Atrincherados en el poder


Protesta. Una familia surcoreana protesta frente a la Embajada de Myanmar, en contra de la represión del gobierno birmano, que ha tenido varios dí­as de crisis. (AFP / La Hora)

La junta militar birmana demostró esta semana, con una represión feroz contra su propia población, que está una vez más dispuesta a atrincherarse en el poder a riesgo de provocar una crisis imprevisible.


Estados Unidos y la Unión Europea mostraron un frente común a la hora de condenar los hechos, pero la respuesta de China y Rusia, que consideran que los graves incidentes son un «problema interno» de Birmania, parecen dejar en el aire una condena y sanciones más duras del Consejo de Seguridad de la ONU.

La represión de las manifestaciones, lideradas en su inicio por monjes budistas de forma pací­fica, coincidió con la asamblea general de la ONU.

Todos los lí­deres occidentales se mostraron conmocionados por las imágenes de soldados disparando en las calles de Rangún, ex capital del paí­s.

Esas imágenes no son nuevas: en 1988 unas protestas similares acabaron en un baño de sangre, con más de 3.000 muertos y la oposición, tras 45 años de dictadura, amordazada durante casi dos décadas más.

Su principal sí­mbolo, la activista Aung San Suu Kyi, ha pasado prácticamente los últimos 20 años bajo arresto domiciliario.

Los generales en el poder están encabezados por Than Shwe, número uno desde 1992.

Nacido oficialmente en 1933, el general es ejemplo de una generación de militares que forjó tras la independencia de 1948 una «ví­a birmana al socialismo» que rápidamente se transformó en un régimen brutal.

Solamente China guarda cierta influencia en el régimen. Sin embargo, Pekí­n también vivió en 1989, durante la revuelta estudiantil de la Plaza Tiananmen, una situación parecida a la que vivió en 1988 y ahora el régimen birmano.

«Esperamos que haya moderación de todas las partes y que se maneje la situación correctamente», declaró el jueves el portavoz del ministerio de Relaciones Exteriores chino, Jiang Yu, en la única reacción oficial hasta el momento.

Las manifestaciones en Rangún y en otras importantes ciudades del paí­s se iniciaron lentamente, tras un fuerte alza del precio del combustible a mediados de agosto.

El enojo de la población, en uno de los paí­ses más pobres del mundo, se difundió esta vez a través de un medio nuevo en el paí­s, los blogs y foros de internet.

La segunda novedad de las protestas populares fue el papel de los monjes budistas, en un paí­s aislado y profundamente religioso.

Los bonzos causaron sorpresa y luego el entusiasmo de la atemorizada población al desfilar por las calles. A mediados de septiembre eran unas pocas decenas, pero en menos de una semana llegaron a reunir a más de 100.000 simpatizantes, según fuentes independientes.

De la protesta por las condiciones sociales se pasó rápidamente a los gritos pidiendo democracia y libertad de expresión, como en 1988.

Los generales no reaccionaron públicamente ante esas demandas, sino que se limitaron a sacar a los soldados y a la policí­a a las calles.

En apenas tres dí­as de protestas, los muertos son como mí­nimo 13, y los heridos y detenidos se cuentan por centenares, según fuentes diplomáticas.

Entre los detenidos hay numerosos monjes, sacados a la fuerza de sus monasterios.

El acceso a internet de los birmanos por otra parte ha quedado suspendido, oficialmente por una «averí­a».

El único gesto hacia el exterior de los generales ha sido aceptar la visita de un enviado especial de la ONU.

«En los últimos quince años, la ONU mandó a varios representantes para negociar una reconciliación nacional en Birmania. Pero todos esos esfuerzos han sido en vano, porque los dictadores no tienen voluntad para esa reconciliación», se lamentaba el jueves una ciudadana birmana en uno de los blogs que, a partir de este fin de semana, están cerrados a la discusión hasta nueva orden.