Atrapados. ¿Sin salida…?


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La perversión de esto que llamamos “sistema político” ha llegado al máximo de su falsedad. En general la población no se siente “representada” por los dignatarios en el Congreso de la República, que en términos formales está integrado por los representantes del Pueblo de Guatemala. El andamiaje de la gestión pública está putrefacto, podrido. No sirve más que a los intereses del “administrador público” del momento. La corrupción es la inseparable compañera de la impunidad. Y éstas dos se han encargado de prostituir a doña “democracia”.

Walter Guillermo del Cid Ramírez
wdelcid@yahoo.com


¿Servirá de algo hacer un poco de historia? Tal vez. Comencemos como punto de referencia la vigencia de la actual Constitución Política de la República, allá en aquél 14 de enero de 1986. Luego de años de represión política, de eventos electorales alterados, por fin teníamos al gobierno que elegimos. Las elecciones fueron no solo libres, sino ajenas a manipulaciones. En aquel quinquenio que se iniciaba en esa fecha se produjeron entonces como efervescencia de “organización social” múltiples sindicatos de servidores públicos. La sangre que en su momento fue derramada por los dirigentes masacrados en años anteriores abonó la conformación de sindicatos. Tan grande fue el Movimiento Sindical de Trabajadores del Servicio Público que lograron paralizar la gestión gubernamental en 1988. El fenómeno se repitió en varias ocasiones en 1989. También en el año electoral de 1990. El gobernante de turno llamó “la música de la democracia” a estas protestas laborales y populares.

Desde otro ángulo la práctica del proselitismo político alcanzó su máxima degeneración cuando en las elecciones de 1990 y en la segunda vuelta, en el propio 1991, ambas fuerzas literalmente compraron el activismo proselitista. A partir de la fecha, la cosa ha ido en aumento, hoy le llaman clientelismo. La mística partidaria se perdió a cambio del estipendio otorgado al simpatizante al adherente. Inició la corrupción de la práctica política. Pero asumió el segundo gobierno. El fantasma de las elecciones fraudulentas de nuevo fue eliminado de la memoria colectiva de los electores. Ganó el que había ganado. ¡Viva la democracia! Pero la voracidad alrededor de los negocios de lo público no se pudo contener. Empezó una verdadera batalla por hacerse de las contrataciones con fondos provenientes del erario nacional y de los erarios municipales. El país se adoquinó. No importaba que no hubiese alcantarillado o red de drenajes. ¡Lo importante era el negocio para adoquinar las calles! Y las organizaciones sindicales del sector público también rasgaban su parte del pastel del erario. Y se produjo el rompimiento. Se dio el “serranazo”. Llega un Presidente electo por el Congreso y luego, también un Vicepresidente electo por el Congreso. Y cancelan los gastos confidenciales. Transparencia en el uso de los recursos públicos, dicen. La democracia está a salvo. ¡Viva la democracia!

Se acorta el período gubernamental. Un nuevo evento electoral a la vista. Hubo un misterioso “apagón”. Quien ganó en esa segunda vuelta sacó una mínima ventaja al que quedó en segundo lugar (menor a los 35 mil votos a nivel nacional). Pero como las reglas electorales estaban aceptadas, no hubo mayores objeciones. Ganó el favorito de las élites. Lo del “apagón” fue solo una “coincidencia”. Además “él conviene, le gusta patear sindicalistas” (ya lo hizo como alcalde municipal). Y en 1996 se inicia la “desincorporación” de los activos del Estado a manos privadas. Se desmocha el servicio público, se activa el uso del fideicomiso. ¡Los servicios públicos en manos privadas serán más eficientes! La democracia está consolidándose. ¡Viva la democracia! No importa que el fideicomiso sea la excusa para el uso discrecional del erario, ¿verdad señor Alcalde metropolitano?

A partir de entonces se estimulan los llamados programas de “retiro voluntario”. El servicio público se ha desnaturalizado desde aquellos años a la fecha y no ha habido esfuerzo alguno en institucionalizarlo. Los sindicatos casi son caricaturas de sí mismos y el que fuera el movimiento sindical respetable hoy es casi inexistente, solo es resucitado a conveniencia de unos pocos (sindicalistas y no sindicalistas –en el magisterio o en lo salubrista–, por ejemplo). El sistema en su conjunto se ha atrofiado. La democracia se ha corrompido. ¿Tendremos salida…?