Renacimiento. Los últimos ejemplos previo a Monterroso se habí­an dado unos dos siglos antes en España, y en la misma Guatemala con Garcí­a Goyena y Fray Matí­as de Córdova.

La fábula era, en su definición habitual, un relato más o menos breve, en donde intervení­an usualmente animales, y que terminaba con una enseñanza moral. Para Monterroso, utilizaba la misma estructura, pero no concluí­a con una moraleja. Al contrario, sus fábulas tiene de todo, menos enseñanza moral o didáctiva. Más bien parecen lo contrario, una antifábula, por su claro sentido de burlarse de los vicios de la sociedad.

En su tí­tulo, se observa que exalta a la Oveja Negra, una figura que se utiliza para denotar a las lacras o a lo negativo. Pero Monterroso lo ubica como la protagonista de su libro, dándole un trato preferencial a este tipo de personajes, y no a los tradicionalmente buenos.

La vida efí­mera

En 1972 publica «Movimiento perpetuo», que es más bien una compilación de textos de otros autores que han escrito sobre las moscas, y que Monterroso, como señala en el primer texto de este libro, siempre ha querido hacer esta compilación. Intercala un texto suyo con un texto de otro autor sobre la temática del insecto.

De nuevo, Monterroso pone como centro de un libro una figura que más bien es marginal. La mosca no es motivo de culto, sino que es despreciable en la vida real. Los textos que él intercala, van desde un cuento, un ensayo breve, una entrada de diario o aforismo. En fin, no es un libro común.

El tí­tulo se refiere a que la vida es un movimiento perpetuo. El autor refleja que ningún género literario es propicio para definir la vida. No encuentra, pues, una mejor metáfora de ésta que el movimiento perpetuo del vuelo de una mosca, que a la vez es molesto, rápido y efí­mero.

Sólo una parte

En 1987, publica «La letra e», en un género que buscaba emular los diarios de Anais Nin o de Cesare Pavese. Sin embargo, Monterroso nombró a este libro bajo el género «fragmentos de un diario».

El género literario tradicional de diario consiste en publicar la entrada de un diario, es decir de textos que se escriben dí­a a dí­a, en un cuaderno o agenda que ayude a distribuir los textos en fechas determinadas.

Sin embargo, Monterroso comenta que «La letra e» son anotaciones que él hizo, pero no en un diario, sino que en pedazos de papel, ya sean éstos programas de teatro, libros, facturas u hojas que arrancaba de un cuaderno. De ahí­ es que viene bien el nombre de «fragmentos».

Además, el diario lleva fechas precisas. «La letra e» no; sólo están agrupados por año, sin saberse bien la cronologí­a de los textos.

Entrevistado o autor

En 1981 publica «Viaje al centro de la fábula», una serie de entrevistas en donde Monterroso es el entrevistado, y los entrevistadores son personalidades de la crí­tica literaria de México, Hispanoamérica y España.

Es difí­cil encontrar un libro similar, en donde la entrevista sea la forma textual en que se transmite. En dado caso, los libros de entrevista son publicados por un entrevistador que transcribe las conversaciones con varios entrevistados. En éste no.

El libro está escrito, además, en lenguaje literario; muy perfecto como para ser entrevista. Es sabido que Monterroso «metió cuchillo» a las transcripciones, pero aún así­ puede ser dudoso de que las entrevistas sean del todo cierta. Más bien, podrí­a llegar a considerarse que Monterroso crea una novela, cuyo personaje principal se llama Augusto Monterroso y que se conoce a través de varios personajes ficticios que asumen el papel de entrevistador.

Una novela sin acciones

Sin embargo, aunque Monterroso asombre aún al mundo literario, el mayor asombro lo provoca su única novela «Lo demás es silencio», publicada en 1978. En esta novela, las acciones no ocurren; no tiene personajes definidos; ni siquiera hay un narrador.

Augusto Monterros engañó por un tiempo a los crí­ticos de ese entonces, pues presentó su libro como si fuese un homenaje a un intelectual desconocido, llamado Eduardo Torres.

Pero, al leerse el libro, y darse cuenta de la fina burla hacia este personaje, no quedó duda de que ésta era una personas ficticia, y que Monterroso habí­a creado una forma de novelar, la cual ha sido ejemplar para definir a la novela de los últimos años: sin acciones, fractal (es decir, dividida en varias partes, sin que se tenga que leer una para leer la siguiente), sin personajes fijos; sin narrador; etc.

Monterroso aún guarda muchas sorpresas, las cuales nos perdemos de enterarnos si únicamente queremos repetir que es el autor del cuento más pequeño del mundo. De todas formas, cinco años después de su muerte, el dinosaurio todaví­a estaba allí­.

Augusto Monterroso ha sido uno de los literatos guatemaltecos con más renombre en todo el mundo. Su nombre usualmente está agrupado con grandes escritores chapines de talla universal, como Miguel íngel Asturias, Enrique Gómez Carrillo y Luis Cardoza y Aragón. Monterroso ganó el Premio Prí­ncipe Asturias, uno de los galardones de mayor prestigio en las letras hispánicas, sólo superado por el Nobel de Literatura y el Premio Cervantes.
El Fabulista y sus Crí­ticos

En la Selva viví­a hace mucho tiempo un Fabulista cuyos criticados se reunieron un dí­a y lo visitaron para quejarse de él (fingiendo alegremente que no hablaban por ellos sino por otros), sobre la base de que sus crí­ticas no nací­an de la buena intención sino del odio. Como él estuvo de acuerdo, ellos se retiraron corridos, como la vez que la Cigarra se decidió y dijo a la Hormiga todo lo que tení­a que decirle.

Augusto Monterroso